La cultura del compromiso
Hoy estamos librando la batalla para liberar la voluntad, así como nuestros abuelos y nuestros héroes libraron ayer la batalla por liberar la tierra y todavía lo están.
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La cultura del compromiso
Occidente busca a intelectuales que discrepen con sus gobiernos, con esos gobiernos que se interponen en el camino de las ambiciones occidentales, promoviendo sus obras y pidiéndoles que deserten y que se refugien en occidente para mejorar su posición y su papel.
“El camino hacia la universalidad se ha condicionado a la adopción de la visión que occidente tiene de nosotros”.
Cuando éramos estudiantes universitarios en la década de los setenta del siglo pasado, se nos aplicaba el proverbio que reza: “dime que lees y te digo quién eres”; la primera pregunta que el estudiante le hacía a su colega era sobre los libros que ha leído, y la respuesta era suficiente para emitir un juicio inmediato sobre si este estudiante era comunista, baazista o reaccionario.
La división era clara entre quienes creen que la literatura, el arte y el teatro son artes comprometidas que expresan los sentimientos y problemas de sus creadores y entre quienes creen que el compromiso con las causas locales y nacionalistas limita el valor de la obra literaria y artística y se levanta como una barrera entre ésta y su acceso a la universalidad.
No cabe duda de que la Unión Soviética en aquel momento, y los partidos nacionalistas emergentes posteriores a los periodos independentistas, apoyaban el compromiso con las causas nacionalistas en la literatura y el arte, y no veían que este compromiso debilitaba el brillo y la excelencia de la obra literaria presentada.
Después de estudiar en occidente y aprender lo que estuvo a nuestro alcance de su literatura, historia y artes, así como lo que habíamos logrado aprender de las culturas y escritos de otros continentes como América Latina, África y Asia, encontramos que lo autóctono y el compromiso constituyeron una palanca para la mayoría de los letrados y escritores que llevaron sus escritos al internacionalismo real y no al internacionalismo que señala solo a los países occidentales.
Descubrimos que las acusaciones que se hicieron contra muchos escritores, en particular mujeres, con el hecho de que basan sus escritos en sus historias personales o en su conocimiento autóctono, son acusaciones que aplican a los principales escritores del mundo, desde Tolstoi hasta Chekhov, Márquez, Percy Bysshe Shelley, John Stuart Mill, Mary Wollstonecraft y muchos otros; en otras palabras, lo autóctono y el compromiso nunca fueron un obstáculo para alcanzar la universalidad, sino que fueron los factores más importantes para ascender en su escala.
Tras el colapso de la Unión Soviética y el control unipolar sobre el potencial y la plataforma de las artes literarias, cinematográficas y teatrales en occidente, esta polémica desapareció para ser reemplazada por un planteamiento más grave, que es que la excelencia y la creatividad es exclusividad de las instituciones occidentales, estas son las que otorgan el Premio Nobel y los Oscar, y son las únicas que tienen la última palabra para decidir quién encabeza la lista de creadores sobresalientes en todo el mundo.
Siendo occidente, con su aparato político y de inteligencia, el que gasta en estas instituciones y premios, y quien forma los comités de arbitraje, por lo tanto tiene la última palabra independientemente de cualquier otra consideración en cuanto a la determinación del nivel de creatividad y los nombres de los creadores.
Este asunto ha llegado a una etapa peligrosa porque un numero de escritores, artistas y personas creativas de los países que este occidente había colonizado a lo largo de décadas, compiten por escribir de acuerdo a los estándares y valores de occidente, sin mencionar el hecho de escribir en el idioma de estas potencias, que es comprensible para poder transmitir el mensaje, pero el contenido del mensaje es lo importante, y su contenido depende de los valores nacionalistas y culturales que lleva dentro de sí el propio escritor, lejos del mimetismo cultural y la imitación de los valores y la moral del colonizador con la esperanza de satisfacerlo y ganar su aceptación y valoración positiva.
Partiendo de este punto algunos escritores del Magreb y el Levante comenzaron a competir por la anuencia de occidente y su aceptación escribiendo e intentando lograr su aprobación, centrándose y exagerando todas las faltas y defectos sociales de los que nos acusa occidente, como si occidente no tuviera ningún defecto, e incluso afirman que estas faltas y defectos son la causa de todos los males que aquejan nuestras sociedades, y hacen esto para que sus obras ganen la popularidad deseada en occidente y sean adoptadas en las instituciones occidentales junto con su producción intelectual.
