¿Cómo ganar la batalla por influencia en Medio Oriente?
La fuerza militar y las sanciones exhaustivas no han obstaculizado las actividades regionales de Irán.
Estados Unidos y sus socios en Medio Oriente tienen dos problemas con Irán. Uno se deriva de la penetración de Teherán en los estados vecinos; el otro, de su programa nuclear, que podría producir armas si no se controla.
Ambas cuestiones están vinculadas estratégica y políticamente: un Irán con capacidad para fabricar armas nucleares probablemente se envalentonaría en su aventurerismo regional. Y el aventurerismo iraní da poder a quienes en Washington y en Medio Oriente están a favor de imponer, en lugar de negociar, límites al programa nuclear iraní, argumenta un amplio artículo de la revista estadounidense Foreign Affairs.
El activismo regional de Irán enturbia, por tanto, las perspectivas de un nuevo acuerdo nuclear y mientras no haya tal acuerdo, se mantiene el riesgo de que desarrolle armas nucleares, un resultado que obviamente no interesa a Estados Unidos, omdica la pubñciación pese a que el gobierno de Teherán ha reiterado en todos los foros internacionales que su programa en ese sentido tiene fines estrictamente pacíficos.
Por tanto, es vital abordar los avances regionales de Irán. Pero la forma en que Estados Unidos y sus socios regionales han intentado hacerlo hasta ahora ha fracasado. La fuerza militar y las sanciones exhaustivas no han obstaculizado las actividades regionales de Irán. Al contrario, han hecho a la inversa.
Hoy en día, Siria y Líbano dependen más que nunca de Irán. Estados Unidos y sus socios del Golfo deberían considerar un nuevo enfoque que aproveche su riqueza y su poder blando compensatorio.
RIVALES DE PODER BLANDO
Estados Unidos debe reconocer que Irán no tiene a sus vecinos en una tenaza coercitiva. Más bien, Irán se ha impuesto en Oriente Medio en gran parte gracias al ejercicio de un considerable poder blando.
En Iraq, Irán ha servido de refugio y de aliado crucial a los chiíes que resistieron a Saddam Hussein, a Estados Unidos y al Estado Islámico, también conocido como ISIS, en sucesivos conflictos.
El gobierno sirio considera que Irán acudió a su rescate en 2012; desde entonces, Teherán ha ayudado al presidente Bashar al-Assad a mantener el control de muchos territorios de importancia estratégica, y las organizaciones benéficas iraníes han reconstruido escuelas en una de las ciudades más destruidas de Siria, Deir ez-Zor. Irán lleva casi 40 años incrustado en el sistema político libanés, y en Yemen se ha beneficiado de la destrucción provocada por sus adversarios, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (EAU).
El poder blando de Irán procede en parte de la larga historia de dominación de los árabes suníes sobre las minorías regionales, ya sean chiíes, cristianos, heterodoxos o kurdos. En muchas partes de la región, los regímenes nacionalistas "seculares" se enfrentan a movimientos de oposición fundamentalistas suníes, como los representados por los Hermanos Musulmanes, las milicias alineadas con Al Qaeda o el ISIS. Las poblaciones árabes no suníes de estos países ven en Irán el único contrapeso.
En Siria, por ejemplo, las poblaciones minoritarias amenazadas por la militancia suní vieron la intervención de Irán en favor del régimen de Assad como un salvavidas. Estados Unidos, por el contrario, ha aplastado a esas poblaciones con sanciones y ha armado a los militantes suníes con la esperanza de derrocar a Assad. Estos esfuerzos no han tenido éxito. Sólo han obligado a las minorías chiítas y de otro tipo de la región a atrincherarse y han llevado a los estados levantinos a acercarse a Rusia e Irán.
Turquía también ha utilizado el poder blando para proyectar su influencia regional. Ankara tiene una visible presencia humanitaria, militar y de inteligencia en los puntos calientes de la región, y ejerce una creciente -y desestabilizadora- influencia política dando poder a socios de confianza, que suelen estar alineados con el Islam político. Turquía fomenta la inversión económica y facilita el comercio, establece instituciones religiosas y mezquitas, y financia actividades culturales afiliadas a Turquía y al Islam ortodoxo. También construye bases, exporta armas, realiza operaciones de entrenamiento y ofrece apoyo de inteligencia directamente y a través de empresas privadas u organizaciones no gubernamentales.
