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Correa: El desafío estratégico de la izquierda latinoamericana

  • 17 Febrero 2018 02:00
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Rafael Correa, expresidente ecuatoriano, su artículo "La izquierda latinoamericana, ¿atacada por la derecha y sus propios errores?", difundido primariamente en el sitio web Confirmado.net y replicado por CubaDebate, destaca que a partir de que Hugo Chávez ganara a finales de 1998 la Presidencia de la República de Venezuela, los gobiernos derechistas y entreguistas del continente empezaron a derribarse como castillo de naipes, y en su lugar llegaron gobiernos populares y adscritos al Socialismo del Buen Vivir.

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De izquierda a derecha en la primera línea : Rafael Correa, Juan Manuel Santos, Evo Morales, Hugo Chávez, Cristina Fernandez, Dilma Rousseff, Raúl Castro, Otto Pérez, Álvaro Colom, José Lobo.
En mayo 2008 nace Unasur y en febrero de 2010 se crea la Celac, con 33 miembros. De los 20 países latinos de Celac, 14 tenían gobiernos de izquierda, es decir, el 70 por ciento.

A su juicio, la primera parte del siglo XXI sin duda fueron años ganados. "Los avances económicos, sociales y políticos fueron históricos y asombraron al mundo, todo esto en un ambiente de soberanía, de dignidad, de autonomía, con presencia propia en el continente y en el mundo entero". 

Ayudó mucho entonces, dijo, la favorable coyuntura económica mundial. Las materias primas que exporta especialmente Sudamérica, tuvieron altos precios durante esos años, pero la gran diferencia es que por fin esa riqueza fue invertida en el Buen Vivir de nuestros pueblos.

América Latina vivió un cambio de época, modificó substancialmente el balance geopolítico de la región. 

También en esa época, recuerda Correa, se iniciaron los ataques a los gobiernos de izquierda. En el 2002 el Gobierno de Hugo Chávez tuvo que soportar un fallido golpe de Estado, pro a partir de 2008 que se intensificaron los intentos no democráticos de acabar con los gobiernos progresistas, como fue el caso de Bolivia en el 2008, Honduras 2009, Ecuador 2010, y Paraguay 2012. Cuatro intentos de desestabilización, dos de ellos exitosos -Honduras y Paraguay-, y todos contra gobiernos de izquierda.

A partir del 2014 y aprovechando el cambio de ciclo económico, estos esfuerzos desarticulados de desestabilización se consolidan y conforman una verdadera “restauración conservadora”, con coaliciones de derecha nunca vistas, apoyo internacional, ilimitados recursos, financiamiento externo. La reacción se ha profundizado y ha perdido límites y escrúpulos. 

Ahora -apunta Correa- tenemos el acoso y boicot económico a Venezuela, el golpe parlamentario en Brasil, y la judicialización de la política –”lawfare”-, como nos lo demuestran los casos de Dilma y Lula en Brasil, Cristina en Argentina, y el vicepresidente Jorge Glas en Ecuador. Los intentos para destruir Unasur y neutralizar la Celac, también son evidentes y, no pocas veces, descarados. Ni hablar de lo que está sucediendo en Mercosur. 

En Sudamérica, en los actuales momentos, tan solo quedan tres gobiernos de corte progresista: Venezuela, Bolivia y Uruguay. Los eternos poderes que siempre dominaron a Latinoamérica, y que la sumieron en el atraso, desigualdad y subdesarrollo, regresan con sed de venganza, después de más de una década de continuas derrotas.

En su artículo, Correa señala que la estrategia reaccionaria está articulada regionalmente y se fundamenta básicamente en dos ejes: El supuesto fracaso del modelo económico de izquierda, y la pretendida falta de fuerza moral de los gobiernos progresistas.

Con respecto al primer eje, desde la segunda mitad del año 2014, debido a un entorno internacional adverso, toda la región sufrió una desaceleración económica que se convirtió en recesión en los dos últimos años, con tasas de crecimiento del 1.2, -0.2 y -0.8 por ciento para los años 2014, 2015 y 2016, respectivamente. Los resultados son dispares entre países y subregiones, reflejo de la diferente estructura económica y políticas económicas aplicadas, pero las dificultades económicas de países como Venezuela o Brasil son tomadas como ejemplo del fracaso del socialismo, cuando Uruguay, con un gobierno de izquierda, es el país más desarrollado al sur del Río Bravo, o cuando Bolivia tiene los mejores indicadores macroeconómicos del planeta.

En ese sentido, indicó que el caso ecuatoriano enfrenta lo que se llama “La Tormenta Perfecta”: el desplome de las exportaciones; los choques externos negativos recibidos durante los años 2015-2016, no tienen parangón en la historia contemporánea ecuatoriana. 

Señala que por primera vez en los últimos 30 años, hubo dos años seguidos de decrecimiento en exportaciones, perdiéndose cerca del 10 por ciento del PIB. En el primer trimestre de 2016, el precio del barril del petróleo ecuatoriano estuvo por debajo del mítico piso de 20 dólares, que no alcanzaba a cubrir ni los costos de producción.

Correa se refirió también a las pérdidas netas fiscales entre el 2015 y 2016 se calculan en 12 por ciento del PIB. Por primera vez en la historia, en lugar de recibir ingresos petroleros, Ecuador tuvo tuvo que dar cerca de mil 600 millones de dólares a las petroleras estatales para que no quebraran, como estaba sucediendo con muchas empresas petroleras alrededor del mundo. 


