Un nuevo orden monetario
Los dólares que imprime la Reserva Federal norteamericana no pueden producir el gas, el oro, el petróleo y otros commodities que tiene Rusia.
La semana pasada cuarenta dirigentes empresariales que representan a las principales corporaciones productoras de metales no ferrosos de Europa convocaron a los líderes de la Comunidad Europea a tomar urgentemente todas las medidas que sean necesarias para salvar a la producción de metales estratégicos ante una crisis energética que ha paralizado al 50 por ciento de la producción europea y amenaza con diezmarla en el corto plazo.
Esta apelación al salvataje resume la intensidad y velocidad de una crisis que ahora desborda al ámbito energético y abre las puertas a una catástrofe del sistema financiero internacional.
Hacia fines de la semana pasada, y bajo el liderazgo de la secretaria del Tesoro norteamericano Janet Yellen, los países centrales agrupados en el G7 anunciaron la decisión de imponer un techo al precio internacional del petróleo ruso. Pocas horas después, Vladimir Putin advirtió que no venderá petróleo a países y corporaciones que se adhieran a este techo, y luego suspendió todo envío de gas a Europa hasta tanto esta no elimine las sanciones económicas tomadas contra Rusia por su reciente misión militar en Ucrania. Así, en vísperas de un crudo invierno, las importaciones europeas de gas ruso –que por supuestos desperfectos de del gasoducto NS1 habían descendido del 40 por ciento al 20 por ciento– quedaron totalmente bloqueadas. La crisis energética escaló nuevos decibeles.
El lunes, y contrariando un acuerdo recientemente estipulado entre Arabia Saudita y el gobierno de Joe Biden, los países nucleados en la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) anunciaron un recorte a la producción futura de petróleo. Aunque de escasa magnitud, el recorte reiteró la advertencia formulada por Arabia Saudita hace unos meses: no existe en el mundo la capacidad productiva necesaria para mitigar la demanda energética y frenar así la escalada de precios.
Pocas horas después, la Comunidad Europea anunciaba medidas de emergencia para enfrentar la crisis energética. Entre ellas cabe destacar la suspensión temporaria de los mercados financieros de derivados de productos energéticos, el posible racionamiento en el uso del gas y la adopción de líneas de crédito subsidiado para asegurar el abastecimiento energético a empresas y familias y la continuidad de las actividades financieras.
En paralelo, y aprovechando al Foro de las Economías del Este reunido esta semana en Vladivostok, Putin acusó a los directivos de la Comunidad Económica Europea de ignorar la emergencia de un mundo multipolar. Este nuevo mundo pone fin al viejo orden que ha beneficiado a las elites europeas, “obligando al resto del mundo a vivir bajo las reglas que (ellas) inventan y cambian de acuerdo a sus intereses”.
Estas elites pretenden aislar a Rusia, e “ignorando que no están en posición para imponer sus intereses (…) adoptan políticas que destruyen a la población europea (…) y las aleja de aquellos que dicen representar”. El mundo no se sorprenderá “cuando la participación de las corporaciones europeas en el mercado global y en el europeo sea absorbido por sus patrones norteamericanos”, vaticinó, y aclaró que “el objetivo principal de Rusia es defender su soberanía nacional”.
En el devenir de estos acontecimientos la crisis energética va enhebrando aristas de una crisis más profunda, de índole sistémica. Sin embargo, una espesa bruma impide ver la esencia de lo que hoy está en juego. La mayoría de los mortales siente que el fuego de la escasez energética perfora sus bolsillos, augurándole un futuro de hambre y frío.
No advierte, sin embargo, que ese mismo fuego desarticula al espejismo de la libertad de mercado y coloca a la cuestión nacional en el centro de la escena política, sea esta internacional o local. Un tumulto de noticias irrelevantes y muchas veces falsas va bordando una narrativa, que confundiendo y gatillando miedos y sentimientos primarios, fragmenta a los individuos, los aísla y, enfrentando a unos contra otros, bloquea su capacidad de reflexión sobre las causas de los problemas que los aquejan. Esta narrativa impone de ese modo la visión de “un mundo al revés”, en el que bajo la excusa de la defensa de valores democráticos, se perpetúa la concentración del poder y se legitima un totalitarismo de nueva estirpe.
De la crisis energética a la crisis financiera
El bloqueo de la exportación de gas a Europa desató una estampida de los precios y expuso una crisis de liquidez en las transacciones financieras con derivados energéticos, obligando a algunos gobiernos europeos a intervenir inmediatamente con subsidios para evitar problemas mayores.
El sábado 3 de septiembre, la Primera Ministra sueca explicó la gravedad de la situación: “Necesitamos aislar a esta crisis en un mercado para que no infecte al conjunto del sistema financiero (…) preocupa la posibilidad de que estas reverberaciones incidan sobre corporaciones que, aunque son solventes, pueden no encontrar la liquidez que necesitan y provocar así efectos catastróficos en otros mercados”.
