Erdogan: el muro inclinado se ha caído
Erdogan decidió sus opciones temprano al dirigirse al oeste, prefiriendo los intereses a los principios, el problema no está en él, sino en aquellos que lo interpretaron de manera incorrecta.
Después del incidente de la embarcación Marmara en 2010, aumentó la tensión entre Turquía, presidida por Recep Tayyip Erdogan, y la entidad sionista, y su popularidad en Palestina aumentó en el contexto de su ataque contra la entidad sionista; poco después de que el Partido Justicia y Desarrollo, liderado por Erdogan, ganara la mayoría de las alcaldías turcas en 2014, muchos palestinos se mostraron optimistas y algunos consideraron esta victoria como una victoria y un triunfo para el proyecto islámico y para el pueblo palestino; algunos salieron a la calle expresando su alegría y festejando este triunfo en la sitiada Gaza, basados en una lectura errada de la experiencia de Erdogan y de su partido en el poder y alejada de una visión objetiva cuyo eje es el proyecto de la liberación de Palestina.
En medio de toda esta bulla, escribí un artículo en abril de 2014, en el que concluía que: “apoyarse en Erdogan es como recostarse en una pared inclinada, porque la estructura del régimen turco -hasta ahora- se basa en el papel funcional que Turquía juega en el marco de la integración con el papel funcional de la entidad sionista, al servicio del proyecto occidental encabezado por Estados Unidos y hostil a nuestra nación, y Erdogan no ha cambiado en este sistema salvo la fachada que sirve a su política exterior, en particular hacia la región árabe, que requiere de un papel turco dentro del margen que permite Estados Unidos”.
Dos años después de escribir el artículo mencionado anteriormente, Turquía encabezada por Erdogan firmó un acuerdo con la entidad sionista luego de que esta aceptara cumplir dos condiciones, la de ofrecer disculpas y la de dar una compensación y Turquía aceptara renunciar a la condición de levantar el cerco a Gaza; el acuerdo puso fin a la tensión que reinaba antes, retomando la normalización de las relaciones diplomáticas y volviendo así a su curso las aguas estancadas entre ambas partes, desembocando estas en el lodazal de la normalización; yo había comentado este acuerdo en un artículo publicado en junio de 2016, describiéndolo como: “el fin de una ilusión vivida por algunos de los que depositaron grandes esperanzas en el estado turco y su hostilidad hacia el entidad hebrea, sin percatarse de la profundidad de la alianza estratégica existente entre los dos países, la cual tiene su origen en la orientación de Turquía hacia occidente, su papel funcional dentro de la OTAN, y su deseo de integrar la Unión Europea.
La alianza estratégica entre Turquía y la entidad sionista tiene sus raíces en el establecimiento de esta entidad, y está ligada a la naturaleza del estado turco moderno, cuyos cimientos fueron colocados por Mustafa Kemal, apodado (Ataturk) sobre las ruinas del estado del califato otomano; la Turquía kemalista moderna, con su identidad nacional y condición secular, se había separado de su extensión geográfica oriental y árabe, y de sus raíces históricas islámicas y otomanas, y se dirigió culturalmente hacia el occidente europeo y estadounidense, y su brújula política se desvió hacia Tel Aviv y Washington; por lo tanto, se incorporó a la organización (el Consejo de Europa) en 1949, para formar parte de Europa (fue un esfuerzo en vano), y se incorporó a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1952, para ser una ficha en manos de Estados Unidos y occidente en su guerra fría contra la Unión Soviética y su bloque oriental, e ingresó a la Organización del Tratado Central (Pacto de Bagdad) en 1955, para ser un escudo en manos del colonialismo sionista-estadounidense contra el Egipto nasserista y su corriente nacionalista.
En consonancia con este papel funcional turco dentro el marco del proyecto colonial occidental, era necesario fortalecer las relaciones con el centro del proyecto y su punta de lanza (“Israel”), y Turquía fue el primer país islámico en reconocer a la entidad sionista en 1949, con la cual suscribió posteriormente un tratado estratégico de cooperación económico y militar en 1958, así como la unió con la monarquía iraní y con el ente sionista el acuerdo de seguridad (el Tridente) en 1958.
