La prensa, la libertad de expresión y las mentiras de la OTAN
Uno de los fenómenos inéditos que hemos visto en la prensa actual son los ataques a los periodistas o analistas que no se creían la versión de EE.UU., la OTAN o Ucrania. Cuando llegaban noticias de alguna masacre, en un mercado, en una estación de tren, en ciudades como Bucha, quienes pedíamos una investigación independiente éramos calificados de “negacionistas”, dudar de la OTAN era como dudar de que la tierra era redonda.
Cuando comenzó la guerra de Ucrania, el 24 de febrero del 2022, los periodistas que hasta entonces colaborábamos en la agencia de prensa Sputnik o en la televisión Rusia Today nos convertimos casi en delincuentes. Esos medios fueron prohibidos en Europa, impedido su acceso por internet, borrados sus contenidos de los buscadores.
El argumento es que eran medios de propaganda de Putin. No solo a partir de esa fecha, es que se prohibió todo lo que habíamos escrito hasta entonces. Lo último que yo había publicado eran una entrevista al corresponsal de la agencia Efe en China sobre ese país. Antes escribí sobre el Día de la Mujer en el Tercer Mundo, sobre la toma del poder de los talibanes en Afganistán, sobre los conflictos entre Unidas Podemos y el PSOE en el gobierno de coalición. Todo eso resulta que era propaganda de Putin. Sputnik cerró en España, por cierto que su sede estaba en el edificio de la agencia estatal Efe, fruto de un acuerdo por el cual, la agencia Efe también estaba instalada en la sede de Sputnik en Moscú. De modo que eran agencias estatales que cooperaban sin darse cuenta de que la otra eran agentes de propaganda de guerra hasta que lo dijo la Comisión Europea.
Entonces es cuando comencé a darme cuenta de que si la sacrosanta libertad de prensa de la que tan orgullosos estábamos en los países europeos se podía violar prohibiendo medios de comunicación es que estaba sucediendo algo muy fuerte.
Es el momento de repasar cómo ha afectado la guerra de Ucrania a la información en los países occidentales, pero también repasar la historia para recordar todas las campañas de mentiras y falsedades de la OTAN para lograr justificar sus guerras y agresiones.
Uno de los fenómenos inéditos que hemos visto en la prensa actual son los ataques a los periodistas o analistas que no se creían la versión de EE.UU., la OTAN o Ucrania. Cuando llegaban noticias de alguna masacre, en un mercado, en una estación de tren, en ciudades como Bucha, quienes pedíamos una investigación independiente éramos calificados de “negacionistas”, dudar de la OTAN era como dudar de que la tierra era redonda, o dudar de que existiera el virus del covid. Y de ese modo querían desautorizarnos. Nos decían que cómo podíamos negar la existencia de cadáveres en las calles de Bucha si los habían visto todos los periodistas.
No se trata de que dudemos de la existencia de esos cadáveres, pero ver en directo un cadáver no te da el conocimiento para saber quién lo mató y en qué circunstancias, entonces mandaríamos periodistas en lugar de investigadores a los escenarios de los crímenes.
Por eso yo os quiero repasar el modus operandi de la OTAN en otras guerras, porque si en algo se ha especializado EE.UU. y la OTAN es en montar escenarios falsos para iniciar guerras y legitimar bombardeos e invasiones.
Recordemos las últimas actuaciones de la OTAN, eso que llamaron liberaciones y democratizaciones de la OTAN
Yugoslavia y Kosovo
Después de la caída del Muro de Berlín en 1989, la organización intervino dentro de la guerra de Yugoslavia, lo que se convirtió en la primera intervención conjunta de la OTAN.
Se desarrolló la primera operación de ataque por parte de la OTAN de su historia, la incursión en 1995 en la República de Bosnia y Herzegovina contra las fuerzas serbias. En 1999 se llevó a cabo la Operación Fuerza Aliada, el ataque aéreo contra la República Federal de Yugoslavia, argumentando parar la limpieza étnica en Kosovo y crímenes contra la población civil.
Obsérvese que no se estaba actuando en defensa de ningún estado miembro de la OTAN, que previamente ningún país había atacado a otros. En conclusión, la OTAN estaba violando la Carta Fundacional de las Naciones Unidas donde se dice en su artículo 2: “Los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado”. De hecho la intervención de la OTAN en Yugoslavia no tuvo la aprobación del Consejo de Seguridad de las NN.UU.
Tras el reconocimiento por Yugoslavia de la independencia de algunas federaciones, 600 aviones de trece países bombardearon las repúblicas yugoslavas especialmente a Serbia dejando más mil 500 civiles asesinados y miles de heridos. También ciudades destruidas y una crisis ambiental producto de las bombas de uranio que utilizaron. Lograron desmembrar la federación yugoslava y convertir a Kosovo en un engendro que ni es Estado ni es nada pero sirve como base militar de la OTAN para controlar toda la zona de los Balcanes y el resto de Europa del Este.
El presidente de Yugoslavia y posteriormente de Serbia, Slodoban Milosevic, murió mientras era juzgado.
Afganistán
El atentado de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 en la ciudad de Nueva York, marcaría el inicio de la llamada “Guerra contra el terrorismo”.
Fue la única ocasión en que un país miembro invocó el artículo 5 del tratado reivindicando la ayuda en su defensa, fue Estados Unidos en 2001. Desde entonces, los miembros colaboraron con los Estados Unidos en la invasión y ocupación de Afganistán por parte de las fuerzas militares de Estados Unidos y europeas en diciembre de ese mismo año.
