Latinoamérica: Solo el pueblo salva
Sobre los aliados de algunos gobiernos latinoamericanos de izquierda se pudiera decir lo que Kissinger confesó un día sobre quienes acompañan la política imperial: “Es peligroso ser nuestro enemigo, es fatal ser nuestro aliado”.

En una entrevista con el canal TeleSUR el Presidente nicaraguense Daniel Ortega culpó a un grupo de empresarios nicaraguenses asentados en Miami de haber roto la alianza que forjó con ellos después de su regreso al gobierno en 2007 y sumarse a los esfuerzos por derrocarlo tras una negociación para incrementar la contribución a la seguridad social por parte de los empleadores y los pensionados como le exigía el Fondo Monetario Internacional, sin participación de aquellos sectores que -aunque mínimamente y muy lejos de lo que hace un Macri en Argentina o cualquiera de sus congéneres en la región- se verían afectados en sus ingresos.
Viéndolo hablar uno no puede más que recordar aliados como el empresario Michel Temer, Vicepresidente golpista contra su antigua aliada Dilma Roussef, y el empresario Lenín Moreno, empeñado en una persecución sin cuartel contra su excorreligionario Rafael Corrrea.
Resultado de alianzas sin las cuales las izquierdas no habrían podido ganar los comicios contra un poderoso aparato mediático y sectores políticos con engrasados mecanismos electorales y respaldados por el poder financiero, la hostilidad hacia que esos gobiernos pusieran en primer lugar el beneficio popular y no el de quienes esos aliados representan no ha sido, como la del Presidente Manuel Urrutia y varios de los ministros del primer gobierno revolucionario cubano en 1959, un obstáculo denunciado ante el pueblo por resistirse a hacer a avanzar las transformaciones, sino la consecuencia de negociaciones al margen del sujeto popular.

Michel Temer ha reconocido que fue la negativa de la Presidenta Dilma a adoptar el plan neoliberal “Un puente para el futuro” lo que desencadenó su destitución y un día sabremos cuáles pactos hizo Lenín Moreno antes de llegar al gobierno para destruir el programa de la Revolución ciudadana. Pero de la causa real de lo que sucede en Brasil nos enteramos por lo que dijo Temer en el Consejo de las Américas, con sede en la ciudad de New York, cuando ya había sacado a sus antiguos aliados del gobierno, y no por sus víctimas cuando aún ocupaban el Palacio del Planalto.
Mucho se ha discutido acerca de los errores de la izquierda que ha debido abandonar gobiernos en América Latina desde que en 2009 un golpe militar sacó en pijama de su casa al Presidente hondureño Manel Zelaya y las componendas parlamentarias en Paraguay y Brasil que derrocaron a sendos Presidentes en esos países.
Cristina Fernández, Lula y Correa pagan por dejar intactos el sistema con que la clase dominante imparte una justicia clasista y corrupta, con jueces muchas veces preparados en Estados Unidos, y un poder mediático que le suministra “pruebas” que no necesitan ser contrastadas cuando los bancos y grandes empresas son sus accionistas y anunciantes sin los que es imposible hacerse escuchar.
Sin embargo, habría que mirar entre aquellos procesos que ascendieron en la misma ola y aun permanecen en pie -Bolivia y Venezuela- y su capacidad, muy perfectible pero real, para mantener una base popular movilizada y en diálogo crítico con el liderazgo político que permita radicalizar el proceso ante los ataques de quienes niegan serlo y aunque inicialmente fueron parte de la alianza electoral inevitablemente ocupan su lugar al servicio del imperialismo.
Más al Norte está Cuba, que ante cada coyuntura difícil que ha atravesado, ante cada cambio por más necesario que sea, ha optado siempre por convocar y consultar al pueblo, no a dar un voto un día cada cuatro o cinco años sino a opinar y decidir desde sus organizaciones sindicales, estudiantiles y comunitarias. Los parlamentos obreros del Período Especial, la discusión del nuevo Código de Trabajo, el debate de los Lineamientos para las reformas de 2011 y el análisis popular del nuevo proyecto de Constitución que comenzará el próximo 13 de agosto hablan de una democracia otra, imperfecta y en perfeccionamiento, pero donde el pueblo llano se hace escuchar.