Venezuela, Cuba y la táctica del diálogo
Tras años de asedio económico, político, mediático, diplomático y de agresiones terroristas y amenazas militares, la Revolución Bolivariana ha obtenido una nueva victoria, al obligar a EE.UU. y a la Unión Europea a sentar a sus fichas de la oposición a dialogar con el gobierno de Nicolás Maduro.
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Venezuela, Cuba y la táctica del diálogo.
Lo ocurrido ha sido posible, en primer lugar, por la resistencia de la alianza cívico-militar bolivariana, lo que ha obligado a la nueva administración estadounidense a evaluar su táctica de cara al derrocamiento del proceso chavista.
La mesa de diálogo establecida en México, con Noruega como garante y el acompañamiento de Países Bajos y la Federación Rusa, tal vez tenga un final distinto a los esfuerzos negociadores desarrollados entre 2017 y 2019 en República Dominicana, Noruega y Barbados.
En aquel entonces, la administración de Donald Trump se embarcó en un plan dirigido a destruir la Revolución Bolivariana, por lo que le eran prescindibles eventuales acuerdos negociados entre el legítimo gobierno de Maduro y la oposición. Las mesas resultaron en fracasos, lo que confirmó el carácter dependiente de la oposición venezolana.
Otros tiempos
América Latina mira a China cada vez con más entusiasmo, mientras sobrevive al fracaso social y económico de una ola de gobiernos derechistas y neoliberales que desarticularon los avances alcanzados por sus antecesores y fueron incapaces (son) de sortear el desafío socioeconómico que significa la pandemia.
Estados Unidos es consciente de lo anterior y ante un mundo que se asoma al declive de la unipolaridad y con las sombras simbólicas del capítulo Afganistán, está obligado a defender y reposicionar su hegemonía en Latinoamérica.
La región vive un momento de interesantes giros políticos, aunque distantes de los ímpetus integradores y liberadores de principios de siglo. En este escenario, Biden pareciera apostar por tácticas menos abiertas que las usadas por Trump.
Aprovechar la diversidad de matices políticos y de intereses económicos latinoamericanos podría facilitarle la tarea de regresar con fuerza a la zona.
Venezuela y Cuba
La Casa Blanca tiene dos escollos importantes que sortear en su afán por afianzarse en la zona: Venezuela y Cuba.
Ya la OEA con su descrédito, no resiste un nuevo esfuerzo por atacar a Venezuela; mientras que el Grupo de Lima se quedó sin campamento. Los fracasos de las acciones antivenezolanas son tan estridentes que ya resulta inmanejable para algunas cancillerías latinoamericanas y europeas mantener ese camino trillado.
Washington ha comprendido esto y ha dado luz verde a los diálogos en México. Allí cuenta con sus súbditos dentro de la oposición venezolana y sus aliados de la OTAN. El gobierno bolivariano no llega solo, la diplomacia rusa lo acompaña y el respeto de los mexicanos no será poco.
No se puede olvidar que la administración Obama, de la que Biden fue su vicepresidente, empleó contra Venezuela diversos recursos dirigidos a derrocar al gobierno de Maduro. Fue Obama el que firmó la orden ejecutiva que catalogó a Venezuela como una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional de EE.UU.
Sin embargo, el contexto amerita otro plan: arrancar concesiones a Maduro a cambio del levantamiento de las medidas de bloqueo y crear las condiciones para una derrota electoral de la Revolución chavista.
Asume la actual administración estadounidense que el desgaste de estos años, las consecuencias del bloqueo económico y de la pandemia impactarán en los próximos comicios presidenciales, previstos para el 2024, y sobre los cuales, Diosdado Cabello, vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela, dijo que la fecha se mantiene.
La subestimación de la identidad chavista y la conciencia ganada por la mayoría del pueblo venezolano podría llevar a Biden a un clásico error de cálculo frente a Venezuela o al fracaso de las negociaciones, si insiste, a través de la oposición, en condiciones inaceptables para el gobierno venezolano..
Respecto a Cuba, histórica fue la visita de Obama a la Isla socialista con Raúl Castro como anfitrión. Mientras asfixiaban a Venezuela, Obama intentaba un nuevo camino dirigido a minar desde adentro la Revolución cubana. La señora Biden también caminó por las calles de La Habana y algo debió contarle al hoy presidente Joe.
Trump desmontó la “variante Obama” para Cuba y lanzó, con la pandemia como aliado, un ataque a fondo contra la economía isleña. El plan era poner en tensión la Revolución y crear condiciones para organizar un estallido social mediante las acciones previstas en los manuales de golpes blandos.
Biden arribó al poder con este plan en marcha y no lo ha detenido. Así le ocurrió a Kennedy con la invasión por Bahía de Cochinos en 1961. Parece que los demócratas están predestinados por la providencia a cargar con los fracasos más estrepitosos frente a Cuba.
Todos los actores contrarrevolucionarios financiados por años por agencias estadounidenses se pusieron en fila y apoyaron la operación que tuvo dos momentos importantes en noviembre de 2020 y en julio de 2021, mientras que una red comunicacional de amplio espectro comenzó a sembrar una nueva matriz propagandística: la necesidad de un “diálogo” al interior de la sociedad cubana.
Ni una de las 243 medidas de carácter económico que tomó Trump contra Cuba ha sido modificada por el actual mandatario. Además, ha “sancionado” a militares por la supuesta “represión”, y catalogó al Estado cubano como “fallido”, en un intento por mantener la hostilidad y la presión contra La Habana, mientras parece aflojar con Caracas.
¿Aspira Biden y su equipo a lograr una desestabilización interna en Cuba que obligue a la Revolución a entablar un diálogo con sus enemigos nativos?
La insistencia de los diversos y minúsculos sectores contrarrevolucionarios en esta matriz, confirman que es un recurso más de los que tiene Washington para deslegitimar internacionalmente y debilitar internamente a la Revolución cubana.
Pero en el caso cubano, Biden tiene un gran problema: el único interlocutor que tiene la Revolución cubana para sostener un diálogo sobre los problemas cubanos es el pueblo, principal sostén del proceso político y protagonista inequívoco en la construcción del socialismo.
Así lo confirman la respuesta popular dada en Cuba a los intentos desestabilizadores del 11 de julio pasado, y los encuentros que ha tenido el Presidente Miguel Díaz-Canel en las últimas semanas con obreros, campesinos, mujeres, intelectuales y estudiantes.
Cuba ha reiterado su intención de mantener una relación con EE.UU., de igual a igual y sin precondiciones. También el presidente Maduro, sin perder de vista la importancia de desmontar los planes contrarrevolucionarios, ha instado a Washington a aprovechar la mesa abierta en México para discutir las diferencias entre ambos países. Tanto en La Habana, como en Caracas se sabe qué mano mueve la cuna.