De un lado pelearon los poderosos ejércitos de la OTAN y del otro ejércitos irregulares, grupos armados o milicias, con métodos muy cuestionables, que en muchos casos fueron apoyados por los pueblos invadidos como forma de defenderse de la agresión imperialista.
La invasión a Afganistán fue justificada con la excusa de que allí se refugiaba Bin Laden. Pero lo cierto es que los intereses de Estados Unidos y Europa en la región iban más allá. Es una zona clave por su ubicación geopolítica particular y permite mantener controlada a Rusia o China.
La guerra de Afganistán duró dos décadas y terminó con la humillante salida de los ejércitos de la OTAN y el país de nuevo en manos de un gobierno talibán. El pueblo quedó devastado, la edad promedio en la población es de 18 años, con cientos de miles de muertos y una posible guerra civil. No instauraron ninguna democracia, no resolvieron los problemas de las mujeres, lograron, eso sí, aumentar la corrupción y el latrocinio de los señores de la guerra afganos.
Iraq
En marzo de 2003, EE.UU., Gran Bretaña y España deseaban proponer una resolución de la ONU para dar luz verde a una guerra en Irak, acusada de poseer armas de destrucción masiva. El objetivo era tomar control en zonas petroleras y asegurar el abastecimiento energético de EE.UU.
Estados Unidos decidió actuar sin mandato de la ONU y abrió las hostilidades el 20 de marzo con bombardeos sobre Bagdad antes de la entrada de fuerzas terrestres estaounidenses y británicas en el sur del país.
El 16 de octubre de 2003, la ONU adoptó la resolución 1511 que “autoriza una fuerza multinacional” preservando el control casi absoluto de Estados Unidos en Irak. Los últimos soldados estadounidenses se retiraron del país en diciembre de 2011.
Las fuerzas de la coalición liderada por EE.UU. contra Irak contaban 150 mil norteamericanos y 23 mil soldados de unos 40 países. El resultado fue más de 460 mil iraquíes asesinados, de acuerdo con el Ministerio de Salud de ese país.
Como se recordará, la invasión fue justificada por versiones nunca comprobadas de que Saddam Husseim tenía armas de destrucción masiva.
Libia
Aprovechando los disturbios en en Medio Oriente y el norte de África, conocido como la Primavera Árabe, y las reacciones del gobierno libio de Muamar el Gadafi para sofocar las protestas, el 17 de marzo de 2011 el Consejo de Seguridad votó “tomar medidas necesarias para proteger a los civiles”.
Excusa que fue usada para justificar la invasión al país africano. El 19 de marzo, Francia y Gran Bretaña, junto a fuerzas de 18 países, iniciaron la invasión al territorio libio. En junio, Rusia y China acusaron a la OTAN de interpretar “arbitrariamente” la resolución de la ONU, ya que la operación no se limitó a proteger a civiles, sino que se proponía el derrocamiento del Gobierno de Muamar el Gadafi. Durante cinco meses del año 2011 la OTAN bombardeó e intervino militarmente en el país del norte de África.
Muamar el Gadafi había tenido buenas relaciones con la URSS, pero su gobierno se venía deteriorando hacía años. Estados Unidos y Europa, además de participar militarmente, financiaron a los grupos rebeldes con armas y entrenamiento. Gadafi fue asesinado por una turba de opositores el 11 de octubre de 2011, gracias a la información ofrecida por los servicios de inteligencia de la OTAN, mientras que en el país se abrió una lucha intestina que dividió el poder en dos gobiernos.
La OTAN aprovechó estos levantamientos, pero no para “ayuda humanitaria” como solía argumentar, sino para cerrar negocios y aumentar su control territorial a través de un nuevo gobierno favorable a los intereses de occidente. Libia tiene un rol clave en la geopolítica del Mediterráneo por las grandes reservas de gas y petróleo, además de tener una ubicación estratégica en el control de los refugiados que huyen del hambre y los conflictos en el áfrica subsahariana. En esta guerra Francia e Inglaterra fueron quiénes dirigieron las operaciones militares y también quiénes más se beneficiaron con los negocios del petróleo libio.
Lejos de la paz, Libia continúa atravesada por una guerra civil que no cesa. Las fuerzas de la OTAN provocaron un genocidio en la zona, se violaron todos los derechos de las personas y millones de personas debieron desplazarse producto del hambre y la destrucción de pueblos enteros.
Las mentiras de la OTAN
Para poder cometer todas esas tropelías, EEUU y la OTAN necesitaban convencer a la opinión pública, en otras palabras, necesitaban “vender la guerra”.
Probablemente el recuerdo más emblemático sean las armas de destrucción masiva en Iraq, que fueron presentadas con imágenes de satélite en el Consejo de Seguridad en la ONU por el entonces secretario de Estado de los Estados Unidos Colin Powell para justificar la segunda guerra de Iraq y la invasión, y que resultaron falsas.
Y si de crímenes de guerra hablamos, también podemos recordar la noticia de la muerte de 312 bebés del hospital kuwaití d’Addan al ser robadas las incubadoras por las tropas iraquíes cuando invadieron este país en 1991. Una adolescente de 15 años declaró como testigo de los hechos en el comité de Derechos Humanos del Congreso de Estados Unidos. Afirmó que vio “soldados iraquíes que entraron al hospital con sus fusiles, sacaron a los bebés de las incubadoras y los dejaron morir en el suelo”. Fue noticia en todos los medios, el hecho provocó el apoyo de los congresistas estadounidenses a la invasión. Bush citó esta historia seis veces en su discurso. Se trató también en un foro internacional de la ONU, dos días después se aprobó la intervención militar.
