Imperialismo de ensaladilla
Un imperio es una organización política en la que una nación ejerce su mandato sobre otros pueblos o naciones privándolos de soberanía.
En la guerra cognitiva, el uso del lenguaje se ha tornado en un importante y permanente campo de batalla. Los medios de comunicación, hiperconcentrados en cada vez menos manos y siempre en poder de grandes multinacionales, contribuyen a prostituir, trivializar o relativizar términos o ideas relacionadas con la emancipación humana. De esta manera, ideales liberticidas pueden presentarse públicamente como garantes de la libertad ante una opinión pública cada vez más desnortada y confundida. Por el contrario, los movimientos de liberación popular, invariablemente se nos muestran como autoritarios o dictatoriales con un objetivo claro: alejarlos en lo posible de la agenda política y de los anhelos de los pueblos.
Con similares fines de manipulación de masas, se aplican en ingeniería social multitud de recursos diferentes. Uno de ellos es un remedo del mecanismo psicológico de la proyección, que básicamente consiste en acusar al contrincante de lo que uno es en realidad para así vaciar de contenido la incriminación. Eso es exactamente lo que sucede con la palabra imperialismo o imperialista. ¿Cuál es la manera de rebajar la negatividad de esta abominable práctica política tan genuinamente americana como la cocacola? Pues generalizarla, despojarla de singularidad. Ser un país imperialista es algo malo per sé, pero si todos los países o muchos de ellos también lo son, parecerá una postura mucho menos reprochable. Es fácil de comprender, ¿verdad?, por eso es igual de fácil de manipular en beneficio de los poderosos y así ha sido.
Un imperio es una organización política en la que una nación ejerce su mandato sobre otros pueblos o naciones privándolos de soberanía. A lo largo de la historia ha habido muchos imperios, algunos regionales o continentales y otros mundiales. Sin embargo, en relaciones internacionales se tiende a denominar imperio, a secas, a aquellos cuya naturaleza es global. Algunos, por ejemplo, acusan a Marruecos de imperialista por su visión sobre el Gran Marruecos, que incluiría toda Mauritania, el Sáhara Occidental y zonas de Argelia o Malí. Ciertamente, podrían ser apetencias coloniales, expansionistas o imperialistas pero, obviamente, nada es comparable con el poder de Estados Unidos, desplegado en los cinco continentes y su enorme presencia física militar y, sobre todo, cultural y económica.
Pero donde realmente reside la controversia política o mediática es si el adjetivo imperialista puede ser aplicado, además de a EE.UU., a la Federación de Rusia. Es un recurrente debate que desata pasiones, especialmente en las izquierdas revolucionarias y donde, humildemente, trataremos de arrojar algo de luz desde un punto de vista lo más didáctico posible.
Fue Lenin quien inicialmente abordó el tema en 1916 con la publicación del libro «El imperialismo, fase superior del capitalismo» donde ahondaba en las tesis de Marx sobre acumulación del capital y dictaba una serie de características interesantes para considerar a una nación como un imperio. A pesar de su antigüedad, más de un siglo, todavía son útiles muchas de sus reflexiones. No obstante, sería necesario sumarles algunas otras para incorporar realidades sociales, económicas, tecnológicas y militares propias del último medio siglo, inimaginables en tiempos de Lenin.
Para comenzar, hablemos de la concentración del capital y la producción en las empresas transnacionales más importantes del mundo, haciendo una pregunta a aquellas personas que defienden la tesis del imperio ruso, a quienes va dirigido principalmente este escrito. ¿Sabrías decir una marca de teléfonos o relojes inteligentes o de ordenadores made in Moscú? ¿Y de una tienda rusa de productos online? ¿De ropa deportiva quizá? ¿De un estudio de cine? Pues ahí tenemos ya la primera medida de la magnitud imperial. Si como aquel hilarante sketch humorístico, no salimos de la ensaladilla rusa o de la montaña rusa, nos lo tenemos que hacer mirar.
Pues bien, de las diez multinacionales más grandes del mundo, con las debidas fluctuaciones derivadas de la cotización bursátil, ocho son de Estados Unidos, una de Arabia Saudí (Aramco, en el nº2) y otra de Taiwan (TSMC, en el 10). El resto, todas norteamericanas: Apple, Microsoft, Alphabet (Google), Amazon, Tesla, Berkshire Hathaway, NVIDIA y Meta (Facebook). Ni una sola empresa rusa en el ranking. ¿Aún no dice nada?
