Cinco ideas sobre el golpe blando contra Petro
El presidente elegido democráticamente en Colombia enfrenta una sínica manipulación del Consejo Nacional Electoral para sacarlo del poder obtenido por la voluntad del pueblo.
Decía García Márquez que “en las ciudades no nos matan con tiros sino con decretos.” Y como no han podido eliminar a Petro físicamente (no por falta de ganas ni de intentos), llega la muerte jurídica como opción.
Primera idea. Ya el país ha escuchado la alocución de Petro y, asimismo, los resbalosos argumentos de la derecha. Eso de “déjese juzgar que el que nada debe nada teme” es una premisa infantil validada en las redes sociales.
El Consejo Nacional Electoral (CNE) es solo un órgano administrativo, no tiene la legitimidad necesaria, no fue elegido por voto popular; es un espacio al que se llega por favores políticos y, por eso, hoy está compuesto por los voceros de la élite más rancia del país. Como dijo Petro, «cinco politiqueros pagos no van a hundir la democracia en Colombia».
Aceptar el proceso es legitimar la trampa del CNE, por más que se haga de buena fe (lo que es difícil de presumir del actual CNE). Recordemos que hay una norma constitucional explícita, en el artículo 199, y que, como enseñan en las facultades de derecho, ante un texto explícito no cabe la interpretación.
La Constitución dice: “El presidente de la República, durante el período para el que sea elegido, o quien se halle encargado de la Presidencia, no podrá ser perseguido ni juzgado por delitos, sino en virtud de acusación de la Cámara de Representantes y cuando el Senado haya declarado que hay lugar a formación de causa”. Clara es la norma, pero es de ingenuos pensar que el debate es jurídico y solamente jurídico.
Segunda idea. Permitir la investigación es, de entrada, aceptar su legitimidad y sus consecuencias. No se puede apostar con el “miremos a ver cómo nos va”, como si el futuro del único gobierno de izquierda de Colombia fuera un juego.
Abrir la puerta a una retorcida «formalidad jurídica» no es una concesión, sino un error. La noción de “juez natural” no es una broma, ni tampoco la idea de “fuero presidencial”. La transparencia no puede llevar a la ingenuidad de que la perversa oposición manosee la (ya manoseada) Constitución Política.
Aceptemos aquí, solo y únicamente en aras de la discusión y por un momento, la pertinencia de las acusaciones. A estas incriminaciones ya respondió el presidente, una a una y con los detalles del caso, y hasta pidió a la Comisión de Investigación y Acusación que hiciera público el expediente ¿Más claridad?
Algunos energúmenos antipetristas alegaban que hay “muchísimos elementos probatorios” como si el fuero o el mandato constitucional fuera un asunto del potencial volumen de las pruebas.
Los mismos energúmenos decían, hace pocas horas, que la investigación no era grave, que las penas serían unas multas o la devolución de un dinero. Esa es la tendencia, hacer creer que la ruptura de la Constitución es una cosa menor.
Otros dicen que “no se juzga a Petro, sino a su campaña” ¿de verdad nos podemos creer semejante ingenuidad? Sabemos que el debate no es jurídico, sino político. Y si fuera juzgar a la campaña, recordemos que ya pasaron los 30 días que tenía el CNE para abrir una investigación.
Aceptar la hipótesis de la competencia del CNE para juzgar a Petro no es un juego, sino un riesgo incluso para el proceso democrático burgués; el objetivo no es avanzar hacia la democracia sino restringirla.
El debate sobre Petro y el golpe blando
Tercera idea. El debate real es el de la distribución del poder, ante una parte de la élite que no quiere estar excluida. Es claro que el sector de Petro y el santismo están ya en el llamado Acuerdo Nacional; pero que dicho acuerdo necesita incorporar nuevos sectores.
Unos que están por fuera son los uribistas y estos no buscan ser incluidos para “salvar el país”, sino para establecer un contrapoder desde el que puedan no solo defender sus privilegios, sino, sobre todo asegurar algo de impunidad.
