Iván Duque: ¿Buen jugador?
Iván Duque fue a la Cumbre de las Américas como va un apostador a un casino. No cupo en él la opción de abstenerse a arriesgar la poca credibilidad que le quedaba. Fue con la premisa de todo o nada, a sabiendas de que el resultado de su apuesta es incierto.
El cúmulo de desatinos en política exterior de Duque pareciera que no le diera margen para otra posibilidad. Llegar a una Cumbre marcada por la crítica casi unánime de la región por sus exclusiones y respaldar la decisión del anfitrión con un discurso obsoleto y de guerra fría, descoloca a Colombia de la realidad del hemisferio.
Tachar de dictaduras, una vez más, a Cuba, Venezuela y Nicaragua y lanzar un dardo descontextualizado contra Rusia es de un cinismo olímpico, más cuando su gobierno ha estado marcado por las trampas a la paz, el desmontaje de las garantías mínimas para la democracia liberal-burguesa, la defensa de la guerra, y el aliento a la violencia, con el saldo de miles de muertos y la debacle de los rezagos del Estado de derecho.
Hacer trizar la paz
Duque destruyó la poca credibilidad que venía alcanzando la política exterior colombiana desde los tiempos de la construcción y concreción del Acuerdo de Paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla FARC-EP.
Santos y su equipo lograron un acompañamiento internacional sólido en torno al Acuerdo de Paz. La diversidad de actores involucrados, y el consenso regional e internacional existente sobre la necesidad de lograr el fin de la guerra en Colombia, facilitaron el parto de un complejo acuerdo que la ONU presentaría al mundo como un ejemplo de lo que es posible cuando la paz se pone como meta frente a los intereses estrechos de grupos, partidos, países o bloques.
Sin embargo, el gobierno de Duque se empeñó en “hacer trizas” el Acuerdo y los consensos internacionales construidos. La ruptura con Venezuela; los ataques sistemáticos contra Cuba para facilitar los planes anticubanos de Trump y “deshabanizar” la paz; las críticas a la ONU, a su misión de verificación y al Consejo de Seguridad por sus posturas frente a la política gubernamental; el debilitamiento del peso político del componente internacional en la verificación de la implementación del Acuerdo; y la individualización de los aportes económicos internacionales a una implementación parcial y focalizada, fueron algunos de las acciones de Duque en su afán por destruir o al menos desviar de su esencia la paz firmada en La Habana en el 2016.
A pesar de estos enconados y calculados esfuerzos, Duque saldrá de la Casa de Nariño sin lograr la destrucción del Acuerdo. La paz como proceso y la implementación parcial y accidentada de lo pactado avanzan en algunos puntos a pesar de todo, y han impactado de manera notable en el curso político del país.
Los cambios que vive hoy Colombia son resultado en gran medida de ese Acuerdo. Los ataques del uribismo y de su representante Duque tenían precisamente el objetivo de evitar lo que hoy ocurre.
Otros fracasos
Después de haberlo apostado todo por Donald Trump, y convertirse en una celestina punta de lanza de los desvaríos de la ultraderecha estadounidense en Latinoamérica, Duque aspira a recibir el perdón de Biden, pues la intromisión de su partido en las elecciones de Estados Unidos a favor de los republicanos aún es recordada en los círculos demócratas.
Otro gran fracaso de Duque en política exterior fue su apuesta por la destrucción de la Revolución Bolivariana, viejo anhelo de la oligarquía colombiana. Como ya es conocido, el cerco diplomático orientado en inglés y ejecutado por Duque, aunque ayudó a un ambiente polarizador en la zona, evolucionó rápidamente a un circo del cual fueron desvinculándose poco a poco varios países y gobiernos conscientes de su ineficacia.
Aquellas proféticas palabras de Duque cuando aseguró que a Nicolás Maduro le quedaban horas en el poder, le retumbarán mientras haga las maletas en su alcoba del palacio de Nariño.
Histórico también fueron, para desprestigio de los diplomáticos colombianos, el reconocimiento de una figura como la que representó Juan Guaidó y aquellas comunicaciones oficiales del gobierno colombiano al “gobierno” de este títere que resultó ser un ladrón profesional.
