Latinoamérica: De izquierdas y desafíos
América Latina y el Caribe vive hoy un ascenso paulatino de nuevas expresiones políticas antineoliberales, con propuestas sociales inclusivas y redistributivas, con aspiraciones democráticas dentro del régimen liberal burgués, y con sensibilidad frente a los serios problemas climáticos de la humanidad.
Algunos exponentes de este sector se muestran distantes del discurso de la llamada izquierda tradicional y de posturas más revolucionarias.
No obstante, en muchos casos, los partidos y organizaciones de esa llamada izquierda tradicional han brindado su apoyo y experiencia en la construcción de alianzas programáticas frente al fascismo. Los casos de Chile y Colombia son hoy los más representativos.
Causas sin azares
Un breve recorrido por la historia regional nos obliga a detenernos en causas que en alguna medida han influido en la forma y el contenido de estas fuerzas emergentes.
Desde mucho antes de la guerra fría, las derechas herederas del poder colonialista y las nuevas surgidas al calor de las relaciones de subordinación al imperialismo estadounidense, se dieron a la tarea de eliminar a sangre toda expresión de disenso o cualquier amenaza a su estatus.
Con el triunfo de la Revolución Cubana y en aras de evitar que su ejemplo se expandiera, la derecha y el imperialismo consolidaron sus acciones represivas contra la izquierda. La doctrina de la seguridad nacional y el enemigo interno fue el argumento para desarrollar un verdadero terrorismo de Estado.
En Chile hubo que instaurar una dictadura para derrocar el gobierno socialista y antimperialista de Salvador Allende, heredero de las luchas obreras, y apoyado por los comunistas y socialistas chilenos. En Colombia se cuentan por decenas de miles los muertos que en los últimos 60 años se cobraron las elites para borrar cualquier atisbo de comunismo o lo que se le pareciera. Y en este último caso la matanza no cesa.
La represión descabezó y desestructuró las organizaciones de izquierda y sus liderazgos nacionales y de base, a lo que se suman dolorosas historias de divisiones y traiciones, motivadas por sectarismos, por la labor de zapa de los servicios de inteligencia yanquis, o por debates distantes de nuestro contexto.
En Chile, entre 1973 y 1990, fueron asesinados o desaparecidos más de 3 mil personas. En Colombia, entre 1984 y 2002 fue casi exterminado el partido de izquierda Unión Patriótica. Más de 5 mil militantes y líderes de esa organización, incluyendo candidatos presidenciales fueron eliminados. Y en ambos casos, millones de personas salieron al exilio.
La situación para esa izquierda se agravó con el derrumbe del socialismo europeo y soviético, junto a la derrota electoral de la Revolución Sandinista. Antes, la invasión de Ronald Reagan a Granada y la de Bush padre a Panamá evidenciaban el tránsito a una nueva etapa en el hemisferio y el mundo.
Para colmo de males, las dos principales guerrillas colombianas, que por décadas constituyeron un símbolo de resistencia campesina, revolucionaria y antiimperialista, torcieron el camino y perdieron legitimidad.
En esta suma de causas, no se puede dejar de mencionar el activo trabajo de los gobiernos de Estados Unidos en aras de consolidar los instrumentos de dominación en la región. Desde los económicos, políticos, mediáticos, judiciales, ideológicos y culturales, hasta los militares y de inteligencia, sin dejar de mencionar el narcotráfico, devenido en comodín para cuanta acción requiriera Washington.
Todo lo anterior impactó negativamente en la mayoría de los partidos comunistas, socialistas, revolucionarios y progresistas de la región, por lo que su incidencia en el curso de las luchas que siguieron se redujo. Sus estructuras juveniles, así como sindicatos y organizaciones sociales aliadas no escaparon de esa situación.
La crisis ideológica era palpable en toda la región. Frente a ello, la creación del Foro de Sao Paulo por el comandante Fidel Castro y el líder sindical brasileño, Luis Ignacio Lula Da Silva, significó un espacio de encuentro y debate fraterno que, contribuyó de manera decisiva en la revitalización ideológica y moral de las ideas revolucionarias, antiimperialistas y latinoamericanistas en la región.
Para la historia quedaron las palabras del líder cubano en 1993 frente a centenares de representantes de las distintas fuerzas de izquierda de la región reunidas ese año en La Habana. Además, la propia resistencia y sobrevivencia del proceso revolucionario cubano en condiciones extremas resultó un ejemplo de que la victoria era posible.