Años después la productora Fitftn State, perteneciente a la cadena canadiense CBC, elaboró el elocuente documental Vender la Guerra, donde demostró que todo fue mentira, ni hubo bebés muertos ni se robaron las incubadoras. La adolescente que lloraba desconsolada ofreciendo su testimonio sobre el crimen de las incubadoras era la hija del embajador de Kuwait en Estados Unidos que, por supuesto, no estaba en el hospital.
El documental termina con esta afirmación del ejecutivo de la empresa de publicidad: “Con el paso del tiempo verán ustedes que las cosas que se quedan grabadas en la memoria son esas fotos, esa imagen, esas historias. Al final el conflicto tuvo exactamente el desenlace que nosotros queríamos”.
En Libia, la versión de la OTAN y de los gobiernos occidentales era que, a partir de unas protestas en febrero de 2011, el ejército de Gaddafi las había brutalmente reprimido con un saldo de cincuenta mil muertos. Incluso afirmaban que el gobierno utilizaba aviones de guerra contra los civiles, que ordenaba violaciones masivas de mujeres por parte del ejército y de las fuerzas de seguridad con uso de Viagra encontrado en los blindados, que utilizaba mercenarios africanos y argelinos y que los pilotos de sus aviones desertaban hacia Malta.
Libia fue suspendida del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, se le aplicaron sanciones internacionales y se inició una investigación de la Corte Penal Internacional (CPI) sobre el asesinato de civiles desarmados. El Consejo de Seguridad declaró una zona de exclusión aérea para proteger a la población civil de los bombardeos aéreos. Solo se le aplicó al ejército libio, Francia, Qatar y Emiratos Árabes enviaron tropas y los aviones de la OTAN intervinieron, llegando a asesinar en un bombardeo en Tripoli a uno de los hijos y tres nietos del presidente libio. La CPI decretó la captura de Gadafi y su entorno militar por crímenes de lesa humanidad.
Finalmente, ni las investigaciones de la ONU ni de las organizaciones de derechos humanos lograron verificar todas esas acusaciones.
Las organizaciones de derechos humanos afirmaron que las denuncias de violaciones masivas y otros abusos perpetrados por fuerzas leales al coronel Muammar Gaddafi, se habían utilizado para justificar la guerra de la OTAN en Libia. Una investigación de Amnistía Internacional no encontró pruebas de estas violaciones de derechos humanos y en muchos casos las desacreditó o puso en duda. También encontró indicios de que, en varias ocasiones, los rebeldes de Bengasi parecían haber hecho afirmaciones falsas o fabricado pruebas a sabiendas. “Los líderes de la OTAN, los grupos de oposición y los medios de comunicación inventaron una serie de historias desde el comienzo de la insurrección el 15 de febrero, afirmando que el régimen de Gaddafi ordenó violaciones masivas, utilizó mercenarios extranjeros y empleó helicópteros contra manifestantes civiles”.
En agosto de 2013 se produjo un ataque químico cerca de Damasco en el marco de la guerra civil siria. Cientos de personas murieron por gas sarín procedentes de los cohetes que cayeron en la ciudad. EE.UU., la UE y la oposición siria acusaron al gobierno de Al Assad del asesinato de casi un millar de civiles, incluidos niños, en Guta, un barrio que no formaba parte del frente. El mismo día los medios internacionales estaban informando de una masacre de 650 personas por parte del ejército sirio utilizando como fuente informativa un tuit de la oposición siria. Las potencias occidentales ya plantean intervenir militarmente contra Al Assad.
Cuatro días después del ataque, el gobierno sirio autoriza la presencia de los inspectores y dotándoles de escolta para desplazarse a la zona. Cuando se dirigen al terreno, estos inspectores sufren un tiroteo. De nuevo el gobierno sirio es acusado de la responsabilidad de los disparos de francotiradores al convoy. Resulta cuando menos curioso que un bando escolte a unos inspectores de la ONU y al mismo tiempo les disparase, pero a nadie le pareció una contradicción. A continuación, los mismos que exigían la presencia de inspectores dicen que ya es tarde, que no necesitan a los inspectores. Sin esperar a las conclusiones del equipo de investigadores de Naciones Unidas, el secretario de Defensa estadounidense, Chuck Hagel, dice que ya tienen la información de inteligencia que demostrará que “no fueron los rebeldes y que el Gobierno sirio fue el responsable” y que no esperará a las conclusiones de los inspectores.
De nada sirve que el gobierno sirio lo niegue, o que Médicos sin Fronteras afirme que “no puede establecer la autoría del ataque”. El 6 de septiembre de 2013, el Senado de Estados Unidos presentó una resolución para autorizar el uso de la fuerza militar contra el ejército sirio en respuesta al ataque de Guta. El 10 de septiembre de 2013, se evitó la intervención militar cuando el gobierno sirio aceptó un acuerdo negociado por Estados Unidos y Rusia para entregar “hasta el último trozo” de sus arsenales de armas químicas para su destrucción y declaró su intención de adherirse a la Convención sobre Armas Químicas.
Finalmente, los inspectores de Naciones Unidas lograron determinar el gas químico y los cohetes utilizados para su lanzamiento, sin embargo, no se pronunciaron sobre la autoría del ataque.