Y el uribismo, como buena expresión de la extrema derecha, no toca la puerta, sino que patea la mesa y esa patada esta vez no se da desde sus coaliciones parlamentarias, sino desde el CNE. Así de simple.
El poder, ya lo dijo hace casi dos décadas Evo Morales, no reside necesariamente en el gobierno: una cosa es el gobierno y otra el poder. Las élites colombianas están vivas, no solo vivas sino furiosas; y no solo furiosas, sino dispuestas a actuar.
Creo que el error está en pensar que todo es negociable y que basta con convocar a todos para lograr un acuerdo. Los tibios llaman a eso “construir sobre lo construido”, desconociendo que muchas veces lo construido está hecho sobre columnas de injusticia que se deben remover.
Cuarta idea. Ya han intentado inventar, en los medios de comunicación, un gobierno que no se corresponde con la realidad, basándose en calumnias, mentiras mediáticas y redes sociales. A eso ha ayudado, y mucho, un petrismo incapaz de ser eficaz en la comunicación.
Pero ahí sigue también vivo un país real, crítico. Ese país que en el año 2021 hizo un paro nacional. Esa fue la verdadera llama que permitió el triunfo electoral de Petro, más allá de alianzas políticas.
Y es cierto que ese país no tiene hoy la capacidad de un ejército, pero sí haría imposible un Gobierno de derechas impuesto. Por lo mismo y entre otras cosas, ha sido un error no haber liberado los muchachos de la primera línea, a los que las elecciones de 2022 les debe mucho.
Las calles desgastan, pero también tienen vida propia; las marchas no siempre triunfan, pero tampoco es cierto que pasen desapercibidas: el paro de 2021 tumbó ministros y trancó reformas, aunque a un precio muy alto de vidas humanas.
Ante el llamado a las calles, un problema es que tenemos una parte de la izquierda en el poder que ya no va a las marchas; mejor dicho: una parte de la izquierda que se burocratizó y no está de verdad con la propuesta del cambio. Por eso, sí que es un error no haber entendido quienes son los aliados y no haber limpiado las propias filas.
Y quinta idea. El riesgo de la tibieza. Decía el viejo Marx: “Los obreros franceses no podían dar un paso adelante, no podían tocar ni un pelo del orden burgués, mientras la marcha de la revolución no se sublevase contra este orden”. También añadió: “Sin revolucionar completamente el Estado francés no había manera de revolucionar el presupuesto del Estado francés”.
Hay muchos tibios, algunos neoliberales, otros simplemente cobardes, que llaman a la prudencia y al diálogo, como si Petro no fuera quien ganó las elecciones, como si hubiera empatado, como si su legitimidad no fuera cierta.
Otros dirán, para justificar el golpe, que Petro “ha cometido errores”. No se trata de discutir qué tan bien lo hizo Petro, se trata de salvar el único acuerdo medio decente entre las élites y una parte de la sociedad: la Constitución.
La derecha no ve que nos está empujando a que dejemos las diferencias para cerrar filas; no entorno a Petro, sino entorno a la democracia. Claro, el riesgo está en que seamos incapaces de cerrar filas y ahí veo a los tibios, los puros y los políticamente correctos.
No hay independencia de poderes, el CNE tampoco es independiente, como no lo ha sido en los últimos años la Fiscalía, la Procuraduría, ni la Defensoría. Aun dentro de la simple y llana democracia capitalista, lo que hace el establishment colombiano es vergonzoso.
La calle es no solo una opción, sino hoy un deber. Lo que está en juego no es la competencia del CNE, sino la competencia de la voluntad de la sociedad colombiana que eligió a Gustavo Petro.
Las élites están cometiendo un error de cálculo: el país de ahora no es el mismo de los años noventa, ni el mismo de los años dorados del uribismo. El miedo es que los cantos de sirena de los tibios nos lleven a cometer el error de Allende: creer que acercar al enemigo a la casa es lo mismo que controlarlo, cuando realmente es abrirle la puerta para su asalto final.