La aplicación tajante del neoliberalismo dejó secuelas hasta hoy tangibles en toda la región. Sin embargo, la movilización de los pueblos, junto a nuevas y viejas fuerzas de izquierda y sociales, logró derrotar el ALCA. Aquella victoria fue un grito de libertad frente a lo que significaba, no ya la soga al cuello, sino el estrangulamiento total de Nuestra América y su absorción definitiva por Estados Unidos. Sin la resistencia de los pueblos, de la Revolución Cubana, y de la fuerza de la joven Revolución Bolivariana, junto a las actitudes latinoamericanistas de Lula y Néstor Kirchner, hoy la historia de la región fuera distinta y sombría.
Las miradas puntuales, y ojalá tácticas, que algunos liderazgos emergentes sostienen sobre procesos victoriosos que han resistido la embestida imperialista, hoy convertidos en reservas de dignidad y esperanzas liberadoras, no se explican sin tener en cuenta los contextos en los que nacieron y se desarrollan las nuevas expresiones.
En cualquier caso, la trascendencia de cualquier aspiración política progresista en el continente estará marcada por la postura que asuma frente a la demostrada interrelación de las luchas antineoliberales y liberadoras y su continuidad histórica y dialéctica. La disyuntiva desde Bolívar es: integración latinoamericana o dominación imperialista.
La historia y sus lecciones
Cualquier aspiración de justicia social y redistribución de la riqueza, o incluso, cualquier aspiración medioambientalista, chocará de frente con los intereses de los que hoy tienen el poder en gran parte de la región y el mundo.
Hugo Chávez, Lula da Silva, Néstor y Cristina Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, Fernando Lugo, Nicolás Maduro, Dilma Rousseff, Manuel Zelaya, Daniel Ortega y hasta Gustavo Petro en Colombia lo han vivido en carne propia. Por cierto, la mayoría de ellos fueron líderes alternativos a otras propuestas en su momento.
El golpe de estado a Chávez y el asedio contra Maduro, el encarcelamiento de Lula, el derrocamiento manu militari de Evo y Zelaya, el intento de golpe policial a Correa y su posterior enjuiciamiento, los golpes jparlamentarios a Dilma y Lugo, la destitución temporal de Petro como alcalde de Bogotá, y los ataques contra Cuba, Venezuela y Nicaragua son ejemplos de lo que no acepta el imperialismo estadounidense.
Luego, quien se anime a apostar por los pobres y los excluidos, por los iletrados y los desempleados, por los niños desnutridos, por los campesinos sin tierra, por los enfermos sin atención médica, por los indígenas preteridos, por los jóvenes sin universidades, por la protección del medio ambiente y la soberanía sobre los recursos naturales y por el desarrollo sostenible, debe tener claro a lo que se expone y dónde se ubican los enemigos y los aliados.
No se puede perder de vista que los grupos empresariales que controlan, además, los medios de comunicación, están ahí, activos y pendientes, reacios a compartir su poder; y cuentan, que nadie lo dude, con el respaldo ideológico y material de entes castrenses formados en la escuela de las Américas, esos que recientemente dieron muestras fehacientes de su respeto por los derechos humanos y la democracia.
La buena noticia es que esos poderes saben de lo que es capaz el pueblo movilizado. Los chilenos encabezaron sus protestas con un claro mensaje: “nuestro legado será borrar tu legado”, refiriéndose a Pinochet. Los colombianos exclamaron: “Uribe, paraco (paramilitar), el pueblo está berraco” (indignado).
Esos sectores que demostraron su fuerza y catalizaron los procesos de cambio, estarán atentos al cumplimiento de sus demandas.
De la unidad de las expresiones de izquierda, de partidos, movimientos sociales y sindicatos y de su capacidad movilizativa; del cumplimiento de los programas construidos al calor de las protestas y las ansias de transformaciones; de la labor ideológica y educativa; del diálogo directo con las bases; y de la capacidad para enfrentar las lógicas y esperadas acciones desestabilizadoras de la derecha, dependerá el logro de las metas de esta nueva izquierda, fruto de su tiempo.
Frente a esta realidad, salir a dar lecciones sin tener en cuenta los sacrificios de otros; o comparar a aquellos con los que han resistido y vencido los embates imperiales, no contribuye a lograr un clima regional que impulse la lucha, la solidaridad y la integración.
Como expresó el líder histórico de la Revolución Cubana, general de Ejército Raúl Castro, en la cumbre de la CELAC de La Habana, en el 2015: “desarrollar la unidad en la diversidad, la actuación cohesionada y el respeto a nuestras diferencias seguirá siendo nuestro primer propósito y una necesidad ineludible, porque los problemas del mundo se agravan y persisten grandes peligros y recios desafíos que trascienden las posibilidades nacionales e incluso subregionales”.