En Yugoslavia, de acuerdo con el relato de la Alianza Atlántica, la negativa del Gobierno yugoslavo a firmar los acuerdos de Rambouillet no dejó otra opción que la intervención, ya que Slobodan Milošević “no entendía otro lenguaje que el de la fuerza”. Hoy sabemos que aquellos acuerdos probablemente estuvieron redactados para ser rechazados por las autoridades yugoslavas, ya que exigían, por ejemplo, la presencia de un contingente de 30 mil soldados de la OTAN en su territorio a los que Belgrado debía garantizar el permiso de tránsito y plena inmunidad. “Fue una provocación, una excusa para comenzar el bombardeo […] fue un documento que nunca tendría que haberse presentado en aquella forma”, declaró años después Henry Kissinger en The Daily Telegraph.
La coartada de que la OTAN intervino en Yugoslavia para evitar una limpieza étnica ha sido repetidamente cuestionada con el paso del tiempo —al igual que muchas de las masacres que en su momento se imputaron a Serbia—, y como tantos otros argumentos presentados por los Estados de la OTAN para justificar su intervención y recogidos en un documental de la televisión alemana WDR del año 2000 titulado, significativamente Comenzó con una mentira (Es begann mit einer Lüge). La campaña logró, en definitiva, crear la sensación de que una masacre en Kosovo era inminente, por lo que la única manera de detenerla era recurriendo al uso de la fuerza.
La matanza de Rachak fue, como en su día la voladura del Maine en 1898 en Cuba o el incidente del golfo de Tonking en 1964 en Vietnam, el suceso que desencadenó una guerra. Y como los anteriores, fue también una mentira.
Lo explica el periodista Rafael Poch, corresponsal entonces en esa región, quien recogió el testimonio de un policía alemán que fue enviado al lugar de la masacre como observador:
Cerca de Rachak y de Rugovo, varias decenas de guerrilleros albaneses cayeron en emboscadas ante el ejército. Henning Hensch, un policía alemán retirado con carnet del SPD, estuvo allí. Era uno de los seleccionados por el Ministerio de Exteriores para engrosar los equipos de observadores de la OSCE en Kosovo. En esa calidad actuó como perito en Rachak y Rugovo. Vio a los guerrilleros muertos con sus armas, carnets y emblemas de la UCK cosidos en sus guerreras. En Rugovo, los yugoslavos juntaron los cadáveres en el pueblo y los observadores de la OSCE hicieron fotos.
“Esas fotos, convenientemente filtradas de todo rastro de armas y emblemas de la UCK, hicieron pasar lo que fue un enfrentamiento militar con grupos armados, por pruebas de una masacre de civiles”, me explicó Hensch en 2012. “Ambos bandos cometían exactamente los mismos crímenes, pero había que poner toda la responsabilidad sólo sobre uno de ellos”, decía el policía jubilado.
EE.UU. y sus aliados dinamitaron los cimientos de la arquitectura mundial de posguerra. La OTAN llevó a cabo el bombardeo sin contar con una autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, por lo que puede considerarse, en arreglo a la Carta de las Naciones Unidas, como una agresión contra un Estado soberano.
Milošević fue despojado en los medios de comunicación de su título de presidente de la República Federal de Yugoslavia para convertirse en “líder serbio”, un término con connotaciones étnicas claramente despectivas. De igual modo, su gobierno se convirtió en “régimen”, otro término negativamente connotado. Después, el bombardeo se convirtió en una “intervención humanitaria” con el fin de evitar la comisión de un genocidio e, incluso, según la prensa alemana, de “un segundo Auschwitz”.
Pero quizá la mentira más burda y nauseabunda fuese la de Timisoara.
A finales de enero de 1990 las televisiones se inundaron de unas imágenes atroces de las fosas de Timisoara en Rumania, de las que responsabilizaban al presidente Nicolai Ceaucescu por unas masacres el mes anterior. Pero resultaron ser un montaje en el que los cadáveres alineados bajo los sudarios no eran víctimas de las masacres del 17 de diciembre, sino cuerpos desenterrados del cementerio de los pobres y ofrecidos de forma complaciente a la necrofilia de la televisión.
Rumanía era una dictadura y Nicolai Ceaucescu un autócrata, pero las imágenes eran mentira, esas fosas de Timisoara conmocionaron a la opinión pública.
El falso osario de Timisoara es sin duda el engaño más importante desde que se inventó la televisión, afirmó Ignacio Ramonet. Sus imágenes tuvieron un impacto formidable sobre los telespectadores. Los rumanos se sublevaron indignados, los medios occidentales sumaban ceros a la lista de asesinados. Unos decían 4 mil, otros 60 mil. Las imágenes de las fosas comunes otorgaban crédito a cualquier cifra por delirante que fuera. La revuelta y la represión, llegaron a la capital y Ceausescu y su mujer Elena, perplejos ante el levantamiento popular, huyeron en helicóptero en la mañana del 22 de diciembre.
En su escapada fueron capturados y condenados a muerte en un juicio sumarísimo. La pareja fue ejecutada el día de Navidad.
Los medios publicaron la confirmación de que fue un montaje en unas breves líneas pocos días después.
No se trata de defender ni a Sadam Hussein, ni a Gaddafi, ni a Al Assad ni a Ceaucescu, se trata de que el carácter criminal de esos gobiernos no debe servir de justificación para, en nombre de la democracia y los derechos humanos, inventar mentiras, engañar a la opinión pública e iniciar intervenciones militares que ni liberan países ni mejoran las condiciones de vida de esos habitantes.