Vayamos ahora a la banca mundial. En este caso sucede algo parecido, aunque se observa un fenómeno curioso. Es China la que está ocupando el primer lugar en el mundo por capitalización. Podría aducirse que es algo lógico, a tenor del tamaño de este país, pero es que la proyección exterior de su capital financiero es enorme y constituye una capacidad de inversión sin igual en el mundo, mucho mayor que la del Fondo MOnetario INternacional (FMI) y el Banco Mundial. Así las cosas, los cuatro primeros bancos del mundo por capitalización se radican en China: el Industrial and Commercial Bank of China (ICBC), el China Construction Bank Corporation, el Agricultural Bank of China y el Bank of China ltd. Los dos siguientes sí son norteamericanos, el JP Morgan y el Bank of America (BoA). El resto hasta diez ya son de Japón, Reino Unido y Francia. Repito la cuestión ¿hay algún banco ruso en el ranking por activos totales? Pues nuevamente no. El imperio «favorito» para muchos en la izquierda capitalista o incluso en parte del comunismo y de lo que quiera que sea el trotskismo es más de papel… prensa.
Otra de las características atribuidas a naciones eminentemente imperialistas es que la naturaleza de sus exportaciones financieras se superpone al de mercancías. Ahí Estados Unidos ostenta el primer puesto mundial de manera indiscutible y solitaria. Sobre todo durante los últimos años, no cesa de emitir dólares en sus imprentas como si no hubiera un mañana, inundando los mercados internacionales de billetes verdes, mientras que aumenta el techo de deuda de manera periódica. Es el resto del mundo quien paga esa desproporcionada deuda, la mayor del mundo con diferencia, gracias a la conversión del dólar en moneda de reserva mundial y a la necesidad de disponer de dólares para la compra de oro, hidrocarburos y otras materias primas.
Pero, además, el volumen de inversión extranjera directa (sin incluir la compra de acciones), que según los últimos datos disponibles en el norteamericano The World Factbook fue de 16 billones de dólares (de los europeos), lo encabeza Estados Unidos con 3,2 billones, seguidos de Francia (1,7) y Reino Unido (1,6). Rusia ostenta el número 16, con sólo 0,2 billones. Y es que Rusia es un país netamente exportador de materias primas, no de activos financieros ni de productos tecnológicos, señal de que no se comporta como hegemón imperial sino, casi, como una economía pura y simplemente extractivista.
Vayamos ahora al uso internacional del rublo como reserva monetaria. Según los defensores de la teoría de Rusia como imperio, todos deberíamos tener rublos atesorados ocultos en nuestros colchones por lo que pudiera pasar. Pero casualmente no es así. Si miramos los datos del mercado de divisas, el más grande del mundo y analizamos las 10 divisas más negociadas, vemos que el dólar representa más del 60 por ciento de todas las operaciones, seguido del euro y del yen japonés. A pesar de los esfuerzos y los progresos realizados en los últimos años, al yuan chino y al rublo les resta aún un largo camino para situarse como monedas de referencia en el mundo, ninguna de las dos está aún en el ranking de las 10 principales divisas mundiales.
Podríamos seguir analizando brevemente los monopolios existentes en la industria cultural mundial. Ese tipo de transnacionales que pueden cambiar hasta nuestra percepción del mundo a través del cine, la televisión o la venta de información. Ahí tampoco hay color, de los 10 conglomerados existentes, Estados Unidos detenta siete de ellos, encabezados por AOL-Time Warner y Disney. Solamente Francia, Alemania y Japón (Sony) logra colocar a una de sus empresas en el listado.
Extraño papel el de una Rusia imperial que carece de fortaleza alguna en el campo favorito del soft power ¿verdad? Pues algo parecido sucede en las empresas que venden información o deformación, las llamadas agencias de noticias. Las cinco grandes en todo el mundo con Associated Press y UPI United Press International, de Estados Unidos a la cabeza; seguida por Reuters, del Reino Unido, Agence France Press, de Francia y la española Agencia EFE. Quien hable de la capacidad rusa para imponer su discurso mediático en el mundo es que, en sí mismo, lo sepa o no, se ha convertido en un bot replicador de fake news y de desinformación propagandística atlantista.
Para no alargarnos mucho, acabemos con el asunto favorito de los partidarios de la teoría del imperio global ruso, lo que Lenin llamó el reparto territorial del mundo entre potencias. En la actualidad no es necesario tener ocupado a otro país para despojarlo de sus riquezas y su soberanía. ‘Dadme el control de la moneda de un país y no me importará quién hace las leyes’, dijo el fundador de la dinastía Rothschild, cuya máxima han seguido al pie de la letra muchas potencias coloniales. No obstante, a veces es necesario ejercer cierta capacidad coercitiva o disuasoria cuando el colonizado quiere cambiar las reglas del juego impuestas desde fuera. Para eso sirven las bases militares de las potencias imperiales y ese es el motivo de que el número de ellas sirva como referencia de la mera existencia o medida del tamaño de un imperio.
