Pakistán, ensayos para el caos
La crítica situación económica e institucional de Pakistán obliga a considerar que, de profundizarse, podría arrastrar a los 232 millones de ciudadanos a una encrucijada que podría derivar hacia una guerra civil.
Lo que se inició en abril de 2022 con la destitución amañada del Primer Ministro paquistaní Imran Khan, alentada por el establishment político y económico, en concordancia con Washington, junto al ejército -sin duda la institución más poderosa de Pakistán- y al omnímodo servicio de inteligencia militar, el Inter-Service Intelligence (ISI) en alerta por las arengas de Khan, tachadas de populistas, con un encendido espíritu antinorteamericano y extremadamente crítico de las fuerzas armadas que consiguió permear en amplias capas de la sociedad pakistaní. Khan terminó alarmando al poder real que finalmente instrumentó el mecanismo para lo que claramente era un final anunciado.
A dicha maniobra de destitución le siguió, en noviembre de ese mismo año, un fallido intento de asesinato en medio de un evento masivo, que, de haberse concretado, no cabe duda de que se habría saldado con miles de muertos no solo en Wazirabad (Punjab), ciudad donde se produjo en intento de magnicidio, sino que se habría expandido por todo el país, por lo que hoy estaríamos hablando de otra cosa respecto a Pakistán.
Khan, en lo que parece un leitmotiv mundial del Departamento de Estado norteamericano, contra los líderes populares (Cristina Fernández de Kirchner, Lula da Silva y Rafael Correa entre otros) las acusaciones por corrupción cayeron en andanada poniéndose en marcha una persecución judicial que ya acumula más de cien causas en las que además de corrupción se anotan sedición, terrorismo e incluso blasfemia, un crimen nada menor en la República Islámica de Pakistán.
La detención de Khan el pasado martes 9 de mayo, después de varios intentos frustrados desde marzo, fue en el marco de lo que se conoce como el caso del Fideicomiso de la Universidad al-Qadir, una maniobra con la que él y su mujer Bushra Bibi se habrían apropiado, según la acusación, de casi 180 millones de dólares por la entrega ilegal de tierras. Khan fue detenido en el mismo momento que se encontraba declarando en un juzgado por cargos de corrupción, tras lo que se produjo un escándalo que dejó varios heridos, incluido el abogado de Khan.
Una vez conocida la detención, ciento de miles de sus seguidores salieron a las calles de todo el país en rechazo de la medida desesperada del Gobierno, frente al avance arrollador de la popularidad de Khan, a quien todas las consultoras dan como el seguro ganador, en las próximas elecciones que se tendrían que realizar antes de mediados del próximo octubre.
La magnitud de las protestas que estallaron en todo el país, particularmente en la ciudad de Lahore, la capital punjabi, donde la vivienda particular de un importante general del ejército fue atacada e incendiada. En otros lugares de la ciudad también se produjeron saqueos, incendios y la destrucción de unos cien vehículos policiales, además de ataques con bombas molotov contra los efectivos policiales que participaban en la represión.
Hasta el momento se ha conocido que las protestas por la detención de Khan provocaron al menos nueve muertos por disparos de balas, cientos de heridos y más de cuatro mil detenidos. Los gobiernos provinciales de Punjab y Khyber Pakhtunkhwa, sobrepasados por las movilizaciones, debieron pedir la intervención del ejército, que desplegó numerosos contingentes de sus hombres para contener las protestas. Además el Gobierno central ordenó el bloqueó del servicio de internet en todo el país.
Dada la magnitud de la situación el Tribunal Superior de Islamabad rápidamente se deshizo del problema, por lo que rápidamente le fue otorgada la libertad a Khan tras el pago de una fianza con la orden de que no vuelva a ser detenido, por lo menos hasta fin de mes.
En este último intento de sacar de la competición a Imran Khan, el Gobierno del actual Primer Ministro Shehbaz Sharif -puesto a dedo por los golpistas de abril del 2022- acusó a la Corte Suprema de hipocresía tras la liberación de Khan, de quien además dijo que junto a su partido el Pakistan Tehreek-e-Insaf (PTI) su antecesor estaba llevando al país hacia la destrucción.
El presidente del Movimiento Democrático de Pakistán (PDM) perteneciente a la coalición del actual Gobierno, el maulana Fazlur Rehman, acusó a la Corte de proteger el terrorismo al otorgar la libertad a Khan, mientras Rana Sanaullah, el ministro del Interior, aseguró que volverá a ser arrestado ya que “el objetivo de Khan es propagar la anarquía y el caos en el país”. Argumentó además, que desde su aparición en la política, en 2014, ha intentado crear un culto a la personalidad.