Se trata de una percepción que no se le escapa a la población mundial. La empresa de encuestas de opinión global Win/Gallup, en un sondeo de 2013 en el que preguntaba a cerca de 67 mil personas en 65 países, a la pregunta de qué país representa la peor amenaza para la paz mundial, EE.UU. lideró la lista con el 24 por ciento. En segundo lugar estaba Pakistán (ocho por ciento) y en tercero, China (seis por ciento). Por cierto, a Rusia la consideraban la peor amenaza solo el dos por ciento.
Los datos se volvieron a repetir hace un año en otro estudio encargado por la Fundación Alianza de las Democracias con 50 mil encuestados en 53 países. Casi la mitad (44 por ciento) de los encuestados en estaban preocupados de que Estados Unidos amenace la democracia en su país; el miedo a la influencia china es, por el contrario, del 38 por ciento, y el miedo a la influencia rusa es el más bajo, del 28 por ciento.
En conclusión, el país que lidera la coalición militar que se arroga el mantenimiento de la paz mundial es el percibido como el más peligroso para esa paz. Todavía más curioso es que una encuesta oficial de Eurobarómetro europeo unos años antes mostrara que el 53 por ciento de los europeos, los socios militares de EEUU, cree que es el país que más amenaza la paz mundial.
La mentira del referéndum español
Pero para los españoles, la mentira y el engaño más flagrante de la OTAN es la del referéndum para nuestra incorporación. Los que tenemos una edad nos acordamos todos, pero me estoy dando cuenta que los jóvenes no lo saben. Voy a leer textualmente lo que aparecía en la papeleta de voto de aquel referéndum:
El Gobierno considera conveniente, para los intereses nacionales, que España permanezca en la Alianza Atlántica, y acuerda que dicha permanencia se establezca en los siguientes términos:
.- La participación de España en la Alianza Atlántica no incluirá su incorporación a la estructura militar integrada.
.- Se mantendrá la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en territorio español.
.- Se procederá a la reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España.
¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica en los términos acordados por el Gobierno de la Nación?
Hoy España participa en la estructura militar, el próxima año duplicará su gasto militar por imperativo de la OTAN, las presencia militar estadounidense en España ha aumentado y, por supuesto, no existe ninguna limitación para la instalación, almacenamiento o tránsito de armas nucleares.
Engaño a los soviéticos
Los gobernantes occidentales se comprometieron con la URSS uno tras otro a frenar cualquier intento de expandir la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una vez disuelto el Pacto de Varsovia, 1991.
Pues bien, en 1999 se incorporan Polonia, Hungría y República Checa.
En la segunda expansión, en 2004, la OTAN incorporó a Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumanía. En la tercera, llegó el turno a Albania y Croacia. Y a primeros de 2017, se incorporaba Montenegro, en medio de protestas masivas contra su ingreso.
En diciembre de 2017, el Archivo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, (NSA en sigla norteamericana) una organización no gubernamental localizada en la George Washington University, en Washington DC., logró desclasificar los documentos secretos de las conversaciones que Gorbachov había mantenido con los principales líderes y mandatarios occidentales en 1990, un dossier que difundió con el título: “Expansión de la NATO (sigla en inglés): Lo que Gorbachov escuchó”.
Los documentos desclasificados reflejan el diálogo y las negociaciones de Gorbachov y los ministros de su equipo mantuvieron con los norteamericanos George H. W. Bush, James Baker y Robert Gates; los alemanes Hans-Dietrich Genscher, Helmut Kohl, Manfred Wörner, el presidente francés François Mitterrand, y los británicos Margaret Thatcher, Douglas Hurd y John Major.
Según el relato del NSA, basado en los documentos desclasificados (ver reproducción) , “no solo una sino tres veces utilizó James Baker la fórmula `ni una pulgada hacia el este [de Europa]´ con Gorbachov en la reunión del 9 de febrero de 1990. Baker expresó su acuerdo con la declaración de Gorbachov sobre la necesidad garantizar que `la expansión de la OTAN es inaceptable´.
El secretario de Estado norteamericano aseguró a Gorbachov que `ni el presidente [Bush padre] ni yo buscamos extraer eventuales ventajas unilaterales de los procesos en marcha` y que los norteamericanos entienden que `no solo para la Unión Soviética sino también para los otros países europeos es importante tener garantías de que si Estados Unidos mantiene su presencia en Alemania dentro del marco de la OTAN, ni una pulgada de la presente jurisdicción militar de la OTAN se esparcirá en dirección al este [de Europa]´”.
Margaret Thatcher, Helmut Kohl, François Miterrand, todos se comprometieron con la fórmula de “ni una pulgada” hacia el este europeo. Manfred Wörner, secretario general de la OTAN declaró ante parlamentarios soviéticos en Bruselas, en julio de 1991: “No debemos permitir el aislamiento de la URSS. El Consejo de la OTAN y yo estamos en contra de la expansión”.
Las principales diferencias en el ámbito mediático entre el pasado y la actualidad son dos:
La existencia de medios de comunicación globales que ya no son exclusivamente de occidente y el protagonismo de las redes sociales. Dos frentes que la propaganda occidental debía neutralizar.
El primero lo han resuelto prohibiendo medios rusos como Sputnik o Russia Today.
