Pedro Castillo con un lápiz como símbolo asume presidencia de Perú
Un campesino que nadie daba como ganador en las encuestas es el nuevo mandatario peruano, pese al despliegue de miedo durante el ballottage.
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Pedro Castillo con un lápiz como símbolo asume presidencia de Perú
Pedro Castillo no imaginó, al inscribirse a la presidencia, que llegaría al ballotage y ganaría. Su repentino ascenso fue producto de una serie de contingencias: el partido Perú Libre no tenía candidato presidencial por estar su dirigente, Vladimir Cerrón, impedido judicialmente., dice en su crónica Crisis.
Le ofrecieron una alianza, asumir la candidatura presidencial y aceptó, con un lápiz como símbolo y pocos recursos. Detrás de esas contingencias estaba la situación del país, la crisis, y la necesidad de una propuesta y un idioma como el suyo.
“Hoy es el momento de unir los esfuerzos, y hago la convocatoria al pueblo peruano, a toda la clase política sin distinción, a los gremios, a los consejos profesionales, a los economistas, a los universitarios, a la clase obrera, al magisterio, a todo el pueblo, a que hagamos el esfuerzo en el marco de la unidad para terminar con estas brechas que tiene el pueblo peruano”, afirmó desde la plaza San Martín el nuevo presidente luego de recibir las credenciales.
La publicación señala que la proclamación marcó el final de una coyuntura crítica y el inicio de otra, también bajo fuego. La agenda de Castillo se abocó entonces a conformar su gabinete, con centralidad de Perú Libre, a la vez que con inclusión de fuerzas aliadas, como Nuevo Perú, conducido por Verónika Mendoza, en un escenario donde la izquierda y el anti-fujimorismo lo respaldaron, y diferentes sectores tradicionales se acercaron en busca de cargos, alianzas, ofreciendo estabilidad política y económica.
El nuevo gobierno debe resolver las urgencias nacionales, como la pandemia, las necesidades sociales y avanzar, según repitió Castillo, en el planteo vertebral de la Asamblea Constituyente, dice en su crónica Marco Teruggi.
Los grandes medios y la derecha se plantearon dos objetivos: separar a Castillo de Cerrón, el secretario general de Perú Libre; e impedir que suceda el cambio constitucional que se presenta complejo, por la situación del poder Legislativo, bajo mesa directiva de la derecha y el fujimorismo.
El Congreso será un espacio de disputa medular, desde donde la oposición podrá no aprobar gabinetes, intentar impedir el proceso constituyente o impulsar una vacancia presidencial, continúa Crisis.
La derecha ya anticipó que llevará una ofensiva contra el gobierno. El nuevo presidente cuenta con varias fortalezas, una de ellas es el respaldo social expresado en su victoria, las vigilias y movilizaciones.
Otra es el apoyo de organizaciones como el gremio del magisterio y las rondas campesinas, donde Castillo se formó, con desarrollo principalmente en las provincias. La geografía más difícil será Lima, sin movimientos populares, y una parte de la sociedad convencida que el presidente no es legítastimo, que ya realizó ejercicios de movilización durante varias semanas a intentar, incluso, llegar hasta la Casa de Gobierno.
Se trata de una situación inédita, cargada de simbolismo y potencia. Castillo es el primer mandatario que no proviene de las élites económicas o políticas, en un país marcado por la corrupción, el saqueo, la memoria y el silencio de la violencia política, con realidades de semi-esclavitud en el campo hasta la reforma agraria de Velazco Alvarado en 1969.
Su victoria es producto de una crisis de raíz profunda, que ya tuvo en el 2011 la oportunidad de realizar un giro progresista con el gobierno Ollanta Humala, pero fue traicionada.
Perú inicia en su año bicentenario una etapa política marcada por numerosos enfrentamientos y posibilidades. Varios factores se definirán en las próximas semanas: qué estrategia adoptará Estados Unidos, si la derecha va a actuar con inteligencia o con su habitual brutalidad; el alcance del camino constituyente, de las movilizaciones; la capacidad de Castillo para convocar mayorías sociales que le permitan avanzar en los diferentes objetivos.
El país está doblemente fracturado: al interior de Lima, y entre las zonas como Miraflores y el inmenso país. Castillo es ese inmenso país donde ganó en algunas regiones con 85 % de los votos.
Según publica Crisis la pandemia -con más de 187 mil muertos en una población de 32 millones de personas- acompañada de la recesión agravó un cuadro de desigualdad en una nación que venía de mantener un crecimiento sostenido del Producto Bruto Interno, con un promedio de 6,1 % anual entre el 2002 y el 2013, y 3 % entre el 2014 y el 2019.
En 2020 la contracción fue de 12,9 %, con tres millones más de personas en la pobreza, y un 70 % de empleo informal. Un neoliberalismo estable en la macroeconomía, con una marcada exclusión social, geográfica y racial, y conflictos ambientales como en Cajamarca, la región de Castillo.
“Se han arrancado todos los derechos del pueblo peruano (…) tenemos más de ocho millones de estudiantes estos dos años desconectados; de cada diez niños, seis en el umbral de la pobreza, de la anemia, del abandono; casi tres millones de analfabetos; encontramos que la infraestructura educativa de cada diez escuelas, siete a punto de desplomarse; encontramos que los centros poblados en el Perú, declaró Castillo.
“En la parte interna de nuestra patria, no hay presencia del Estado, el agricultor está totalmente abandonado; va usted a ver una posta médica y encuentra un pedazo de esparadrapo y una pastilla, no encuentra otra cosa. Los que hemos ido a ver y decir cómo está el país, el pueblo ha respondido qué cosa hay que hacer, y lo que hay que hacer es un cambio estructural, un cambio de la Constitución”, explicó Castillo en una reunión con presidentes y dirigentes del continente.
En esa fotografía están algunas de las razones de la victoria del candidato de Perú Libre, unidas a la gran crisis política iniciada en el 2016, con la victoria de Pedro Pablo Kuczynski sobre Keiko Fujimori, y el proceso sistemático de asedio al ejecutivo por parte del parlamento, conducido por el fujimorismo.
El resultado: cuatro presidentes en cinco años, un Congreso disuelto. Francisco Sagasti, actual mandatario con ocho meses en la presidencia de la república, tenía por objetivo político central conducir al país a una transición ordenada este 28 de julio. Estuvo a punto de no lograrlo, dejó claro el periodista de Crisis.