La evidencia de que el Gobierno no estaba dispuesto a volver a fracasar en el intento de detención de Khan, es que en vez de utilizar a la policía encargó el trabajo a un comando integrado por unos cien hombres del cuerpo paramilitar Rangers, organizado expresamente para “asegurar y defender la frontera” centralmente, los más de dos mil kilómetros, con su vecino del sur India, país con el que desde la partición en 1947 ha sostenido tres guerras de magnitud e incontables y casi cotidianos choques, particularmente en la región de Cachemira.
Los Rangers, además, tienen la función de asistir tanto al ejército en operaciones de seguridad interna y externa como de dar cobertura a las fuerzas policiales del país en operativos contra el crimen organizado, el terrorismo y disturbios de magnitud, lo que no se encuadra en la detención de un hombre de setenta años.
Tras su liberación y en prevención de que vuelva a ser detenido una vez vencido el plazo dado por el tribunal, Khan convocó a más protestas por la libertad para el domingo 14, que volvieron a ser multitudinarias repitiendo como un mantra lo que ya es la consigna distintiva en los partidarios de Khan: “Cualquiera que sea amigo de Estados Unidos es un traidor”.
Islamabad debe mover sus fichas
Mientras, las acusaciones contra los hombres más importantes del actual Gobierno y el ejército de estar involucrados en conspiraciones internacionales e intentos de asesinato de Khan continúan desafiándolo todo, apuntando particularmente contra el jefe del ejército, el recién asumido general Asim Munir Ahmed, con quien Khan, en su tiempo como primer ministro, mantuvo fuertes encontronazos que llevaron a desplazarlo de la jefatura del servicio de inteligencia militar (ISI).
Al mismo tiempo Sharif, junto a su camarilla, articula más medidas represivas contra los hombres más cercanos a Khan y dirigentes de su partido, el Pakistan Tehreek-e-Insaf, como Yasmin Rashid y Shireen Mazari, detenidos en Lahore e Islamabad el último viernes, que se han sumado a otros cinco ya detenidos.
La crítica situación del país da lugar a especular con la posibilidad de un nuevo intento de asesinato contra Khan, quien tras haber sobrevivido al ataque de noviembre, en un discurso reciente señaló al mayor general Faisal Naseer de Inter-Services Intelligence (ISI), a quien llamó Dirty Harry (Harry el sucio), por el policía corrupto que interpreta Clint Eastwood, en la famosa película de 1971, acusación rápidamente rechazada por la oficina de Relaciones Públicas Interservicios (ISPR) del ejército, que habló de acusaciones “inaceptables, irresponsables y sin fundamento”.
Mientras los partidarios de Khan se mantienen alertas por una posible nueva detención, el Gobierno en la mañana del lunes 15 realizó una maniobra extremadamente peligrosa alentado a miles de personas a dirigirse a los tribunales de Islamabad para reclamar la detención de Khan, por lo que desde muy temprano filas de buses y vehículos repletos de simpatizantes progubernamentales transitaban por las principales rutas que llevan a la capital del país.
Los primeros manifestantes, unos tres mil, han cercado el edificio de la Corte Suprema para realizar una sentada contra la libertad de Khan, la protesta ha sido organizada por el Movimiento Democrático de Pakistán, una agrupación de trece partidos políticos -entre los que se destaca el islamista radical Jamiat-e-Ulema-Islam- afiliados a la gobernante Liga Musulmana de Pakistán, que centran sus reclamos en Umar Ata Bandial, presidente del Tribunal Supremo, por facilitar la liberación de Imran Khan.
Si bien la protesta lleva horas no hay indicios de que los partidarios de Khan estén preparando una “contraofensiva” que podría encender el país, que al parecer hoy no tiene otro destino que el de una confrontación de características inéditas. Ya que la figura excluyente de la política nacional está enfrentada de manera absoluta al poder real del país. Poder que no ha encontrado otra forma de detener su avasallante e histórico liderazgo que con la obviedad de una catarata de acusaciones, causas judiciales y un torpe y peligroso intento de asesinato que de haberse concretado, nadie conoce hasta donde habría llegado la violenta respuesta de sus seguidores. A lo que se suman informes que señalan que el siempre monolítico ejército pakistaní está sufriendo divisiones internas, lo que podría configurar la última pieza para completar el caos.