Ahí tampoco hay color, aunque se pueda discrepar con lo que es o no una base militar permanente o semipermanente, los números cantan. A pesar de que el Pentágono no ofrece datos oficiales, EE.UU. tiene más bases militares en el extranjero que la suma de todo el resto del mundo junto, aproximadamente unas 800, de ellas más de 400 en Europa. Las bases alojan a alrededor de 200 mil militares. De entre las bases norteamericanas las hay secretas, ilegales como las sirias o la de Guantánamo y las ubicadas con la complicidad de gobiernos vasallos o títeres de más de 70 países de todo el mundo. La mayor concentración de estas instalaciones concurre con Alemania y Japón, dos países prácticamente ocupados y con soberanía limitada de facto desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (IIGM). ¿Qué cuántas tiene Rusia? Pues aproximadamente, siendo generosos, unas 15, la mayoría de ellas en países de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviética (URSS). No hay más preguntas señoría.
No dejemos ningún cabo suelto. Otra medida de la máquina de guerra imperialista la da el presupuesto militar anual de las potencias. Si miramos el ranking de 2023, Estados Unidos ha gastado en su ejército 876 mil 900 millones de dólares, más que los siguientes once países juntos. Si lo comparamos con el gasto ruso, el tercero del mundo —y actualmente en guerra abierta contra la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)— es de vergüenza, ya que lo multiplica por más de 10, con un total 86 mil 400 millones de dólares. Sí, más de 10 veces, pero para algunos indocumentados o para los atlantistas, este «imperio» es perfectamente asimilable al usamericano.
Vayamos al corazón de la propaganda occidental, justo a las supuestas apetencias de Rusia por recuperar territorialmente la URSS. Hay que tener en cuenta que, de la Unión Soviética surgieron artificiosamente muchas repúblicas gracias a la mano de Occidente que históricamente jamás fueron previamente realidades territoriales independientes. Ello sucedió incluso contra la opinión de los pueblos implicados, que se manifestaron en múltiples referendos realizados en la década de los 90 del pasado siglo en favor de permanecer en la Federación de Rusia. La cuestión fue tan arbitraria que más de 25 millones de rusos quedaron fuera de la madre patria de un día para otro. Y lo peor fue que, en ocasiones, sufrieron discriminaciones y persecuciones, en algunos casos sangrientas. Cuando Moscú recuperó parte de su fuerza perdida tras la desintegración de la URSS, sí que ha podido salir en defensa de esos rusos, más sus descendientes, que en no pocos casos han mantenido la doble nacionalidad hasta hoy.
¿Qué es más importante, la voluntad popular o las líneas sobre los mapas cuando estas las ha trazado EE.UU. o la OTAN? Yo al menos lo tengo claro. Crimea y el Donbas, Novorossia, Osetia, Abjasia, Transnistria, Gagauzia y otras regiones están pidiendo hoy soberanamente volver a Rusia. Y no, lo vistan como lo vistan, no se trata de imperialismo, se trata de dar reparación a una injusticia histórica perpetrada por el imperialismo, por el único que en estos momentos históricos puede ser considerado como tal, el norteamericano. Comparar, por ejemplo, la reunificación de Crimea con Rusia con la invasión de Afganistán es un insulto a la inteligencia y la glorificación de la ignorancia.
No cabe duda alguna. A pesar de su galopante decadencia presente, es Estados Unidos quien ha creado monopolios industriales que desempeñan el papel más determinante en la vida de la población de todo el planeta; quien controla la emisión de la moneda más usada en el mundo; domina la industria del relato y el entretenimiento universal; maneja las instituciones políticas y financieras globales supranacionales; tiene un gasto militar infinitamente superior al de cualquier país del mundo y una red de bases militares y soldados desplegados por el planeta para mantener su dominio como ningún país ha tenido jamás en la historia reciente del planeta.
Se de sobra que al ninismo militante no le convencerán estas razones ni mil más que pudieran esgrimirse de mejor modo que las que anteceden, pero es que la cultura política de este personal está al nivel del imperialismo de la ensaladilla y la montaña rusa… Por eso se permiten usar el mismo discurso de Borrell, Von Der Leyen o Stolterberg y seguir creyendo alegremente que son de izquierdas.