El no alineamiento activo
El autor aborda la política de no alineamiento del presidente Lula frente a los candentes conflictos internacionales y sus principales actores.
Lula dijo «no» a la petición del canciller alemán Scholz de suministrar municiones para ser utilizada en los tanques Leopard entregados a Ucrania, «cuando uno no quiere, dos no pelean» El mismo Lula votó a favor de la Resolución nº ES-11/L.7 de la ONU exigiendo la retirada «total, inmediata e incondicional» de los territorios ucranianos tomados por las tropas rusas seis días después de visitar Washington, a contramano de sus socios del BRICS, China, India y Sudáfrica que se abstuvieron en la votación de esta misma Resolución.
Las declaraciones de Lula repercutieron de forma negativa en Ucrania y en parte del Norte Global cuando se preparaba para partir a Asia. Con anticipación a su visita a China, Lula ya había sugerido que Ucrania cediera Crimea para poner fin a la guerra. Una vez en China, el discurso de Lula incitó una respuesta aún más contundente de los norteamericanos, que argumentaron que el presidente brasileño ha adoptado una clara oposición a Washington, entre otras declaraciones, por criticar el uso preponderante del dólar en el comercio global y acusar al Fondo Monetario Internacional de «asfixiar» economías como la argentina.
Esta es una buena introducción, pero el problema que subyace es si Brasil puede jugar con dos mazos de cartas diferentes en esta época tan convulsionada. Qué tanta paciencia podrá tener un EE.UU. en retroceso, los propios BRICS y el establishment de Brasil. Qué hay detrás de sus declaraciones, si existe una razón pragmática de intereses más profunda, con la que el Estado brasileño se ha ido posicionando en el conflicto y en su relación económica con los BRICS. ¿Esto explicaría la constante dosificación de las críticas a Putin y la limitación de las condenas a Rusia así como la ambivalencia en su posición y en sus declaraciones?
Entre 2000 y 2020, el comercio entre China y América Latina aumentó de US$ 12 mil millones a US$ 315 mil millones, es decir, se multiplicó por 26. Solo en Brasil, China pasó de una participación de casi el dos por ciento de las exportaciones brasileñas en 2000 al 32,4 por ciento en 2020. En el 2000, China no estaba ni entre los cinco principales socios comerciales de Brasil. En 2022, el país asiático encabeza este rubro con una participación de más del doble de Estados Unidos, segundo socio comercial del país.
Tanto Bolsonaro en su momento, como Lula en la actualidad, poseen entre sus bases parlamentarias importantes segmentos de interés vinculados a los agronegocios, que corresponden nada menos que a cerca del 26 por ciento del PIB y al 48 por ciento del total de las exportaciones brasileñas, unos 160 mil millones de dólares/año. La productividad de estos agronegocios está condicionada a la aplicación masiva de fertilizantes, especialmente nitratos, fosfatos, sulfatos. Brasil es el mayor importador de fertilizantes del mundo, y Rusia es actualmente el país de origen de la mayoría de las importaciones, satisfaciendo el 22 por ciento de la demanda, según datos de 2022. Cuando las tensiones internacionales estaban a punto de estallar, con la visible concentración de tropas rusas en las fronteras con Ucrania, Bolsonaro no tuvo reparos en destacar el «matrimonio perfecto» con Rusia, lo que demuestra su importancia.
A poco más de 100 días de mandato presidencial, Lula ya realizó visitas de alto perfil a Argentina, Uruguay, Estados Unidos y China, y pronto se dirigirá a Europa y África. Esta idea del “no alineamiento activo”, que describe un mundo cada vez más multipolar, donde Brasil (y otros países latinoamericanos) deben priorizar sus propios intereses, mantener una posición de neutralidad en grandes contiendas geopolíticas como la competencia estratégica EE.UU.-China. Esta idea debería orillar a Brasil a compartimentar su relación con socios en función de afinidades específicas, de acuerdo a las estadísticas que expusimos anteriormente. En teoría, esto debería permitir que su política exterior se comprometa con una gama más amplia de actores, si es que esto se puede.
Es cierto también, que EE.UU. no puede ignorar la nueva “marea rosa” en América Latina. A pesar de la ambivalencia, su posicionamiento confirmaría la tendencia regional de cambios geopolíticos que se alejan de la hegemonía de Estados Unidos. En este proceso, que inicia posiblemente con la elección de Andrés Manuel López Obrador en México en 2018, gana fuerza con Alberto Fernández en Argentina en 2019 y se consolida con la elección de Gustavo Boric en Chile en 2021, Xiomara Castro en Honduras, Lula en Brasil y Gustavo Petro en Colombia en 2022.