En este sentido, me acuerdo a manera de ejemplo de la novela de Tahar Ben Jelloun (un escritor marroquí), “La niña de la arena” (l'Enfant de sable), en la que confirma el concepto del anhelo del árabe por tener un hijo varón en lugar de una niña, y hasta dónde puede llegar para lograr tener el varón en su familia, y describe que es el sueño y el deseo de todo hombre árabe; por supuesto, la novela se publicó en francés y obtuvo una gran aceptación, y Tahar Ben Jelloun obtuvo toda la atención que buscaba ante los ojos de los franceses, y por supuesto como él, hay muchos.
Por lo tanto, el camino hacia la universalidad pasó a estar condicionado con adoptar la perspectiva occidental de nosotros mismos y centrarnos en nuestras fallas tal como las percibe occidente, y difamar nuestras sociedades y nuestra herencia cultural de acuerdo con la opinión negativa básica que los orientalistas transmitieron a occidente sobre los árabes, abordando los vicios contenidos en su historia, los defectos de su civilización y los problemas de sus sociedades.
Desde aquí también, occidente comenzó a lidiar con los gobiernos de los países recién liberados, pidiendo obras literarias que reflejaran la situación política y que exageraran los defectos y las fallas de su sociedad; fue lo mismo que hizo, la mujer musulmana somalí (Alefa Alí) cuando presentó una imagen distorsionada de su país, su pueblo y su religión para ser aceptada en los centros de investigación occidentales.
Por otro lado, occidente se abstuvo de publicar la producción intelectual que hablaba de manera realista y honesta sobre los árabes, y en caso de que algunas de esas obras hayan sido publicadas por descuido, se hacía un esfuerzo para no promoverlas o impedían que llegasen a los centros de renombre con el fin de no promover la verdadera realidad sobre la moralidad de estas sociedades árabes.
Son escritos ajenos de la distorsión deliberada que occidente infligió a estas sociedades después de saquear su riqueza y esclavizar a su gente durante décadas; por lo tanto, occidente busca intelectuales que manifiesten hostilidad hacia sus gobiernos, esos gobiernos que se enfrentan a las ambiciones occidentales, promoviendo sus obras, y pidiéndoles que deserten y que se refugien en occidente para subsanar su posición y su papel.
Hoy sabemos con certeza que la batalla por nuestra tierra, riqueza y sociedades aún se mantiene y que cambiar la forma de las guerras militares con guerras terroristas y herramientas mercenarias no cambia en nada esta realidad; occidente aún se esfuerza con ahínco para mantener su dominio sobre nuestra tierra, nuestros pensamientos, nuestras mentes y nuestra consciencia y hace llamados anti nacionalistas pidiendo que el ciudadano se libere de nuestras causas nacionalistas bajo el pretexto de la oposición política y el hecho de no comprometerse con las causas de la patria y de la sociedad; todo esto para servir a quienes quieren mantenernos sometidos a sus instituciones, valores, leyes y regulaciones.
En el lodazal de este conflicto sin precedentes y con herramientas completamente nuevas en nuestra tierra y que amenazan a nuestro futuro, el tema del compromiso con las causas de los pueblos y la patria vuelve a ubicarse en primer plano, especialmente después de que los grandes intelectuales y creadores del mundo enfatizaron que lo autóctono es la primera condición para optar por el universalismo.
Las fuerzas coloniales y el sionismo han adoptado un nuevo método hoy, que es que la creatividad debe ser libre y liberada de cualquier valor político, social, ético o nacionalista, y esto es absurdo; más bien, se trata de un asunto peligroso que pretende despojar a las causas nacionalistas de las plumas más importantes que se lanzan en su defensa, con el pretexto de que la creatividad debe ser libre y que el que crea no cumple con los estándares que se le aplican a sus congéneres.
La pregunta es: ¿Aplica occidente este estándar a sus creadores y artistas? ¿O no es todo lo que publica y todo lo que produce en cuanto a literatura, cine y teatro, y los premios que ofrece, con el fin de consagrar sus valores coloniales, promover lo que cree y justificar lo que sus gobiernos cometen contra los pueblos, no solo a los ojos de su pueblo, sino a los ojos del mundo?
Lo que necesitamos hoy en Siria y en el mundo árabe y la mayoría de los países liberados, es creer en nuestras causas y valores, y declarar nuestro compromiso con la causa y el destino de nuestros pueblos sin avergonzarse ni tener miedo, y no esperar un certificado de buena conducta de nuestros enemigos.
Hoy estamos librando la batalla para liberar la voluntad, así como nuestros abuelos y nuestros héroes libraron ayer la batalla por liberar la tierra y todavía lo están.
La emancipación de la voluntad y la liberación de la falsa dependencia liberal y un compromiso audaz con las causas nacionalistas puras, justas y humanas es el criterio requerido y necesario en esta etapa de nuestra historia.