El 1 de marzo de 2022 el Boletín Oficial de la UE anunciaba, mediante reglamento[1] y decisión que “Queda prohibido a los operadores difundir, permitir, facilitar o contribuir de otro modo a la emisión de cualquier contenido por parte de las personas jurídicas, entidades u organismos enumerados en el anexo IX (la televisión Rusia Today en varios idiomas y la agencia Spuntik) y , incluso mediante transmisión o distribución por cualesquiera medios tales como cable, satélite, IP-TV, proveedores de servicios de internet, plataformas o aplicaciones de intercambio de vídeos en internet, ya sean nuevas o previamente instaladas”. Es decir, se prohibían dos medios de comunicación en toda la Unión Europea.
Entre los razonamientos esgrimidos para justificar la prohibición leemos estos:
Que “para justificar y apoyar su agresión contra Ucrania, la Federación de Rusia ha emprendido acciones de propaganda continuas y concertadas contra la sociedad civil de la Unión y de sus países vecinos, distorsionando y manipulando gravemente los hechos”.
Que “dichas acciones de propaganda vienen canalizándose a través de una serie de medios de comunicación bajo el control permanente, directo o indirecto, de los dirigentes de la Federación de Rusia. Estas acciones constituyen una amenaza importante y directa para el orden público y la seguridad de la Unión”.
Que “dichos medios de comunicación son esenciales y decisivos para impulsar y apoyar la agresión a Ucrania, y para la desestabilización de sus países vecinos”.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, lo justificaba así en un tuit:
“Prohibiremos la maquinaria mediática del Kremlin en la UE. Las empresas estatales Russia Today y Sputnik, y sus filiales, ya no podrán difundir sus mentiras para justificar la guerra de Putin. Estamos desarrollando herramientas para prohibir su desinformación tóxica y dañina en Europa”[2].
Igualmente, el gobierno británico anunció un nuevo paquete de 14 sanciones dirigidas a “propagandistas y medios estatales” rusos, entre ellos los propietarios de RT y Sputnik, para contrarrestar las “mentiras” del Kremlin.
Google Play y Apple Store retiraron de su catálogo las aplicaciones utilizadas para acceder a los contenidos de Sputnik y Russia Today.
Las empresas de televisión por cable y de satélite, también eliminaron de su oferta los canales rusos. En España, Movistar, MásMóvil y Vodafone eliminaron Russia Today de su parrilla. Lo mismo hicieron las empresas de televisión por cable en América Latina. Una empresa de televisión por satélite de Bulgaria sustituyó sus canales rusos por ucranianos.
La prohibición de la televisión estatal Russia Today y la agencia Sputnik abre un interesante debate sobre hasta qué punto es lícito prohibir los medios de comunicación del “enemigo” en caso de conflicto. Incluso teniendo en cuenta que Rusia, por mucho que se discrepe de su intervención armada, no está en guerra contra la Unión Europea.
No se trata de discutir si el medio del otro bando miente o manipula. Es evidente que en una guerra todos lo hacen y, me temo, también en la paz. Sin embargo, el doble rasero en el discurso es absoluto. Para cualquier persona intelectualmente inquieta, el acceso al medio de comunicación del país con el que se está en conflicto es una fuente de conocimiento de gran valor. Incluso acercándose a ellos con desconfianza, será interesante escucharlos.
No puede una de las partes de un conflicto arrogarse la legitimidad de silenciar a la otra en nombre de la veracidad informativa. Sobre todo, porque no disponemos de ningún sistema de intervención independiente para decidir qué es veraz y qué no. Además de que la veracidad o no, tiene que ver con las informaciones, no con el medio en su conjunto. En una guerra no hay medios que digan todo verdades ni medios que digan todas mentiras. Incluso yo diría que en la paz tampoco.
La prohibición de estos medios abre también una incertidumbre jurídica. ¿Desde que legislación se prohíbe un medio de comunicación y pasa a ser ilegal? Si un medio se ilegaliza se supone que sus directivos y periodistas habrán cometido un delito. ¿Cuál es? Deberá la fiscalía iniciar un proceso y llevarlos ante la justicia. Si no han cometido ningún delito, ¿por qué no pueden seguir haciendo ese mismo trabajo? ¿Y si ahora un medio español se dedicase a replicar a modo de espejo todos los contenidos del medio ruso? ¿Se le prohíbe también? ¿Cómo se explica que las mentiras procedan sistemáticamente de unos medios por ser propiedad de un determinado Estado y no de otros? ¿No se mentía antes de la guerra de Ucrania? ¿Se legalizarán esos medios cuando acabe la guerra porque decidiremos que han dejado de mentir? ¿Los periodistas que escribían en esos medios prohibidos pasan a decir la verdad cuando escriben en otros medios legales?
Lo probablemente más grave es la complicidad que desde el periodismo oficial y desde los dirigentes políticos encontramos en esta decisión de prohibición. Unos días periodistas y medios occidentales denunciaban que el gobierno ruso había prohibido a los periodistas de sus medios estatales decir la palabra “guerra”. Mira por dónde, ahora son los gobiernos europeos los que prohíben a los periodistas de los medios rusos decir cualquier palabra y ya no era objeto de indignación.
¿En serio estamos tan convencidos de que tenemos razón que no permitimos distintas opiniones? ¿Es legítimo silenciar opiniones bajo la premisa de que la verdad está de nuestro lado? Todos deberíamos tener acceso a cualquier tipo de información y, como adultos que somos, decidir la que nos parece verosímil y la que no. Por supuesto, se puede estar más o menos cercano de un bando, considerar a unos víctimas y a otros verdugos, pero el derecho a escuchar a todos debería seguir siendo un pilar de nuestras democracias. Dejo de serlo con la guerra de Ucrania.
