La presencia de Occidente en Levante no es reciente
¿Por qué los libaneses aceptan la mediación extranjera para instaurar la paz y la seguridad en sus predios?
Uno se pregunta sobre el interés mostrado por ciertos grandes países en la crisis de Líbano, que perdura aún después de su independencia, y por qué los libaneses aceptan la mediación extranjera para instaurar la paz y la seguridad en sus predios.
Es natural para nosotros remitirnos a la historia de Líbano, y de las épocas que atravesó durante centurias, para constatar que esta región es de pequeño tamaño, pero numerosa en habitantes y abundante en filiaciones religiosas.
Los europeos se retiraron de este territorio tras emprender sus cruzadas, iniciadas con la caída de Antioquía en 1099, la ocupación de la costa oriental del Mediterráneo y la caída de Jerusalén, hasta que la ciudad sagrada volvió a manos de los genuinos habitantes de la región en el año 1187.
Los cruzados se retiraron finalmente de la costa libanesa en 1291, pero permanecieron pendientes de cualquer oportunidad apropiada para retornar a Oriente bajo diferentes excusas; la más común, visitar los lugares sagrados del cristianismo, sobre todo después del intercambio de delegaciones entre el califa abasí Harun al-Rashid y el rey Carlomagno, cuyo resultado fue, según sugieren los escribanos franceses, el ceder a Francia el derecho de patrocinio sobre los sitios de peregrinaje cristiano en Jerusalén.
Ese derecho cesó cuando los cruzados invadieron la costa oriental del Mediterráneo y abordaron Jerusalén, como he mencionado anteriormente.
Luego los árabes recuperaron la ciudad en 1187, y los cruzados partieron de Oriente, primero rumbo a Chipre y luego a Europa. Pero en 1220 llegaron los franciscanos a Jerusalén y establecieron en 1230 una sede en Acre para su misión, además de dos grupos, uno en Siria y el otro en Chipre. Y mientras los franciscanos se distribuían en Damas, Trípoli y Beirut, los dominicos y los padres carmelitas llegaban a la región al mismo tiempo.
Occidente reencontró el modo de volver gracias a un acuerdo en el año 1535 entre el rey francés, François Primero, y el sultán otomano Suleiman Al-Badi, quienes decidieron llamarlo el "Acuerdo de las obligaciones" o Las Capitulaciones, según el cual los cristianos se encargarían de la protección de los lugares sagrados, mientras Turquía controlaría en lo adelante la región de Siria y Líbano, y así ocurrió desde 1516 hasta 1618.
En ese periodo, el acuerdo fue renovado y confirmado en 1603, bajo el reinado de Henri IV, por su embajador en Estambul, Savary de Brave, con lo cual aseguraron la protección francesa a los misioneros extranjeros frente al clero asentado en Oriente.
Francia intentó asumir también la protección de ese clero local, lo cual dio lugar a un litigio entre el sultanato y París, promovido por el padre capuchino Joseph Tremblay, jefe de la misión en Siria en 1625, quien empleó sus relaciones con los consejeros del rey francés en función de sus sueños de rescatar la influencia de los cruzados en Oriente.
Los maronitas y el rey francés
Los misioneros cristianos pudieron desarrollar su obra bajo el reinado y patrocinio del príncipe Fakhr al-Din II. El padre Ibrahim al-Haqalani participó en las conversaciones del príncipe con el papa Urbano VIII, en 1618, pero tras la caída del monarca y su ejecución en 1634, la influencia de los misioneros declinó mucho, e incluso perdieron la protección francesa. Aunque ese estado no duró mucho, pues alrededor de 1643 retomaron sus actividades en la región.
Occidente siempre buscó desarrollar el acuerdo de manera informal, incluida la protección de los cristianos, pero cada vez entraban en confrontación con los Otomanos, quienes consideraron a los cristianos orientales como ciudadanos de la región y por tanto nadie tenía el derecho de inmiscuirse en sus asuntos, so pena de ser acusados de trabajar para Occidente y de tratar con extranjeros a expensas del Sultanato.
Poco tiempo después del compromiso de Las Capitulaciones, los jesuitas comenzaron a penetrar furtivamente en Oriente. El viaje de Dandini en 1578 juega un papel importante en la unificación de los rituales y las posiciones teológicas entre los maronitas y Roma. Todo el mundo está obsesionado por la protección de los maronitas y la libertad de sus creencias.
