La veleta
La veleta gira y gira, y hoy se habla de música, mañana de fútbol, pasado de genocidio: la veleta no para de girar y a nada se le dedica demasiado tiempo. Mientras, en Perú, decenas mueren por la represión, y en Palestina siguen muriendo inocentes por los bombardeos, pero la conversación sociodigital ya abordó esos temas, los deglutió.
Según sopla el viento se mueve la veleta, apuntando al norte o al sur, al este o al oeste. Y cuando la ventolera es muy fuerte, gira enloquecida y se vuelve una figura abstracta, como una moneda dando volteretas en el aire. Eso que llamamos “opinión pública” (y que tiene muchas acepciones e interpretaciones diferentes) se comporta a menudo de forma similar: según soplan los vientos, la conversación social va fluyendo en uno u otro sentido. Y en el entorno digital, que funciona como motor de hiperdinamización de las interacciones humanas, esa veleta gira enloquecida y caprichosa.
Lo que pudiera (y me atrevo a decir que debiera) ser un asunto privado, la ruptura de una relación, puede convertirse en un huracán mediático que vaya empujando a la opinión pública a ir dando bandazos. La excesiva exposición a la que las “celebridades” se enfrentan en el mundo contemporáneo promueve que cualquier “fan” (apócope de fanático y concepto cada vez más cercano a una suerte de fundamentalismo religioso) acceda a detalles íntimos y hasta experimente la sensación de cercanía con sus “ídolos”; y que se discuta de manera enardecida sobre sus vidas, incluso llegando a dividirse en facciones opuestas.
Entonces, cada nueva noticia, ya sea de un juicio de divorcio sensacionalista del que se llega a conocer cada palabra dicha, cada foto de la nueva pareja, cada canción que lanza dardos de desamor (a veces sutiles, a veces…) se torna ráfaga tempestuosa y “el público” de ese espectáculo que sucede aparentemente al margen del arte o de la política consume, frenético, titulares, crónicas amarillistas, opina a favor y en contra, se entristece o alegra, pontifica…
La conversación digitalizada metaboliza cualquier suceso, de la naturaleza que sea, da igual si es una competición deportiva o una guerra. Las grandes corporaciones aprovechan los giros de la veleta para impulsar sus agendas con la corriente de viento, con memes sobre la cantante que usó una marca de reloj como metáfora o con el hombre que acusó a su exesposa de difamarlo. Se vuelven virales cientos de hilos de Twitter dedicados a reflexionar si es válido o no llevar a internet los engorrosos detalles de una infidelidad. Facebook se llena de usuarios que hablan de la víctima más reciente de linchamiento o de “popularidad”, con una violencia que apunta a una alarmante deshumanización.
La veleta gira y gira, y hoy se habla de música, mañana de fútbol, pasado de genocidio: la veleta no para de girar y a nada se le dedica demasiado tiempo. Mientras, en Perú, decenas mueren por la represión, y en Palestina siguen muriendo inocentes por los bombardeos, pero la conversación sociodigital ya abordó esos temas, los deglutió. Se pasa a otra cosa. Hacen falta nuevos temas de conversación, nuevos escándalos, nuevas polémicas. Pocos sobreviven a los 15 minutos de fama.
Gira y gira la veleta, no cesa el viento huracanado. Quizá porque, de haber calma, de despejarse el clima, se pudieran ver las cosas verdaderamente importantes. ¿Y qué negocio se puede hacer con eso?