Súbitamente, el fantasma de Lehman Brothers, la compañía que detonó la crisis financiera de 2008, sobrevoló nuevamente a las finanzas mundiales: los últimos días se conoció que las corporaciones energéticas de Europa tienen deudas financieras en los márgenes (margin calls) por 1,5 billones (trillions) de dólares en el mercado de derivados del petróleo y que enfrentan una severa crisis de liquidez para financiarla.
Para el ejecutivo de la principal corporación energética noruega, esta estimación, a pesar de ser conservadora, apunta al problema central de inexistencia de liquidez financiera en los mercados, situación que puede afectar a los principales bancos, altamente endeudados.
En este contexto, la Comisión Europea anunció el lunes pasado que está preparando medidas de “emergencia”, las cuales forman parte de un plan más amplio que le permitirá intervenir directamente en los mercados reorganizando cadenas de abastecimientos, secuestrando activos corporativos, reescribiendo contratos comerciales con clientes y proveedores, ordenando a las compañías stockear reservas estratégicas y dar prioridad a las órdenes de la Comisión por encima de posibles exportaciones. Así, el plan otorga poderes a la cúpula de un órgano burocrático que superan a los de los Estados y abre el camino hacia una economía de guerra.
Hacia mitad de la semana, un informe de Goldman Sachs estimaba que los servicios eléctricos insumirán, en promedio, el 20 por ciento del ingreso disponible de las familias y el 15 por ciento del PIB europeo. Esta situación augura protestas sociales y conflictos, que ya empiezan a manifestarse. Para mitigar esta situación, los gobiernos de varios países europeos se apresuran ahora a comprometer subsidios de distinta índole, que entran en contradicción con la política monetaria del Banco Central Europeo.
Esta se centra en un aumento de las tasas de interés y una progresiva disminución del flujo de liquidez para controlar a la inflación. Esa contradicción, que también impregna a la política monetaria de la Reserva Federal norteamericana, no es casual y expone la trampa que encierra hoy en día a los Bancos Centrales de los países desarrollados ante una inflación provocada inicialmente por la disrupción de las cadenas de valor global y ahora descontrolada por la crisis energética.
La crisis de la hegemonía norteamericana
Poco después de la misión militar rusa a Ucrania, Zoltan Pozsar, respetado gurú de las finanzas y estratega del Credit Suisse, advirtió que esta guerra había desencadenado una crisis del precio de los commodities que es muy diferente a todas las crisis vividas hasta ahora. A principios de los ’70, el Presidente Richard Nixon puso fin a la era del dólar respaldado en el oro, que regía desde fines de la Segunda Guerra Mundial (Bretton Woods I), e inició una nueva etapa, en la que el dólar iría a operar como moneda de reserva internacional, basándose en la garantía de las Letras del Tesoro norteamericano (Bretton Woods II).
Según Pozsar, las sanciones económicas contra Rusia incluyeron la confiscación de sus reservas internacionales depositadas en los Bancos Centrales de Occidente. Esto último hizo posible la emergencia de un nuevo orden monetario global (Bretton Woods III), centrado en monedas basadas en commodities/oro “que seguramente debilitará al dólar y contribuirá a las fuerzas inflacionarias en Occidente”.
Las crisis de 1997, 2008 y 2020 fueron resueltas a partir de inyecciones masivas de liquidez financiera. Hoy, los bancos centrales de los principales países de Occidente no pueden resolver una crisis que tiene en su centro la existencia física de commodities/oro. Los dólares que imprime la Reserva no pueden producir el gas, el oro, el petróleo y otros commodities que tiene Rusia.
La respuesta rusa a las sanciones económicas, anclando su moneda –el rublo– a los commodities que exporta y relacionando al rublo con el oro, actuó como un boomerang: le permitió amortiguar el impacto de las medidas sobre su economía y le abrió el camino hacia un nuevo orden monetario global basado en monedas locales ancladas en commodities/oro y en mecanismos de transferencias financieras que operan al margen del dólar.
Los países periféricos tienen ahora una nueva alternativa para comerciar y realizar transacciones financieras y pueden poner límites a la especulación y al endeudamiento ilimitado. Estos dos fenómenos caracterizan a la economía occidental de las últimas décadas y son ejes constitutivos de la hegemonía mundial norteamericana.
El dólar es hoy un arma de guerra que permite disciplinar gobiernos e imponer determinadas políticas que conducen al endeudamiento ilimitado. Este, a su vez, es una extraordinaria vía de absorción de recursos, rentas, riqueza e ingresos de los países periféricos. Este endeudamiento crece exponencialmente al ritmo dictado por el interés compuesto, un ritmo imposible de ser alcanzado por una evolución de la economía periférica que multiplica la pobreza y potencia la pérdida de la soberanía nacional.
Por otra parte, la emergencia de este nuevo orden global amenaza la vigencia del dólar como moneda internacional de reserva, exponiendo al desnudo las burbujas de precios en distintos mercados financieros, entre ellos, el mercado del oro. Las sanciones contra Rusia incluyeron la eyección de refinerías, corporaciones mineras y bancos rusos de los organismos que rigen y ejecutan transacciones en oro, plata y metales preciosos, el LBMA (London Bullion Market Association) y el COMEX (The Commodities Exchange Inc).
