Comuneras mapuche en la Catedral de Buenos Aires exigiendo la libertad de Francisca Linconao
El frente de la Embajada de Chile en Argentina apareció cubierto de pronto con banderas mapuche y pancartas que sintetizaban una urgente demanda: lo que está ocurriendo con la machi Francisca Linconao es una verdadera injusticia. Anciana, enferma y acusada de un delito que no cometió esa mujer de rostro tranquilo espera en una oscura prisión de Temuco, territorio mapuche bajo conquista del invasor chileno, que las autoridades de ese país descarguen sobre su cuerpo una condena de tres decenas de años de cárcel. Tal castigo es producto de la aplicación por parte del gobierno Bachelet de la Ley Antiterrorista por ella promulgada y aplicada con saña a decenas de prisioneros y prisioneras mapuche.

Junto a militantes de distintas organizaciones populares argentinas, estaba también allí el escritor y periodista Osvaldo Bayer, quien a sus casi 90 años y desafiando un sol que al mediodía rajaba la tierra, no podía faltar para testimoniar su adhesión a las tres valientes mujeres y “a tan noble causa como es la de este pueblo que siempre ha sufrido atropellos”. Bayer de eso sabe y mucho, ya que investigó durante años sobre la aplicación de fórmulas represivas por parte del ejército argentino en la Patagonia contra chilenos y mapuche indistintamente. Después de entregar un petitorio en la Embajada, exigiendo la libertad de Francisca, “mujer importante, mujer-medicina, mujer sagrada de nuestro pueblo”, los manifestantes se auto-convocaron nuevamente para una hora después a fin de efectivizar una acción que aumentara la presión a la que estaban dispuestas las tres luchadoras mapuche. Así fue que lograron penetrar nada más y nada menos que a la Catedral porteña, situada en la histórica Plaza de Mayo, y con la fuerza que les da la razón plantearon que procedían a “hacer una ocupación pacífica” de la misma hasta que fueran recibidas por el Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Mario Poli, máxima autoridad eclesiástica de la ciudad.

Como respuesta a sus reclamos, en principio, lo único que consiguieron las tres mujeres fue una continua presión policial, que una y otra vez preguntaban “hasta cuando se van a quedar”, “que vienen a buscar” y en algunos casos, amenazando con abrir una causa judicial “por usurpación de domicilio”, lo que provocó risas entre las hermanas mapuche y un puñado de acompañantes. Dos periodistas de Resumen Latinoamericano estuvieron allí y pudieron confirmar la serenidad y firmeza con que las tres mujeres reiteraron a quienes oficiaban de intermediarios con el Arzobispo, que “era muy poco lo que a él le costaba trasladarse, comparado con los miles de kilómetros que los mapuche debieron hacer para que alguien los pudiera escuchar. Finalmente, después de cuatro horas de tire y afloja, y ante la insistencia del Arzobispo que les dio garantías de que recibiría a una delegación de seis personas, el grupo salió de la Catedral y entró en la sede de la Nunciatura, donde Monseñor Poli y el Obispo Auxiliar Enrique Eguía, se desvivieron por mostrar un rostro complaciente con “los pueblos aborígenes”, así los nombraron, y viendo que ni Juana, ni Ingrid ni Moira estaban dispuestas a ceder en sus objetivos, finalmente el Arzobispo se comprometió a hacer llegar la carta al Papa a la brevedad. Ya en la calle y entre nuevos gritos de victoria, las lideresas mapuche explicaron a un grupo de manifestantes que de aquí en más hay que redoblar los esfuerzos para que la machi salga en libertad y que lo mismo exigirán para todos los y las presas mapuche que luchan para que las trasnacionales extra-activistas dejen de destruir sus sitios ancestrales y enfermar con sus venenos a niños y jóvenes.