El funeral del papa Francisco
El funeral, cargado de simbolismo y solemnidad, es presidido por el cardenal decano del Colegio Cardenalicio. En el caso del papa Francisco se espera que el ritual refleje su profunda identificación con los pobres, los marginados y la espiritualidad ignaciana.
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El funeral del papa Francisco
La muerte de un papa no es solo el final de un pontificado: es el cierre de un capítulo de la historia viva de la Iglesia y el mundo. Es un momento cargado de simbolismo, introspección y comunión. Millones de fieles viven la partida del sucesor de Pedro con emoción y reverencia, como si no solo perdieran un líder, sino también un padre espiritual.
Todos los procedimientos que siguen al fallecimiento de un papa están meticulosamente definidos en la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, promulgada por Juan Pablo II en 1996. Ese documento establece los rituales y protocolos que se deben seguir hasta la elección de un nuevo pontífice.
La confirmación de la muerte es uno de los momentos más simbólicos. Le corresponde al camarlengo--hoy el cardenal irlandés Kevin Joseph Farrell--verificar el fallecimiento. Siguiendo una tradición secular, llama al pontífice tres veces por su nombre de bautismo, en este caso “Jorge Mario Bergoglio”. Ante el silencio, declara oficialmente la muerte. A continuación, inutiliza el Anillo del Pescador, símbolo del poder pontificio, para que nadie lo use indebidamente. Es un gesto sencillo, pero cargado de significado: el poder, que nunca fue propiedad personal, regresa a las manos de la Iglesia.
El cuerpo del papa es velado de forma íntima, por lo general en la capilla del Monasterio Mater Eclesiae o el Palacio Apostólico. Es en ese momento que los más cercanos –auxiliares, religiosos y familiares— se despiden en un ambiente de oración y silencio. Después el ataúd es llevado a la Basílica de San Pedro, donde por tres días el pueblo puede prestarle sus últimos homenajes.
El funeral, cargado de simbolismo y solemnidad, es presidido por el cardenal decano del Colegio Cardenalicio. En el caso del papa Francisco se espera que el ritual refleje su profunda identificación con los pobres, los marginados y la espiritualidad ignaciana. Imaginar ese momento es casi escuchar ecos de sus homilías sencillas, sus palabras de ternura dirigidas a los más vulnerables y su mirada, que tantas veces habló más que mil discursos.
Después de la misa que se celebra en la Plaza de San Pedro, el cuerpo es llevado a la Basílica de Sants María la Mayor, una iglesia romana por la que Francisco sentía un cariño especial y donde rezaba antes y después de cada viaje apostólico.
En el ataúd, además del cuerpo, se colocan elementos que cuentan su historia: monedas acuñadas durante el pontificado, un pergamino con un resumen de su vida y su misión como papa y la vestidura litúrgica que simboliza su servicio a la Iglesia.
Con el entierro se inicia el período de sede vacante. La Silla de Pedro está vacía. Las campanas de la Basílica suenan con un timbre diferente. Entonces comienza el cónclave, la reunión de los cardenales en la Capilla Sixtina, uno de los momentos más solemnes en la vida de la Iglesia. Allí, bajo la presencia silenciosa del Juicio Final de Miguel Ángel, los cardenales rezan, discuten y votan para elegir al nuevo pastor.
El cuerpo del papa Francisco será sepultado el próximo sábado en Roma. Antes habrá ceremonias fúnebres en la Plaza de San Pedro, con una misa presidida por el decano del Colegio Cardenalicio, Giovanni Battista Re. A continuación, el ataúd será trasladado en una procesión hasta la Basílica de Santa María la Mayor, indicada por Francisco en su testamento por ser la iglesia de su predilección. Hace más de un siglo que ningún papa ha sido sepultado fuera de los muros del Vaticano. Los predecesores de Francisco están enterrados en las criptas vaticanas, debajo del altar de la Basílica de San Pedro.
Es tradición que los papas se entierren en un ataúd triple de ciprés, plomo y encina. Francisco manifestó el deseo de que el suyo fuera sencillo, de madera revestida de zinc por dentro. Y no se colocará sobre un catafalco; en la lápida aparecerá solo una la palabra “Franciscus”, sin ningún adorno. Todas las exequias serán costeadas por un benefactor amigo de Francisco, para no gravar los cofres de la Iglesia.