Proceso de paz en Colombia y la era de Trump
El reciente tono conciliador de Trump en su discurso de triunfo no debe llevar a engaño. Se abre un período oscuro e incierto para todos, también para Colombia. En el país “gringo”, el sector militarista involucrado en la obtención de armas para las milicias en la sombra, y para los paramilitares organizados en bandas funcionales a los tráficos, recibirá un espaldarazo del nuevo gobierno norteamericano. Estas milicias –dispuestas a defender a toda costa su “way of life”- tendrían una función clave en un intento para desvertebrar toda iniciativa de resistencia popular.

Si las cosas no estaban nada fácil para las negociaciones en la Habana, la salida de los demócratas de la Casa Blanca no parece que vaya a ayudar. Posiblemente, el actual de apoyo al proceso de paz se desmoronará, desde una nueva concepción de las relaciones internacionales a favor del intervencionismo directo y militar; desde el cálculo para garantizar negocios armamentísticos; desde la concepción de un Estado-policía al puro estilo cowboy, muy cercano al uribismo colombiano. Para la muestra un botón: hoy mismo, en el momento en que se anunciaba el triunfo de Trump, un grupo paramilitar amenazaba a líderes de la izquierda colombiana.
Parece que todo se complica para la paz en Colombia. La derecha radical colombiana recibirá una inyección de ideología conservadora desde los Estados Unidos. Una ideología que se erige contra las garantías democráticas, los derechos de las minorías, los derechos sexuales y reproductivos, los pactos sociales por la paz, la tributación de las grandes corporaciones, los controles a la acumulación de tierras baldías, contra el apoyo a la economía campesina colectiva. Frente a esto, si la agenda de negociación en La Habana tiene que ser recortada al máximo: cederá la guerrilla al punto de poner en juego sus principios democrático-populares?
El triunfo electoral de Trump, precedido por la no menos decepcionante victoria del NO en el referéndum por la paz en Colombia, nos ha hecho despertar, abruptamente, de una especie de sueño profundo. Y, ciertamente, es hora de despertar. La realidad nos llama a gritos desde la tozuda evidencia de que nuestras tácticas, nuestros discursos y la puesta en práctica de propuestas de cambio social se han quedado cortas. La calle, las plazas, los lugares que hasta ahora han sido nuestro escenario, están siendo ocupados por sectores conservadores que no dudan en gritar consignas añejas, racistas y xenófobas, en contra de conquistas tan cruciales como la igualdad de género y la solidaridad entre los pueblos. Son gritos a favor de la supremacía de unos pocos privilegiados frente a unos muchos que poco a poco se han quedado sin voz, ahogados por “trending topics” forjados en campañas de millones de dólares.
Estas voces dan oxígeno a la triste consigna colombiana “recuperar y repartir tierras a los desposeídos atenta contra la inversión”. Esta se oye ahora con naturalidad y se difunde sin vergüenza, tal como lo hicieron en su época los esclavistas y colonialistas contra la liberación de los esclavos.