El viaje del Secretario de Estado de los Estados Unidos, Antony Blinken, a América del Sur en octubre del 2022 fue el principio de un ejercicio de control de daños y acoso, que tuvo un éxito parcial para Washington con visitas a Colombia, Chile y Perú, donde los intereses comerciales estadounidenses están perdiendo frente a la competencia china y aceleró la ofensiva contra Argentina, muestras que no pasan desapercibidas para Brasil, con intenciones de destitución constante.
Brasil tiene que acompañar a gran parte del Sur Global –que sobrevive a las desigualdades producidas por el colonialismo pasado y presente– que se mostró reticente en abrazar a sus verdugos occidentales como los defensores de la causa justa, o las amenazas al “estilo de vida” americano y europeo basado en “reglas, valores, igualdad y equidad”. Visto desde Occidente, Estados Unidos intenta parecer un socio confiable y valioso, con valores compartidos como la democracia y los derechos humanos, el cambio climático y la cooperación en seguridad. Por el contrario, la relación con China se centra en el comercio, la complementariedad de inversiones y la concertación diplomática para resaltar la importancia del Sur Global en el sistema internacional.
La ambigüedad en el discurso contrasta con algunos hechos. Lula se reunió con el presidente Joe Biden antes de reunirse con el presidente Xi, el séquito relativamente pequeño que siguió al viaje de un día del presidente brasileño a Washington contrastó fuertemente con su visita a China. El presidente Lula estuvo acompañado en Beijing y Shanghai por una nutrida comitiva de líderes empresariales, varios gobernadores estatales y más de 40 congresistas, incluido el presidente del Senado, Rodrigo Pacheco.
En su encuentro con el presidente chino, Lula firmó 15 memorandos de entendimiento y 20 acuerdos en una amplia gama de temas como: agronegocios, alianza contra el hambre y la pobreza, cooperación en temas sociales, innovación industrial y tecnológica, inversiones en distribución de energía, cambio climático, e incluso la cooperación espacial. Sin duda, algunas de estas áreas causan gran incomodidad en Washington, de las que sobresalen principalmente dos.
La primera, durante la toma de posesión de la expresidenta Dilma Rousseff como titular del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, Lula opinó sobre el papel del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial. Instó a un desafío frontal al dominio del dólar estadounidense. En este sentido, el acuerdo de intercambio de moneda real-yuan, firmado recientemente, está configurado para optimizar y reducir los costos del comercio bilateral y le permitirá evitar el dólar estadounidense por completo. El acuerdo de intercambio de divisas de Brasil con China no significa necesariamente aceptar las políticas comerciales de Beijing, ya que se han establecido cámaras de compensación de divisas similares en otros 27 países, incluidos Australia, Canadá, Alemania y Estados Unidos, pero es un disimulado ataque al dólar.
La otra parada, muy seguida por los analistas de Washington, fue la visita del presidente Lula al centro de innovación del gigante tecnológico chino Huawei en Shanghái, considerado por los estadounidenses un riesgo para la seguridad y un brazo del gobierno chino. Lula fue recibido con gran pompa, buscando inversiones en la infraestructura de telecomunicaciones 5G y 6G de Brasil, así como cooperación en el desarrollo de inteligencia artificial. Esto es comprensible ya que Huawei ha estado en Brasil por más de 25 años, y desarrolló una parte importante de la infraestructura de telecomunicaciones en todo el país. Sin embargo, la visita podría generar señales de alerta en el Congreso de los EE.UU., lo que podría hacer que las nuevas concesiones de inversión a Brasil sean más difíciles.
En el frente tecnológico, Brasil y China también acordaron establecer un grupo de trabajo que prepara el escenario para una mayor inversión del gigante oriental en la industria brasileña de semiconductores. Se espera que China invierta en el centro estatal brasileño de investigación y desarrollo (I+D) de semiconductores, Ceitec (Centro de Excelência em Eletrônica Avançada). El desarrollo de la industria de semiconductores de Brasil es vital para que el país revierta su rápido proceso de desindustrialización. No obstante, estas inversiones pueden poner a Brasil en medio de la llamada guerra de chips entre Estados Unidos y China, especialmente si ayuda a este último a eludir las restricciones impuesta por Estados Unidos en octubre de 2022 a las exportaciones de semiconductores a China.