Y como si fuera poco -recordó- se unió a ello el terremoto de cerca 8 en la escala de Richter el 16 de abril de 2016. Ello hizo decrecer la economía en 0,7 por ciento, y produjo pérdidas por más de 3 por ciento del PIB, sin contar las cerca de 4 mil réplicas que ha tenido.

Por todos estos factores, la economía creció solo 0,2 por ciento en el 2015, y a un decrecimiento de -1,5 por ciento en el 2016. Sin embargo, pese a las dificultades extremas y carecer de moneda nacional, se superó la recesión en tiempo récord, con un mínimo costo, y sin incrementar pobreza ni desigualdad, algo inédito en América Latina. En el 2017 ya se espera un crecimiento de al menos 2 por ciento mayor que el promedio latinoamericano de 1,3 por ciento.

El segundo eje de la nueva estrategia contra los gobiernos progresistas es el moral. El tema de la corrupción se ha convertido en la eficaz herramienta para destruir los procesos políticos nacional-populares en nuestra América. El caso emblemático es el de Brasil, donde una operación política muy bien articulada logró la destitución de Dilma Rousseff de la Presidencia de Brasil, para luego demostrarse que no tenía nada que ver con las cuestiones que se le imputaban. En Ecuador, se está siguiendo exactamente el mismo libreto con el vicepresidente de la República.

¿Quién puede estar contra una verdadera lucha contra la corrupción? 

Según el expresidente ecuatoriano, ese fue lo que se hizo en Ecuador durante los últimos diez años, erradicando la corrupción institucionalizada que existía, pero la supuesta lucha anticorrupción de la derecha y sus medios es absolutamente insincera, y tan solo un instrumento de ataque político, como lo fue en los noventa la lucha contra el narcotráfico, o en su momento la lucha contra el comunismo. Para una verdadera lucha contra la corrupción, bastaría, por ejemplo, prohibir los paraísos fiscales, por donde pasa prácticamente toda la corrupción que hemos tenido que enfrentar.

Asimismo, resalta el tema comunicacional, cuyo encuadre es exponer que la corrupción se da por culpa del Estado, que lo público, a diferencia de lo privado, es la fuente de los problemas. La realidad es que -como en el caso Odebrecht, empresa constructora brasileña que creó toda una estructura de corrupción en 12 países-, la corrupción en gran medida es promovida por el sector privado. Hay una gran hipocresía mundial en torno a la lucha contra la corrupción. 

¿La izquierda, víctima de su propio éxito?

De acuerdo con el análisis de Correa, probablemente la izquierda es también víctima de su propio éxito. Según la CEPAL, casi 94 millones de personas salieron de la pobreza y se incorporaron a la clase media regional durante la última década, en su inmensa mayoría fruto de las políticas de los gobiernos de izquierda.

En cuanto a esa nueva clase media que ha emergido fruto del éxito de las políticas económicas y sociales de la propia izquierda, -subraya Correa- necesitan un nuevo discurso y mensaje. Sus demandas no son solamente diferentes, sino incluso antagónicas a las de los pobres, y sucumben más fácilmente a los cantos de sirena de la derecha y su prensa, que les ofrece para todos un estilo de vida a lo New York.

La izquierda siempre ha luchado contra corriente, al menos en el mundo occidental. La pregunta es, ¿estará luchando contra la naturaleza humana?

Para Correa, el problema es mucho más complejo si añadimos a esto la cultura hegemónica construida por los medios de comunicación, en el sentido gramsciano: lograr que los deseos de las grandes mayorías sean funcionales a los intereses de las élites. 

"Nuestras democracias deben llamarse democracias mediatizadas. Los medios de comunicación son un componente más importante en el proceso político que los partidos y sistemas electorales; se han convertido en los principales partidos de oposición de los gobiernos progresistas; y son los verdaderos representantes del poder político empresarial y conservador", señaló.

El desafío estratégico

Para Correa, la izquierda regional enfrenta los problemas de ejercer -o haber ejercido- el poder, frecuentemente de forma exitosa, pero desgastante.

Es imposible gobernar contentando a todo el mundo, más aún cuando se requiere tanta justicia social. "En Ecuador, señaló, por darle la voz a los humildes, oportunidades a los pobres, derechos a los trabajadores, dignidad a nuestros campesinos, por arrancarles el poder a los que siempre habían usufructuado de él -la banca, los medios de comunicación, la partidocracia-, nos granjeamos poderosos enemigos, y nos acusaron de “polarizar” el país. Olvidan que, por la mitad de lo logrado, hace pocas décadas hubiéramos tenido una guerra civil. Nosotros lo hicimos cansándonos de ganar elecciones".

"La única batalla que no puede perder un revolucionario es la batalla moral, pero un gobierno honesto no es el que nunca sufrió casos de corrupción, sino aquel que nunca los toleró. No comprender esto confunde a mucha militancia, y resta unidad y vigor a los movimientos progresistas, desmoralizándose ante el primer inconveniente, y muchas veces otorgándoles a los opositores una razón que nunca tuvieron".

Siempre hay que ser autocríticos, pero se trata también de tener fe en nosotros mismos. Los gobiernos progresistas están bajo constante ataque, las élites y sus medios de comunicación no nos perdonan ningún error, buscan bajarnos la moral, hacernos dudar de nuestras convicciones, propuestas y objetivos. Por ello, tal vez el mayor “desafío estratégico” de la izquierda latinoamericana, es entender que toda trascendental va a tener errores y contradictores, pero también, como decía San Ignacio de Loyola, comprender que, en una fortaleza asediada, cualquier disidencia es traición.

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