¿Desacoplamiento forzado?: La batalla comercial entre Washington y Beijing
Según el profesor Eduardo Regalado Florido, investigador del Centro de Investigaciones de la Política Internacional (CIPI): “un desacoplamiento total entre EE. UU. y China sigue siendo improbable debido a la interdependencia económica y a los costos globales que implicaría. Es más probable un equilibrio inestable en el que predomine la competencia, pero con cooperación táctica en áreas de interés mutuo”.
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¿Desacoplamiento forzado?: La batalla comercial entre Washington y Pekín
El presidente de EE. UU., Donald Trump, reconoció que no desea que los aranceles a China sigan aumentando, y manifestó su optimismo respecto a la posibilidad de alcanzar un acuerdo comercial con Pekín, informó Bloomberg. “Llegará un momento en que no querré que suban más porque, cuando eso ocurre, la gente deja de comprar. Así que puede que no quiera subir más, o incluso ni llegar a ese nivel”, declaró Trump.
Además, insinuó que podría considerar una reducción de los aranceles en el futuro: “Puede que quiera bajarlos porque, ya sabes, quieres que la gente compre”.
Mientras Trump, en su desespero por recuperar la “supremacía americana”, lo mismo avanza que retrocede en esta guerra de aranceles, la postura de China ha sido bien firme: “lucharemos hasta el final”.
Las autoridades de la nación asiática han afirmado que los mal llamados “aranceles recíprocos” del presidente estadounidense socavan el orden económico y comercial internacional, y han emplazado a EE. UU. a “resolver los problemas mediante un diálogo equitativo basado en el respeto mutuo”.
“Instamos a EE. UU. a corregir de inmediato su enfoque erróneo y a resolver las diferencias comerciales”, dijo el portavoz de Exteriores Lin Jian, en una reciente conferencia de prensa. El vocero agregó que “EE. UU. antepone sus intereses al bien común de la comunidad internacional, lo cual constituye un ejemplo típico de intimidación arancelaria”, afirmó Lin, quien reiteró que “en una guerra comercial nadie gana” y que “el proteccionismo no ofrece salida”.
Desde Beijing se indicó que, si el Gobierno de Trump persiste con su política arancelaria imponiendo tarifas aún más altas, esto “no tendrá sentido económico y se convertirá en una broma en la historia de la economía mundial”.
China también suspendió las exportaciones de un amplio abanico de minerales raros e imanes, un componente esencial para empresas del sector automotriz, aeroespacial, fabricantes de semiconductores y contratistas militares, no solo de EE. UU. sino de todo el mundo. “EE. UU. sigue dependiendo en gran medida de fuentes extranjeras, en particular de naciones adversarias, para obtener estos materiales esenciales, lo que expone la economía y el sector de defensa a interrupciones en la cadena de suministro y a coerción económica”, reconoció de inmediato la Casa Blanca.
La guerra comercial desatada por Trump se intensificó el pasado 2 de abril con el anuncio de “aranceles recíprocos” para casi todo el mundo, una medida que rectificó una semana después ante las caídas de los mercados y el encarecimiento de la financiación de la deuda estadounidense.
Pero mientras suavizaba su ofensiva con la mayoría de países aplicando un arancel generalizado del 10 por ciento, decidió incrementar los gravámenes a China por haber respondido con represalias. Así, en menos de dos semanas Washington ha impuesto un 145 por ciento de gravámenes totales a las importaciones chinas, y esta ha elevado los suyos sobre productos estadounidenses hasta el 125 por ciento.
No obstante, luego de recibir presiones por parte de multinacionales como Apple y otras, Washington decidió dejar los teléfonos móviles, las computadoras y otros productos electrónicos importados desde China sin gravar.
China, por su parte, calificó la exención arancelaria sobre ciertos productos electrónicos chinos de “pequeño paso” para que EE. UU. “corrija su práctica errónea” de aplicar aranceles al gigante asiático e instó a Washington a que “cancele por completo” los gravámenes.
Para Beijing, los aranceles estadounidenses “no solo violan las leyes económicas y de mercado básicas, sino que también ignoran la cooperación complementaria y la relación de oferta y demanda entre los países”.
