América Latina de cara al 2022
En el año 2022 se producirán dos elecciones presidenciales que impactarán notablemente en el curso geopolítico de América Latina y el Caribe.
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América Latina de cara al 2022
En Brasil, la derecha fascista que representa Jair Bolsonaro medirá sus fuerzas con el exmandatario, Luis Ignacio Lula Da Silva, exonerado de falaces acusaciones y llamado a recomponer le influencia del Partido de los Trabajadores.
En Colombia, la derecha, en su abanico de expresiones vernáculas, desde las más retrógradas y criminales, hasta la más liberal, intentará evitar el ascenso de nuevas expresiones políticas contestatarias, justamente en un país donde lo alternativo siempre ha sido callado con plomo.
Brasil, con su peso económico, político y simbólico para todo el hemisferio; y Colombia, el principal aliado de EE.UU en la zona, constituyen dos fichas de alto valor en el ajedrez geopolítico de la región.
La mera posibilidad de que candidatos de izquierda o centro-izquierda puedan alcanzar la presidencia en ambos países significaría un elevado desafío político para la Casa Blanca, más allá de la intensidad democratizadora y progresista que traigan esos eventuales triunfadores. Es por ello que la confrontación política, mediática, jurídica y hasta económica en estos dos campos en disputa escalará a niveles tal vez sin precedentes.
Chile y Perú son dos ejemplos elocuentes y recientes que muestran las dificultades que deberán superar las fuerzas progresistas y democráticas para ganar el gobierno y alcanzar el poder en el actual contexto.
Causas y angustias comunes
La COVID-19 mostró el verdadero rostro de América Latina y el Caribe. El impacto del virus rasgó el velo de una región desigual y alentó los fuegos para ebulliciones presentes y futuras.
La profundización de las políticas neoliberales, la precariedad del empleo y de los servicios públicos de salud y seguridad social en la inmensa mayoría de los países de la zona, la desigualdad estructural que sufren y la indiferencia de la mayoría de sus gobiernos, se combinaron con los efectos socioeconómicos de la pandemia.
Si el clima político de la región en el 2019 era tenso, con manifestaciones y protestas en varios puntos del continente, durante el 2020 pandémico se crearon las condiciones para una tormenta perfecta, expresada en manifestaciones sociales y políticas con numerosas y diversas demandas, que pusieron en crisis la gobernabilidad en la zona y en máxima tensión la anémica capacidad institucional del modelo neoliberal.
En este escenario convulso se realizarán comicios presidenciales en Brasil y Colombia. En estos países, como en casi toda Latinoamérica, existe además una crisis de los partidos políticos tradicionales, con el ascenso paulatino de heterogéneos movimientos sociales y políticos de diversas corrientes ideológicas que complejizan las estrategias unitarias de la izquierda, máxime cuando la polarización de los discursos se ha establecido como táctica electoral de la derecha, a la que se han sumado las salidas políticas de sectores religiosos ultraconservadores con bases cada vez más extensas.
Se ha regresado incluso a un lenguaje de la pasada “guerra fría”, con el fin de construir cortinas de humo frente a las causas reales de los estallidos sociales e influir tanto en las masas desinformadas como en los grupos más conservadores.
Las acusaciones contra supuestas injerencias de Cuba, Venezuela y el Foro de Sao Paulo en las protestas de Chile y Colombia y en las recientes elecciones en Perú buscan, mediante una narrativa de contrastes y miedos, acentuar la polarización, confundir, dividir y distraer a los sectores de izquierda, y garantizar el consenso de las derechas frente al “enemigo común”.
Frente al empuje de liderazgos como el de Lula en Brasil y Gustavo Petro en Colombia, y ante el rechazo que generan Bolsonaro y Álvaro Uribe (jefe político del actual presidente colombiano), entre las tácticas de importantes sectores de la derecha, preocupados por las consecuencias de los estallidos sociales, está la construcción de alternativas de “centro” que puedan avanzar en un contexto de polarización.
La idea es ganar las elecciones en eventuales segundas vueltas, tras derrocar a la opción izquierdista, arrancando votos de sectores vacilantes de uno y otro campo, con el respaldo ideológico de las llamadas “clases medias”. Si esto no fuera posible, al menos lograrían la dispersión del voto del electorado que va del centro a la izquierda, como fue el caso de Ecuador.
Para esto contarán con los límites ideológicos de las llamadas “capas medias” de la población, con los miedos generados en las sucias campañas a las que se sumarán los sectores empresariales negados a perder sus privilegios y con la complicidad de líderes y sectores aparentemente no derechistas.
En este contexto la disputa del voto de “centro”, en su mayoría fruto de la inversión “cultural” del neoliberalismo, se convierte en una prioridad, lo que inexorablemente impone límites en los programas políticos de la izquierda.
Los dos casos enfrentan además el desafío de construir una plataforma político-organizacional sólida y coherente que le garantice, además de un triunfo electoral contundente, una cobertura legislativa capaz de propiciar el avance de sus respectivas agendas y neutralice desde ese frente los lógicos ataques que recibirán de las derechas en caso de una victoria electoral.
Pero los dos pretendientes deberán sortear un peligro mayor: la decisión de EE.UU. de evitar por todos los medios el ascenso de la izquierda, sea cual sea su matiz e intensidad política, en estos dos países.
Lo sucedido recientemente en Ecuador y Perú es un claro ejemplo de hasta donde serán capaces de llegar Washington y sus aliados en la zona para impedir las victorias electorales de los sectores alternativos, progresistas, demócratas y nacionalistas.
Aunque la victoria de Lula en Brasil es mucho más segura que la de Petro, lo que viene sucediendo en Colombia evidencia el hastío de importantes grupos poblacionales ante la desigualdad reinante, la criminalidad de la derecha y su abyecta subordinación a EE.UU.
Un cambio en la orientación política de Brasil impactará notablemente en la geopolítica de la región. El peso político y económico de Brasil moverá sin dudas la correlación de fuerzas en la zona, sin que esto signifique cambios profundos o una radicalización como la experimentada en la primera década de este siglo.
No obstante, aspiraciones como la integración, relegadas gracias a la labor de la derecha hemisférica que logró destruir la UNASUR, y debilitar la CELAC, podrían tener un impulso visible con un Brasil de otro color acompañado por Argentina, México y Bolivia; mientras que el cerco contra Venezuela podría debilitarse aún más con la casi destrucción del famélico Grupo de Lima.
La COVID-19 mostró nuevamente la vergonzante realidad de Latinoamérica y esta vez con mortal nitidez.
Toca a los nuevos liderazgos tener la capacidad de inocular la vacuna social y política que espera durante dos siglos esta región.