La diplomacia colombiana tardará años para olvidar aquel recibimiento a Guaidó, quien arribó a Colombia con el respaldo de una banda narcoparamilitar. En los archivos presidenciales y de la Cancillería quedarán firmadas y para la posteridad las risibles solicitudes hechas al “presidente interino” Guaidó desde Colombia.
La primera, para extraditar a una prófuga de la justicia colombiana detenida en Caracas; y la otra, para que devolvieran unas lanchas artilladas que de manera misteriosa llegaron a las aguas fluviales de Venezuela. Si la profecía sobre las horas de Maduro en el poder resultó un error de cálculo potencialmente tolerable dada las pasiones juveniles e inexpertas de Duque, estas otras solicitudes llegaron al pináculo del ridículo imperdonable.
En la lista de los fiascos no se puede dejar de anotar la derrotada invasión mercenaria contra Venezuela, organizada desde Colombia, en la que participaron ex militares estadounidenses; o la participación de ex militares colombianos en el asesinato del presidente haitiano, episodio que aún no está del todo esclarecido.
El capítulo cubano fue tal vez el más debatido y el más sorprendente. Con una jugada inmoral e ilegal a la luz del derecho internacional, Duque le facilitó a Trump la decisión de incluir a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo.
Aquella bárbara solicitud de extradición de la delegación de paz de la guerrilla ELN ubicada en Cuba, país sede de las conversaciones, no fue respaldada por ningún jurista serio colombiano o internacional; y conociendo la altura política de Cuba y su respeto a la legalidad internacional, la respuesta era esperada.
La Habana no extraditó a los negociadores guerrilleros y Trump actuó con un argumento insostenible jurídicamente, pero mediáticamente explotable. Hasta hoy esa afrenta pesa sobre el pueblo cubano no solo en lo político, sino también en lo económico, pues la inclusión en la espuria lista facilita la política de bloqueo económico, comercial y financiero que mantiene Washington contra La Habana.
Desde entonces Duque ha mantenido una hostilidad infantil contra Cuba, que incluyó la abstención en la condena al bloqueo en la ONU y la expulsión de un diplomático antillano con señalamientos alucinantes.
Otro gran favor a la derecha estadounidense fue el ataque de Duque a los esfuerzos integracionistas de Latinoamérica. UNASUR fue el blanco para promover la PROSUR, esfuerzo que resultó inútil e intrascendente. Paralelamente, Duque intentó fraccionar la CELAC, pero se encontró con el peso de México y Argentina.
Duque y su equipo también interfirieron en las elecciones ecuatorianas. El fiscal general de Colombia viajó personalmente en medio de la campaña electoral ecuatoriana con supuestas informaciones de inteligencia que señalaban al candidato de izquierda de tener supuestos vínculos con el ELN. Una clara y tosca acción desesperada ante el temor de que la izquierda ganara al sur de sus fronteras.
Si no bastara, Duque, quien habló a pulmón lleno de democracia y valores en la Cumbre de las Américas, reconoció al gobierno golpista y fascista de Jeanine Áñez en Bolivia que llegó al poder tras una operación que involucró a la OEA.
Cuando el mandatario uribista habló en la Cumbre, dedicó unos minutos al cambio climático y su impacto en el medio ambiente. Sin embargo, su gobierno junto a los legisladores derechistas impidieron la ratificación del Acuerdo de Escazú. Esto no es un fracaso sino una pírrica y criminal victoria, pues la derecha colombiana y el propio Duque son defensores del fracking y de la fumigación con glifosato de los cultivos de coca y marihuana, y su complicidad o su inacción con el asesinato de líderes defensores del medio ambiente son conocidas.
El próximo agosto comenzará un nuevo mandato presidencial. Los discursos de los contrincantes ya dan señales de los caminos que en materia de política exterior podrían recorrer sus eventuales administraciones. Reparar los daños que Duque deja en la diplomacia colombiana no será tarea fácil.
Duque cree que ganó sus apuestas y hasta es posible que consiga un cargo en la ONU, la OEA o el BID. Lo cierto es que nada bueno dejó su paso por la presidencia y ya es catalogado como uno de los peores mandatarios que ha tenido Colombia. Como mal jugador, además de perder, quedará huérfano de un prestigio que no pudo cultivar.