Es hora de reubicar la sede de la ONU
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Al Mayadeen Español
- 1 Noviembre 23:15
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La ubicación actual de la sede ha expuesto repetidamente las limitaciones de la política estadounidense, socavando la legitimidad de la organización y debilitando su capacidad para mediar en los conflictos, apoyar los procesos de paz y amplificar las voces marginadas.
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Es hora de reubicar la sede de la ONU.
A medida que el mundo cambia su atención hacia el cese al fuego en Gaza, debemos recordar uno de los principales desafíos logísticos que enfrenta la diplomacia multilateral encabezada por las Naciones Unidas: la ubicación de su sede dentro de los Estados Unidos.
Los diplomáticos y líderes mundiales deben comenzar el trabajo para reubicar la oficina central de la ONU antes de la Asamblea General del próximo año.
Cualquier duda sobre esta urgencia fue puesta a descansar por el discurso de casi una hora de duración del presidente estadounidense Donald Trump, en el que troleó a la institución desde su propia etapa en la última Asamblea.
Fue un recordatorio brutal, pero necesario, de lo no apto que se ha vuelto Estados Unidos para albergar a las principales instituciones multilaterales del mundo.
La ubicación actual de la sede ha expuesto repetidamente las limitaciones de la política estadounidense, socavando la legitimidad de la organización y debilitando su capacidad para mediar en los conflictos, apoyar los procesos de paz y amplificar las voces marginadas.
Socavar el mandato de la ONU
Semanas antes del discurso de Trump, Estados Unidos revocó las visas para los miembros de la delegación palestina, incluido el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, impidiendo su participación en la Asamblea General en el momento en que más se necesitaba. No fue un incidente aislado.
Durante décadas, las acciones estadounidenses han divergido del mandato de la ONU de defender el derecho internacional y la soberanía estatal.
En 1988, la administración Ronald Reagan negó visas a Yasser Arafat y a la delegación palestina después de que Palestina declarara la independencia, a pesar de reconocer el derecho de "Israel" a existir.
El desdén estadounidense por la ONU es claro: la administración del presidente George W. Bush socavó a los inspectores de armas de la ONU y desafió al Consejo de Seguridad y a la Asamblea General para invadir Irak, una decisión imprudente que desestabilizaba el Medio Oriente y continúa repercutiendo.
De hecho, la ONU está constantemente atrapada en la red de la política interna de los Estados Unidos.
En su primer mandato, Trump impuso amplias prohibiciones de viaje a ciudadanos de países de mayoría musulmana, incluidos Sudán, Yemen e Irak, muchas de las cuales son zonas de conflicto donde la ONU desempeña un papel vital en la mediación y la entrega de ayuda humanitaria.
Tales restricciones silenciaron las voces más afectadas por el conflicto, distanciando aún más a la asamblea de la ONU de las que se pretende representar. Y el regreso de Trump al cargo ha llevado a que se restablezcan las prohibiciones de viaje a Yemen y otros países del Sur Global.
La actual administración ha sido aún más agresiva en sus intentos de socavar la ONU. El presidente, junto con altos funcionarios como el asesor de Seguridad Nacional y el secretario de Estado Marco Rubio, han atacado con frecuencia la institución junto con otros organismos internacionales.
Enviar un mensaje fuerte
La crítica a la ineficiencia de la ONU no es nueva, ni totalmente infundada. Sin embargo, desde 1945, sigue siendo un foro vital para la cooperación multilateral y la solución de conflictos.
El Secretario General, António Guterres, ha esbozado reformas, desde la consolidación de los organismos hasta el establecimiento de nuevas agendas temáticas, pero los acontecimientos recientes dejan claro que se necesita un cambio estructural más profundo.
Si bien la actual carta de la ONU dice que la organización debe tener una sede, no especifica dónde debería estar.
La reubicación de las oficinas centrales fuera del territorio de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad tendría repercusiones simbólicas y sustantivas. Eliminaría el riesgo de que la política de un Estado miembro obstruya la participación y envíe una poderosa señal de compromiso con la inclusión y la neutralidad.
Varios países son opciones viables: Canadá, Bélgica, Suiza y Brasil poseen la infraestructura y la capacidad de seguridad, y tienen un historial de organización de eventos globales. Brasil, en particular, ha demostrado su disposición a través de la Cumbre BRICS, el G7, y su preparación para la COP30.
Hay precedentes incluso para movimientos temporales. En 1988, la Asamblea General de la ONU se reunió en Ginebra después de que a los representantes palestinos se les negaran visas.
Un modelo distribuido también es posible: muchas agencias de la ONU ya tienen su sede en Nueva York, como los organismos de derechos humanos en Ginebra.
Una mayor descentralización en múltiples países anfitriones disminuiría la carga logística sobre cualquier Estado, al tiempo que reforzaría el carácter universal de la ONU.
La reubicación de su sede no resolvería todos los desafíos de la ONU, ni eliminaría la influencia desproporcionada del P5. Pero eliminaría una barrera recurrente a la participación y restablecería la confianza en la neutralidad de la organización.
Para los países afectados por el conflicto, cuyas voces se supone que la ONU debe elevar, no excluir, tal cambio eliminaría las barreras a su representación y participación y proporcionaría espacio para los esfuerzos diplomáticos para poner fin a las hostilidades.
La eficacia de la ONU depende de la participación de buena fe de sus Estados miembros. Si bien Estados Unidos tiene todo el derecho a recalibrar su propia política exterior, cuando tales cambios obstruyen el funcionamiento de una institución internacional, las consecuencias son globales.
La Asamblea General tiene derecho a votar sobre una nueva ubicación. Los Estados miembros, y los países del sur global específicamente, deben actuar para liderar los esfuerzos de reubicación y salvar a la ONU de la interferencia de los Estados Unidos.
El momento de comenzar un proceso de este tipo no es agosto de 2026, cuando la administración Trump nuevamente retiene visas para países que no le gustan. Ahora lo es.
