América Latina: ¿se derrumban los modelos?
Tras años de posdictadura, o transición como gusta decir en los círculos políticos conservadores, Chile despertó y su pueblo hizo sentir su desasosiego e ira.
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América Latina: ¿se derrumban los modelos?
El modelo neoliberal ensayado en el Chile de Pinochet demostró que solo se sustentaba por las ballonetas, el miedo inoculado y la desaparición o exilio de tres generaciones de líderes y militantes de izquierda.
La vitrina económica que le quedaba a Washington en la región se desplomó, pues no calcularon que la inequidad, la desigualdad y la desesperanza acumulados un día reventarían. Tanta fue la torpeza, la indiferencia y la arrogancia de una clase política parásita y de los grupos de poder aliados de los militares, que ni siquiera previeron que la burbuja les estallaría en la nariz.
Podría ser arriesgado decirlo, pero EE.UU ya perdió a Chile. Solo es cuestión de tiempo. Ni la más brutal represión podrá acallar el grito que desde Santiago se ha lanzado a la región: el neoliberalismo perdió su más excelso bastión.
Un poco más al norte, en un país con costas al Atlántico y al Pacifico y con fronteras marítimas y terrestres con 6 países, desde el propio siglo XX, Estados Unidos se empeñó en fortalecer un modelo de democracia que sirviera de ejemplo para toda la región.
Y hubo avances en ese objetivo. Colombia fue tal vez uno de los pocos países que a pesar de tener más de 60 años de conflicto armado, construyó una institucionalidad afincada en las clases oligárquicas que capitalizaron la “independencia” de España y se repartieron el país, y en una casta militar erigida como la protectora del país frente a los peligros del comunismo nacional e internacional.
La participación de un batallón de solados colombianos en la Guerra de Corea al lado de los estadounidenses es una de las tantas evidencias que confirman que los militares colombianos se convirtieron los principales aliados de EE.UU. en Suramérica.
Hace aguas el modelo
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Tomada de EL ESPECTADOR / Gustavo Torrijos
Desde el 21 de noviembre, Colombia está sumida en una ola de protestas solo comparadas con las de 1977.
A pesar de que fue convocada por las centrales obreras, sindicatos, organizaciones sociales e incluso parlamentarios de oposición, la participación y envergadura de las protestas sobrepasaron las expectativas y las demandas de los convocantes. Hoy en Colombia se protesta para exigir desde la renuncia del presidente hasta la protección de los tiburones.
La firma del acuerdo de paz entre el gobierno anterior a Iván Duque y la guerrilla FARC en el 2016 ha permitido al pueblo colombiano despertar del letargo donde se culpaba a las guerrillas de todos los males de la sociedad.
Las elecciones presidenciales fueron la primera alerta de que el país estaba cambiando. Nunca antes en la historia republicana un candidato de izquierda obtenía más de 8 millones de votos, disputando en una justa cerrada el poder con el representante de la derecha más reaccionaria que alcanzó 10 millones.
La otra señal importante fue en las elecciones regionales de octubre pasado. Los partidos de centro y los candidatos independientes ganaron las principales ciudades del país, incluyendo Bogotá, mientras que el partido de gobierno tuvo que conformarse con alcaldías del interior del país y unas pocas gobernaciones.
Sin embargo el gobierno y su partido no supieron, no quisieron o no pudieron interpretar esta nueva señal de descontento y continuaron su rumbo neoliberal, hasta llegar a noviembre, con una debilidad institucional no imaginada, un congreso adverso, un partido dividido y una ciudadanía que le da una aprobación por debajo del 25%.
El presidente Iván Duque, el más joven de la historia, se muestra incapaz de imponer su agenda y lejos de escuchar al pueblo en las calles, opta por reunirse con los empresarios y acelerar las medidas rechazadas, mientras anuncia unas migajas indignantes, mantiene al ejército y la policía en las calles e intenta ganar tiempo con un diálogo de sordos.
Muchos analistas están escépticos con los resultados de estas protestas en Colombia, advirtiendo que la estrategia de los grupos de poder es apostar al desgaste, dividir a los convocantes y combinar estas acciones con una represión que ya ha comenzado a cobrar víctimas.
Sin embargo, lo que está sucediendo es algo inédito en un momento único de la historia del país. Desde la distancia y observando la región, es evidente que el modelo de control y dominación institucional desarrollado en Colombia está en crisis.
Tanta exclusión y desigualdad económica, tanto cinismo político y falsedad democrática rebosaron la copa de la tolerancia. Un pueblo pobre e indignado se ha encontrado en las calles con una clase media informada y ambos aspiran a cambios, cuya profundidad dependerá de la confluencia programática y conductual de esos anhelos.