Sigamos en la libertad de expresión, parece que también ese paraíso de libertad que era internet y las redes sociales se ha convertido en campo para la censura y la prohibición.
Ya antes de la guerra, Twitter se había dedicado a etiquetar a los medios públicos y cargos gubernamentales de algunos países señalándolos con la frase “Medio afiliado al gobierno…“. La etiqueta aparece en la página de perfil de la cuenta de Twitter y en los tuits enviados y compartidos desde estas cuentas. No solamente eso, la empresa afirmó que dejaba de amplificar estas cuentas o sus tuits a través de sus sistemas de recomendación. Lo curioso, es que ellos mismos reconocen que no actúan igual con todas las cuentas relacionadas con gobiernos o medios de comunicación públicos:
“Las organizaciones de medios financiados por el Estado con independencia editorial, como por ejemplo la BBC en el Reino Unido o NPR en los EE. UU., no entran en la categoría de medios afiliados al Estado para los efectos de esta política”[3].
De este modo Twitter comienza a aplicar criterios de doble rasero según el medio y el país al que se pertenezca.
Llega la guerra de Ucrania y las empresas de las redes sociales dan el gran salto en su intervencionismo. Primeramente, deciden que los tuits que contengan enlaces a medios de comunicación vinculados al Estado ruso tendrán una etiqueta. Esta etiqueta indicará su afiliación al gobierno ruso y advertirá a los usuarios que “Se mantengan informados”. También irán acompañadas de un signo de exclamación naranja para resaltar la advertencia. Twitter también reducirá la visibilidad de estos tweets en la plataforma, lo que limitará su alcance y evitará que lleguen a una amplia audiencia.
Así lo anunció el directivo de Twitter Yoel Roth: “Hoy, estamos agregando etiquetas a los Tweets que comparten enlaces a sitios web de medios afiliados al estado ruso y estamos tomando medidas para reducir significativamente la circulación de este contenido en Twitter. Distribuiremos estas etiquetas a otros medios de comunicación afiliados al estado en las próximas semanas”[4].
Por si fuera poco, también empezaron a etiquetar cuentas personales de periodistas como “medios afiliados al gobierno”. Algo así como si te pusieran un tatuaje en la cara cuando entraras al bar para cuando se te ocurriera opinar en la barra.
El etiquetado tenía más consecuencias, si buscabas en Twitter a un periodista etiquetado como “afiliado a Rusia” no aparecía. Sin embargo sí te encontraba los tuits de las cuentas que citaban su nombre. Así lo contaba la periodista de RT Helena Villar: “Resulta que si buscas en Twitter los nombres de periodistas que no sigues y que están etiquetados como afiliados a Rusia, Twitter no encuentra ningún resultado. Nos han convertido en fantasmas en nombre de la ‘libertad’”.[5]
También se prohibieron los medios rusos en Instagram. “Este canal no está disponible en tu país” o “Este perfil no está disponible en tu región”, dice a quiénes se conectaban desde Europa. Pero no aclaraban quién decía lo que estaba permitido o no, qué ley o qué decisión judicial se estaba acatando.
Aunque Meta, la compañía que agrupa Facebook, Instagram y WhatsApp, tiene entre su política la suspensión de contenidos que inciten al odio, aprobó una suspensión temporal de ese criterio para permitir que se pudiese llamar a la violencia contra Rusia y los soldados rusos en el contexto de la invasión de Ucrania. Así lo desveló Reuters y confirmó el diario Público. Este cambio también ha supuesto que organizaciones que tenía calificadas como peligrosas y violentas, como el batallón Azov, clasificado por Facebook en el mismo grupo que el Estado Islámico y el Ku Klux Klan, ahora ya no tendrán las mismas restricciones en la red social y se “permitirá elogios del Batallón Azov cuando elogie explícita y exclusivamente su papel en la defensa de Ucrania o su papel como parte de la Guardia Nacional de Ucrania”.
Meta también está permitiendo temporalmente algunas publicaciones que piden la muerte del presidente ruso Vladimir Putin o del presidente bielorruso Alexander Lukashenko, según correos electrónicos internos enviados a sus moderadores de contenido y desvelados por Munsif Vengattil y Elizabeth Culliford para Reuters.
Esto muestra que las empresas de las redes sociales manejan un objetivo político concreto, y ni siquiera de forma pacífica si prohíben los mensajes de odio en las causas que no comparten y lo aceptan en las que comparten.
Las prohibiciones también se aplicaron en Youtube, la red de vídeos prohibió el acceso al canal de Russia Today y otros relacionados con el Estado ruso. Por ejemplo el canal en español Ahí les va, de la periodista Inna Finogenova. No solamente les impedía subir vídeos, es que desaparecieron todos los que estaban en la plataforma: “Más de un millón de suscriptores y más de dos años de vida y de trabajo de varias personas. A la papelera”, denunció la periodista.
Hay que tener en cuenta que Russia Today en Latinoamerica es el canal más visto en esa región en Youtube.
Que la decisión de YouTube nada tiene que ver con frenar “propaganda”, lo muestra el hecho de que también censuró a Ruptly, una agencia de vídeo que solo distribuye material en bruto de coberturas, ruedas de prensa, eventos… sin interpretación alguna de la información. Curiosamente, la única razón por la que existen imágenes del arresto de Assange en Londres en 2019 es porque un único medio hizo guardia día y noche en la puerta de la embajada de Ecuador, era Ruptly.