En 2024, el comercio bilateral de bienes entre ambas economías ascendió a 585 mil millones de dólares. Sin embargo, el déficit estadounidense —con importaciones desde China por 440 mil millones frente a exportaciones por solo 145 mil— se ha convertido en un punto de fricción recurrente.
Desde la implementación de los primeros aranceles durante el mandato de Donald Trump, y su posterior mantenimiento e incluso endurecimiento bajo la administración de Joe Biden, el comercio de bienes chinos hacia EE. UU. ha experimentado una significativa reducción. En 2016, los productos chinos representaban el 21 por ciento de las importaciones estadounidenses, pero esta cifra ha disminuido drásticamente, alcanzando apenas el 13 por ciento en la actualidad.
¿Cómo afecta esto al resto del mundo? Según el Fondo Monetario Internacional, EE.UU. y China representarán en 2025 aproximadamente el 43 por ciento de la economía global. Una desaceleración coordinada —o una recesión en ambas potencias, provocada por el encarecimiento de productos, la pérdida de inversión y el debilitamiento de la demanda— se traduciría en menor crecimiento global, reducción de empleo, y volatilidad en los mercados emergentes.
La Organización Mundial del Comercio (OMC), por su parte, publicó este 16 de abril un informe en el que advierte que el comercio de mercancías del mundo sufrirá una fuerte contracción este año. El informe, titulado “Perspectivas del Comercio Mundial y Datos”, prevé que el comercio global de mercancías disminuirá un 0,2 por ciento en 2025, una caída considerable frente a la estimación anterior de crecimiento del tres por ciento publicada en octubre pasado.
La decisión de Washington de posponer durante 90 días la aplicación de aranceles de represalia tampoco ha logrado reducir la incertidumbre que pesa sobre el comercio mundial. Pamela Coke-Hamilton, directora ejecutiva del Centro de Comercio Internacional (ITC), organismo dependiente de las Naciones Unidas, señaló: “La extensión indefinida de 90 días todavía no aporta estabilidad. Independientemente de si este plazo se amplía o no, la realidad actual es que no existe estabilidad ni capacidad de previsión, y esto afectará al comercio y a las decisiones prácticas de las empresas”.
El sector de servicios también sufrirá un fuerte impacto. La OMC prevé que el comercio de servicios crecerá un cuatro por ciento este año y un 4,1 por ciento en 2026, cifras considerablemente inferiores a las proyecciones anteriores de 5,1 por ciento y 4,8 por ciento respectivamente. Ralph Ossa, economista jefe de la referida entidad, advirtió: “Aunque los servicios no se vean afectados de forma directa por los aranceles, sí sufrirán consecuencias derivadas. La contracción del comercio de bienes reducirá la demanda de servicios asociados como el transporte, la logística y, al mismo tiempo, la creciente inestabilidad económica global frenará el turismo y los servicios vinculados a la inversión”.
Los aranceles se implementan con diversos objetivos estratégicos y económicos. Según Trump, estas medidas buscan proteger los negocios estadounidenses, fomentar la creación de empleos y estimular la producción doméstica. Sin embargo, la Reserva Federal señaló que, durante el primer mandato de Trump, los aranceles no lograron impulsar el empleo ni la producción en el sector manufacturero.
Además, se espera que los altos aranceles motiven a las empresas extranjeras a establecer plantas en territorio estadounidense, evitando así los costos adicionales. Por otro lado, los aranceles generan ingresos adicionales para el presupuesto estatal y funcionan como un mecanismo de presión para que los países afectados adopten políticas alineadas con los intereses de Washington, como el control fronterizo o la reducción del flujo de inmigrantes y drogas hacia EE. UU.
Pero la política de coerción a través de aranceles presenta una serie de efectos adversos que complican su implementación. Según la Reserva Federal, estas medidas impositivas aumentan los costos de las materias primas importadas para las compañías estadounidenses, mientras que los países afectados suelen responder con represalias arancelarias, generando un impacto negativo en el comercio.