En contraposición, si bien China ha aumentado su nivel de inversión extranjera directa (IED) en Brasil que recibe la mayor cantidad de inversión en Latinoamérica, Estados Unidos sigue siendo el principal proveedor, invirtiendo casi U$S 200 mil millones en 2022, cuatro veces más que China. Según el informe más reciente del Banco Central de Brasil, EE.UU. fue la mayor fuente de inversión extranjera directa por beneficiario final, en 2021, todos los unicornios o startups brasileñas, valoradas en más de cinco mil millones de reales, recibieron inversiones de EE.UU. El 80 por ciento de los principales productos (importación y exportación) de los importantes sectores de comercio experimentaron un aumento en 2022, una señal de crecimiento maduro y un potencial impresionante en la relación comercial.
¿Cuáles serían los puntos de tensión bilateral en términos de geoeconomía que las políticas externas de Brasil deberían superar o consolidar? Según el artículo “Una agenda estratégica para el futuro del desarrollo sostenible en Brasil”, el primero es el cambio del centro de gravedad económico de Occidente a Asia y la creciente relevancia de China para Brasil, para América del Sur y para el Sur Global. Si, por un lado, el auge de los flujos bilaterales Brasil-China trajo una balanza comercial favorable para el primero, por otro lado, también generó una estructura comercial asimétrica. Las exportaciones de Brasil a China se concentran en materias primas minerales y agrícolas, principalmente soja y mineral de hierro. Mientras tanto, Brasil importa principalmente bienes manufacturados de alto valor agregado de China.
La segunda transformación es la revolución digital-tecnológica y la inauguración de un paradigma productivo más competitivo, sustentable e innovador que Estados Unidos está mirando con horror, sobre todo con los acuerdos firmados con China en la Declaración Conjunta entre la República Federativa de Brasil y la República Popular China sobre la Profundización de la Asociación Estratégica Global, Beijing, 14 de abril de 2023. Los cambios estructurales en las cadenas globales de valor determinarán la competitividad y el acceso a los mercados de los países, así como el futuro del trabajo. «China puede ser un socio en la transición de Brasil a la industria 4.0 y la agricultura digital, asegurando que ambos procesos ocurran de manera oportuna, competitiva y sostenible”.
La tercera transformación es la transición energética global y el impacto de la descarbonización de China en los mercados energéticos globales. La nación oriental se encuentra entre los mayores importadores de crudo del mundo, mientras que Brasil se encuentra entre los principales proveedores de crudo a China, y depende en gran medida de este último para sus exportaciones.
Por su parte, China no ha respaldado explícitamente la lucha histórica de Brasil para convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU (desde sus días posteriores a la Segunda Guerra Mundial, donde emergió del lado de los vencedores). Brasil, por el suyo, a diferencia de otros países de América Latina, duda en unirse a iniciativas lideradas por China, como la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda. Es probable que unirse a la iniciativa presente costos políticos importantes para la relación de Brasil con los Estados Unidos, que no se compensan con el aumento potencial de las inversiones porque, como dijimos, Brasil es el mayor receptor del sur.
Por último, y quizás uno de los mayores beneficios o retos, es que los BRICS superan al G7 en crecimiento económico. Bloomberg estima que las naciones BRICS contribuirán con el 32,1 por ciento del crecimiento global, en comparación con el 29,9 por ciento del G7, según las cifras más recientes del FMI. Se espera que el 75 por ciento del crecimiento global se concentre en 20 países y más de la mitad en los cuatro principales: China, India, Estados Unidos e Indonesia. ¿Brasil puede ser socio preferencial de un lado y otro de los mayores países por crecer?
El ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, dijo que «más de una docena» de países han mostrado interés en unirse a BRICS este año, incluidos Argelia, Argentina, Baréin, Bangladesh, Indonesia, Irán, Egipto, México, Nigeria, Pakistán, Sudán, Siria, Turquía , Emiratos Árabes Unidos y Venezuela. Otros países, como Arabia Saudita, Egipto y Bangladesh, han adquirido acciones en el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, de los cuales Brasil no sólo forma parte, sino tiene a su presidenta.
El dólar estadounidense se ha vuelto menos confiable para las economías dolarizadas, (con excepción de la estupidez Argentina de dolarizar la economía a contramano de la historia), debido al aumento de las tasas de interés reguladas por la Reserva Federal de los EE.UU. y a utilizar al SWIFT como armamento para sanciones financieras.
Jugar con dos mazos de cartas es una prueba de fuego para ver cómo intentaría Lula equilibrar los intereses de Brasil en un mundo cada vez más marcado por las tensiones geopolíticas. ¿Podrá el presidente revivir su política externa activa y alternativa en un mundo más complejo que hace dos décadas? El mundo en 2023, ciertamente, parece ser mucho menos indulgente con las potencias intermedias que asumen grandes riesgos geopolíticos.