El problema no es solo la censura que esto supone sobre unos medios de comunicación, sino la autoridad y el poder que se arrogan las empresas de las redes sociales para eliminar a esos medios de sus contenidos. Estas redes, sin ser medios de comunicación ni producir contenidos propios, han acaparado un poder de difusión que ya es superior al de los medios de comunicación. Un poder que ahora lo estaban usando para decidir a lo que los ciudadanos podían o no podían acceder.
Un estudio de la Universidad de Adelaida MASSIVE ANTI-RUSSIAN ‘BOT ARMY’ EXPOSED BY AUSTRALIAN RESEARCHERS – Declassified Australia (Australia) sobre los tweets de la guerra de Ucrania, constata que estamos sumidos en una masiva campaña de desinformación en las redes sociales. El estudio examinó cinco millones de tweets generados en las primeras semanas de la invasión rusa y revelaba que el 80 por ciento de ellos fueron generados en “fábricas” para la propaganda. El 90 por ciento de esos mensajes fabricados se lanzaron desde cuentas pro ucranianas y solo el siete por ciento desde fábricas rusas. Para hacerse una idea, el primer día de la guerra se generaron desde esas fábricas hasta 38 mil tweets por hora bajo la etiqueta (hashtag) “yo estoy con Ucrania”.
La capacidad de manipular todavía ha ido más lejos. La guerra y la publicidad que se ha dado sobre ella ha generado que se cierren las exposiciones de pinturas rusas, que se prohíban ballets y conciertos de compositores rusos que murieron hace siglos. Si hasta la federación de gatos ha prohibido los gatos rusos en una concurso de belleza felina y han eliminado a un árbol ruso sobre el árbol más bello de Europa. Los bares de copas han empezado a anunciar que tiraban y dejaban de vender vodka Smirnof y vodka Absolut, sin saber que la primera se hace en EE.UU. y la segunda es sueca.
También se silencian las voces de periodistas o analistas que no gustan. Muchos son militares diciendo que enviar armas a Ucrania es solo alargar una guerra y provocar más muertos solo por el objetivo de desangrar a Rusia. También se ocultan los testimonios de los periodistas que han ido a las regiones del Donbas y cuentan cómo los ciudadanos denuncian los bombardeos y masacres del ejército ucraniano, O el caso del periodista Pablo González, que lleva desde el inicio de la guerra detenido en Polonia sin que la UE haga algo a pesar de que Polonia está vulnerando 18 artículos de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE.
“Luchamos con la comunicación, esto es una pelea, hay que conquistar las mentes”, decía en octubre Josep Borrell en un discurso ante embajadores de la Unión Europea demasiado mansos y vagos, según sus palabras. Y así es como se está haciendo. Veremos algunos ejemplos:
-Según la Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR) hay 2,3 millones de refugiados ucranianos en Europa Central/Oriental, entre ellos 1,5 millones en Polonia, además de alrededor de un millón en Alemania. También hay 2,8 millones en Rusia, el país que más ha recibido, pero estos últimos son frecuentemente presentados como “deportados” por la narrativa de Kíev y raramente mencionados como seres humanos en apuros en los medios de comunicación occidentales.
– Las maniobras nucleares rusas son presentadas como “chantaje de Putin”, las de la OTAN (“Defender”) como “muestra de la credibilidad de la Alianza”. Hasta sus condiciones comerciales para la venta de gas o petróleo le llamamos chantaje, mientras la UE y la OTAN cancela contratos, prohíbe comerciar, envía armas a Ucrania, envía mercenarios y entrena a los militares ucranianos.
-Cuando Amnistía Internacional dice que también el ejército ucraniano comete crímenes de guerra, el asunto se tapa discretamente, incluida la airada reacción del gobierno de Kiev castigando a la organización negándole acceso y exigiendo rectificaciones. Algo parecido ocurre con los desaparecidos, silenciados, detenidos o asesinados miembros de la izquierda ucraniana, las fuerzas políticas ilegalizadas, medios de comunicación cerrados, la represalias contra “colaboracionistas” en los territorios reconquistados, etc.
-El Organismo internacional para la energía atómica (OIEA), denuncia, con buena razón, los peligros que rodean a la central nuclear de Zaporozhie, pero no aclara quién bombardea los alrededores de esa central que está ocupada por el ejército ruso.
-Para los medios y el discurso occidental, un atentado en Moscú con coche bomba que mata a una joven periodista de derechas, Daria Dúgina; dinamitar los gaseoductos rusos que abastecían a Alemania, o el atentado contra el puente de Crimea dejando seis muertos civiles, no es terrorismo. Todo vale contra Rusia.
Si observamos la prensa occidental, es constante las informaciones de muertos ucranianos por bombas rusas, destrucción por misiles rusos, gente sin vivienda por ataques rusos. Pero sabemos que el ejército ucraniano ha llegado a dispara 7.000 obuses en un día solo en la región del Donbás. Los medios nunca cuentan muertos, heridos o destrozos civiles por esos obuses.
Por último hay un término ausente en el discurso oficial de Occidente sobre la guerra de Ucrania. No se habla de negociación, ni de acuerdos de paz. Nadie parece que en occidente se lo plantee. Hasta el responsable de la diplomacia europea Josep Borrell dijo que esta guerra se tenía que ganar en el campo de batalla. Ese es el alto cargo de la “diplomacia”.