Turquía formó con Irán del Shah y con Etiopía un triángulo, cuyo centro fue la entidad sionista, en el marco de la teoría de (consolidar las extremidades) para romper el bloqueo árabe impuesto a la entidad sionista y para asediar a los que la habían sitiado, y suscribió con la misma un tratado de cooperación estratégica integral nuevamente en 1996, para abrir su territorio, mar y su espacio como campo de entrenamiento para el ejército de ocupación israelí, y convertirse en el mayor importador de armamento israelí y la mayor atracción para los turistas israelíes... la Turquía kemalista llegó al tercer milenio con este pesado legado en su relación con occidente y con la entidad sionista; para que este legado sea asumido por el Partido Justicia y Desarrollo liderado por Erdogan después de llegar al poder en 2002.
El Partido Justicia y Desarrollo cargó con ese legado que definía la relación de Turquía con occidente y con la entidad, y continuó su marcha, manteniendo su orientación hacia occidente y la alianza con “Israel”, sumándole a esto la apertura hacia el este y el sur, en particular hacia la región árabe, en el marco de la teoría de la (profundidad estratégica) que Ahmet Davutoğlu, el segundo hombre del partido y del régimen – anteriormente - concibió en su libro (La Profundidad Estratégica) en 2001; la visión de Davutoğlu se basa en volver a conectar a Turquía con su entorno árabe, islámico y oriental para encontrar un papel regional central con influencia, en lugar del papel marginal que tenía en la era de la Guerra Fría, pero sin tener que confrontarse con el sistema mundial unipolar encabezado por Estados Unidos, y sin perjuicio a la orientación de Turquía hacia el oeste europeo, y sin abandonar la alianza con la entidad sionista.
La visión de la (profundidad estratégica) significa en este sentido mantener una relación fuerte, profunda y prioritaria con la entidad sionista, y ello explica el mantenimiento de las relaciones económicas y militares estratégicas entre ambos, a pesar de la etapa previa de tensión mediática, política y diplomática, y la relación con la causa palestina se enmarca en la apertura hacia el este y el sur, o sea a los árabes y los musulmanes como profundidad estratégica que sirve los intereses económicos y políticos de Turquía, y favorece la orientación turca hacia el oeste o sea hacia Europa y Estados Unidos y esta orientación necesita de la relación con “Israel” no con Palestina, la cual sería posible aplazar, o abordarla solo en los medios y verbalmente dentro de los límites de la (legitimidad internacional), mientras se mantiene en la practica la relación con la entidad sionista, y es lo que Erdogan quiso decir señalar cuando dijo “Israel necesita de un país como Turquía en la región, y nosotros tenemos que aceptar el hecho de que también necesitamos a Israel”, y esto impulsó a Erdogan a invitar a Isaac Herzog, el presidente de la entidad sionista, para visitar Ankara y recibirlo con una fastuosidad exagerada.
Desde el principio Erdogan decidió sus opciones dirigiéndose hacia el oeste, prefiriendo los intereses a los principios, y el problema no está en él, sino en aquellos que lo interpretaron de manera unilateral e incorrecta, fundando así sus sueños al borde de un acantilado accidentado, demoliéndose en las profundidades de la decepción, y apoyando sus esperanzas en un muro inclinado, y por ello cayeron al fondo del precipicio.
Ha llegado el momento de volver a darle lectura a nuestra realidad política para que Palestina sea la brújula de nuestras alianzas regionales y nuestras relaciones internacionales, con el fin de conocer quien surca por el camino de la resistencia y de la liberación, y quién recorre el camino de la negociación y de la decidía, y para poder distinguir entre quienes luchan por la eliminación de la entidad sionista y los que avanzan hacia la normalización con la misma, y para poder distinguir entre quienes se levantan para cumplir con lo que dicta la conciencia, y quienes se levantan para afirmar la Declaración Balfour.