Hacia mediados de julio, se conoció que el gobierno ruso, junto con sus aliados de Eurasia, han propuesto la creación de una nueva infraestructura para las transacciones de metales preciosos y la determinación de sus precios y standards. Esta infraestructura busca eliminar el monopolio ejercido por el LBMA y el COMEX sobre la determinación del precio internacional y las transacciones de estos metales, al tiempo que permitirá estabilizar al mercado ruso del oro.
Paralelamente a estos desarrollos, se conoció un estudio de Peter Hambro que muestra los métodos utilizados en la manipulación del precio del oro en el LBMA y el COMEX y la connivencia de los principales Bancos Centrales del mundo en estas operaciones. El estudio fue detonado por la reciente publicación por parte de la autoridad monetaria norteamericana –OCC (Office of the Comptroller of the Currency)– de una reclasificación de datos sobre tenencia de derivados de oro por parte de los bancos norteamericanos. Esta reclasificación muestra que el J.P. Morgan y el Citi Bank controlan el 90 por ciento de los derivados del oro y metales preciosos que poseen los cuatro mil 796 bancos y entidades financieras aseguradas por el Gobierno Federal.
Argentina: violencia política y desestabilización
A una semana del intento de asesinato de la Vicepresidenta, el clima político continúa muy enrarecido y la violencia política de las tribus macristas y de los medios concentrados contra el gobierno y “los K” crece con total impunidad. La falta de una clara definición política respecto al momento que se vive, tanto por parte del gobierno como de la dirigencia del Frente de Todos, alimenta un clima de zozobra que arriesga disolver la épica que empezó a expresarse en las recientes movilizaciones populares en apoyo a Cristina y contra el lawfare.
Este peligro se acrecienta en un contexto de inflación desmadrada y devaluación a cuentagotas. El salario medio de los trabajadores, medido por el RIPTE (Remuneración Imponible Promedio de los Trabajadores Estables), es hoy inferior al nivel que tenía a principios del gobierno. A su vez, las demandas de los trabajadores informales se evaporan tras la promesa de una eventual compensación “con parte” de lo que se recaude con el dólar soja.
Sin embargo, esa promesa no está destinada a todos los sectores vulnerables y el hambre no espera. Este dólar soja, junto con los desembolsos del BID y del Banco Mundial, han permitido que el ministro de Economía “compre algo de tiempo” y cumpla con lo acordado con el FMI en materia de reservas internacionales. Sin embargo, “sobrevivir en el pragmatismo” no asegura llegar a buen puerto.
Este subsidio cambiario, destinado a un pequeño grupo de grandes exportadores/productores, tiene un costo enorme. Por un lado, deberá ser compensado con una Letra del Tesoro a 10 años en dólares, que será acompañada con un nuevo aumento de la tasa de interés para esterilizar los pesos emitidos. Implica, pues, más endeudamiento en dólares y un golpe a la inversión productiva.
Por el otro lado, el dólar soja ha envalentonado a los sectores más concentrados de la economía, incluyendo a los propios beneficiarios de este subsidio cambiario. ¿Qué harán a partir del 1° de octubre, cuando se acabe? ¿Volverán a cobrar el dólar oficial o irán por más dólar soja? Se estima que todavía quedan cerca de 19 mil millones de dólares de soja sin liquidar: mucha munición de guerra para los meses que vienen.
La semana pasada, Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional del Presidente Biden, le propuso al ministro de Economía argentino, Sergio Massa, que nuestro país “desarrolle un instrumento financiero de tipo swap, que le permita canjear con Europa moléculas de gas presente por gas licuado futuro, el cual será provisto a Europa cuando esté finalizado el gasoducto de Vaca Muerta”.
El ministro se comprometió a estudiar la propuesta y a ver “qué responderán los empresarios argentinos que operan en Vaca Muerta”. Si bien es poco lo que se sabe en concreto, es bueno recordar que se trata de recursos naturales no renovables, cuya extracción requiere perforaciones altamente contaminantes que pierden rápidamente su productividad. Asimismo, la mayoría de las corporaciones que operan en Vaca Muerta son transnacionales. ¿Qué significa entonces un swap en este contexto? ¿Qué tipo de endeudamiento está implícito en la operación? ¿En qué moneda se referencia? ¿Con quién se hace?, son algunas de las preguntas que surgen.
Este swap coloca a la cuestión de la soberanía nacional en el centro de la escena política, al tiempo que ilumina la importancia de nuestra ubicación en la actual coyuntura internacional. Muestra también la necesidad de sustituir el peso por una moneda, ya sea digital, crypto, o papel, anclada en los recursos estratégicos del país (petróleo, gas convencional y no convencional, litio, tierras raras etc.).
Este peso/patria será un instrumento crucial para comerciar en todo el mundo, incluido el nuevo orden global; permitirá desdolarizar la economía y acabar eventualmente con el endeudamiento ilimitado en dólares.
No menos importante: permitirá desactivar las corridas cambiarias, usadas históricamente por los desconocidos de siempre para desestabilizar políticamente a los gobiernos constitucionales.