Tanto Irán como Turquía han descubierto cómo proyectar su influencia regional mediante una combinación de poder duro y blando. En cambio, Estados Unidos ha confiado en el poder duro y en las sanciones económicas, que han tenido la consecuencia no deseada de invitar a una incursión cada vez más profunda de Irán y Turquía en la región.
UN MOMENTO DE RIESGO
Washington podría obtener mejores resultados movilizando el poder blando árabe. Al fin y al cabo, la ventaja comparativa de los Estados del Golfo sobre Irán y Turquía no es su capacidad militar, sino su riqueza. Arabia Saudí y los EAU tienen acceso a profundos mercados de crédito, inmensos fondos soberanos y grandes reservas de divisas. Si Estados Unidos animara a sus aliados a utilizar esa riqueza de forma eficaz, podría contrarrestar la influencia regional de Irán sin tener que recurrir innecesariamente a sanciones o amenazas de escalada.
La inversión de los árabes del Golfo en Líbano, Siria, Iraq y Yemen desplazaría fácilmente a Irán. Además, podría hacer acopio de orgullo árabe para contrarrestar las divisiones sectarias que han ayudado a Irán a abrirse camino en algunos de estos países. Iraq acogería con agrado la inversión en sus sectores agroindustrial, industrial y de hidrocarburos; Siria, cuya infraestructura ha quedado destrozada, tiene una necesidad casi infinita de ayuda para la reconstrucción, que Irán no puede ni siquiera abordar.
Irán puede proporcionar misiles y cohetes a los Houthis de Yemen, pero no puede satisfacer la desesperada necesidad de agua del país, y mucho menos mejorar significativamente la vida de sus ciudadanos. Tampoco puede Irán apuntalar el colapsado sector bancario libanés.
Los socios árabes de Washington podrían recurrir a sus profundos bolsillos para satisfacer algunas de las necesidades de estos países y, al hacerlo, no sólo competirían constructivamente con Irán por su influencia, sino que, en última instancia, ayudarían a estabilizar una región cuya continua volatilidad no beneficia a nadie.
El momento es propicio. Los propios países del Golfo se han asustado por el ascenso de los yihadistas. Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Egipto están ahora dispuestos a dejar de lado las respuestas religiosas a las cuestiones políticas, y reconocen la necesidad de la solidaridad árabe y regional como contrapeso tanto a Irán como a Turquía.
En consecuencia, han reajustado sus políticas exteriores de forma significativa: en un esfuerzo por equilibrar los intereses de los islamistas nacionales frente a las exigencias seculares e institucionales del orden global contemporáneo, han abrazado a Israel a través de los Acuerdos de Abraham y se han reconciliado con Qatar. Estados Unidos tiene la oportunidad de desmilitarizar el enfrentamiento regional con Irán ayudando a los Estados árabes suníes a reformular también su papel en este sentido.
Este enfoque requeriría que Estados Unidos, "Israel" y sus aliados en el Golfo dejaran de lado una estrategia punitiva y coercitiva que ha fracasado claramente. Estados Unidos tendría que aceptar que el ejército de Assad ha ganado la guerra por el control de Siria y que Washington no puede cambiar fundamentalmente el modo en que se gobierna Siria. En el caso del Líbano, Estados Unidos admitiría la inevitabilidad del contacto entre sus socios árabes y Hizbullah.
Reconocer tácitamente estas realidades será difícil para Estados Unidos, que durante tanto tiempo se ha comprometido con objetivos que no puede producir realmente. Washington ha tendido a considerar el uso del poder económico y blando para engatusar o contener a las fuerzas no liberales como una especie de apaciguamiento.
Pero -como ha demostrado el propio Irán- el poder blando es un potente instrumento en cualquier política exterior realista, como la que ahora se reclama para Oriente Medio. Si se aprovecha adecuadamente, el poder blando podría acabar obviando la necesidad del más duro.