Además, aunque se espera que las empresas extranjeras establezcan plantas en EE. UU. para evitar los altos aranceles, este proceso es largo y puede tomar años antes de generar resultados positivos. En algunos casos, las compañías optan por trasladar su producción a otros países con menores restricciones comerciales, como Vietnam y Combodia, en lugar de establecerse en territorio estadounidense, frustrando así los objetivos originales de esta política.
Según la directora general de la OMC, Ngozi Okonjo-Iweala, la principal preocupación de la organización es el riesgo de que las economías de China y EE. UU. se desacoplen. De concretarse este escenario, se estima que el PIB mundial podría reducirse en un siete por ciento a largo plazo. Compartiendo esta advertencia, las agencias internacionales de calificación Fitch y S&P señalaron el 17 de abril que, excluyendo el excepcional 2020 por la crisis sanitaria, el crecimiento económico mundial previsto para este año sería el más débil desde 2009, con estimaciones de apenas entre el dos por ciento y el 2,2 por ciento.
Entre 2018 y 2019, EE. UU. y China protagonizaron una intensa guerra comercial marcada por la imposición de aranceles recíprocos. Trump inició esta confrontación al imponer un gravamen del 25 por ciento sobre productos chinos valorados en 34 mil millones de dólares, lo que llevó a Bejing a responder con medidas similares. Las restricciones se intensificaron, afectando incluso al gigante tecnológico Huawei, que en 2019 fue incluido en la lista negra de EE. UU..
A pesar de varios intentos de normalizar la situación, como la firma de la “fase uno” de un acuerdo comercial en enero de 2020, numerosos aranceles permanecieron vigentes.
Durante el mandato de Joe Biden, estas tensiones continuaron, con un aumento en el número de empresas e individuos chinos sancionados. En términos económicos, el conflicto tuvo un impacto significativo: según el Rhodium Group, las inversiones extranjeras directas de China en EE.UU. disminuyeron más del 80 por ciento en 2018, en comparación con el año anterior.
“La confrontación fue el rasgo distintivo de la primera administración de Donald Trump con respecto a China, cuyo objetivo era contener el ascenso de este país y su influencia internacional. La administración Trump redefinió la relación sino-estadounidense como una rivalidad estratégica integral, haciendo hincapié en la tecnología, el comercio, la seguridad nacional y la geopolítica. Mientras EE. UU. priorizaba el unilateralismo y la presión económica, China respondía con resistencia y acelerando su autonomía”, comentó a Cubadebate el profesor Eduardo Regalado Florido, investigador del Centro de Investigaciones de la Política Internacional (CIPI).
“En este segundo mandato de Donald Trump, se esperan continuidades y cambios en su política exterior hacia China, influenciados por el contexto geopolítico actual, las lecciones de su primer gobierno y su postura más radical (…) El segundo mandato de Trump hacia China sería más audaz, unilateral y confrontativo, con políticas diseñadas para forzar una desvinculación económica acelerada y limitar el ascenso tecnológico chino. A diferencia de su primer gobierno, donde combinó presión y negociación (Acuerdo de Fase Uno), ahora podría priorizar la contención pura, incluso a riesgo de crisis, aunque sin llegar a un conflicto bélico, centrándose más en lo económico y tecnológico”, agregó el experto.
¿Trump podría llevar a un “desacoplamiento” total entre Estados Unidos y China, o es más probable un equilibrio entre competencia y cooperación? De acuerdo con Regalado, “un desacoplamiento total entre EE. UU. y China sigue siendo improbable debido a la interdependencia económica y a los costos globales que implicaría. Es más probable un equilibrio inestable en el que predomine la competencia, pero con cooperación táctica en áreas de interés mutuo”.
“Habrá un desacoplamiento parcial, con separación en sectores estratégicos (tecnología, energía limpia, defensa), pero con comercio limitado en bienes de bajo perfil. Se establecerá una especie de guerra fría económica, con aranceles selectivos, sanciones a funcionarios y campañas de desprestigio. Será una coexistencia forzada, en la que ninguna de las partes puede permitirse un conflicto militar abierto ni una ruptura económica total, lo que generará un equilibrio inestable”, apuntó.