Los misioneros recomenzaron su influencia en Líbano y Siria en el siglo XVII. Los capuchinos hacen su entrada en Beirut en 1626, y después de algunos años, los jesuitas se unieron a ellos, según un relato difundido entre los pobladores. Cuenta la historia que un barco que transportaba a dos monjes jesuitas, uno de los cuales era el padre Lambert, fue expuesto a fuertes olas en 1656, e impulsado a viajar hasta la costa de Jounieh.
Los sobrevivientes fueron encontrados por uno de los residentes, quien informó a uno de sus líderes, Abu Nawfal al-Khazen Ibn Khazen al-Khazen, cercano al Emir Fakhr al-Din. Ese encuentro se recoge como el inicio de una relación histórica que continuó, y continúa aún, entre los maronitas y los jesuitas, comenzando por la creación de una escuela para la educación de los habitantes locales.
La relación se desarrolló a tal punto, que Abu Nofal regaló a los jesuitas una casa en Beirut, y estos la cambiaron para presentársela al cónsul francés en Alepo.
La relación de los maronitas con la realeza francesa comenzó con la apertura de un consulado en Beirut en el año 1662, cuya administración se confió a la familia Khazen, en una transgresión única de las normas francesas que limitan la representación consular a sus conciudadanos, y más particularmente a los marselleses.
Rápida y enérgicamente los monjes enviaron discípulos a Roma para estudiar; la relación floreció en la sociedad y las escuelas se generalizaron en todo el Monte Líbano.
La actividad jesuita a favor de otras misiones se debilitó después de que el papa Clement XIV tomó la decisión de disolver la asociación en 1773, tras una serie de disposiciones para disolverla en Nápoles y otros lugares.
Los misioneros y la modernidad
Después de la Revolución Francesa, las relaciones entre Francia y los jesuitas, y en consecuencia, entre Francia y los maronitas, fueron agitadas, pues pasaban exclusivamente a través de los misioneros.
Los Jesuitas retomaron fuertemente su actividad oficial en 1814, cuando fundaron la universidad y nuevas escuelas jesuitas, y se extendieron por todo el Monte Líbano.
La entrada de Egipto en Líbano creó una crisis entre las sectas, especialmente entre los drusos y los chiitas por una parte, y los maronitas por la otra, como lo demuestra una carta enviada por líderes maronitas a Ibrahim Pasha, reprendiéndole por su exigencia de que les devolvieran las armas que les había distribuido previamente. Esa entrada egipcia fue bien recibida por los franceses y los libaneses, por el príncipe Bashir Al-Shihabi y los maronitas, a quienes distribuyeron unos 16 mil rifles.
Pero esa disputa abrió la puerta de par en par para que países extranjeros intervinieran directamente en la crisis libanesa de 1840. Las cinco potencias principales patrocinaron un acuerdo entre los libaneses, en presencia del delegado turco, que resultó en el protocolo de 1860.
Las actas de la primera sesión relatan que ese día, 5 de octubre de 1860, a las dos de la tarde, el plenipotenciario de Austria, M. de Weckeker; el comisario de Francia, Baclard; el comisario de Gran Bretaña, Lord Dufferin; el plenipotenciario de Prusia, M de Rehvoss, el Plenipotenciario de Rusia, Noviko; y M. Ebru Effendi se encontraron con el representante del Plenipotenciario Extraordinario de la Sublime Puerta de la legación de Francia, su excelencia Fouad Pacha, para formar un comité, según las instrucciones de cada uno de ellos.
La finalidad era investigar el origen y las causas de los sucesos ocurridos en Siria y determinar la parte de responsabilidad de los líderes de la rebelión, así como de funcionarios de la administración, y sancionar a los autores; evaluar el alcance de los desastres que afligieron a la población cristiana y determinar los medios apropiados para asegurar la indemnización de las víctimas; prevenir la repetición de catástrofes similares y garantizar el orden y la seguridad en Siria, recordando los cambios recomendados en la organización de la montaña.
El comisario francés, en respuesta a la propuesta del presidente, confirmó que
muchas instituciones religiosas, como las de los jesuitas, los lazaristas y los Padres de Tierra Santa, sufrieron asesinatos y destrucciones en fechas recientes, pero las quejas dirigidas a él sobre este tema eran exclusivamente de su competencia y no podían formar parte de los archivos de la comisión.
El comisario prusiano estimó que los drusos debían ser interrogados durante la investigación sobre las conocidas acciones de Khurshid Pacha, pues eran de su conocimiento.
Las reuniones continuaron hasta llegar a la cifra de 29, todas seguidas por una comunidad internacional, e incluyeron el seguimiento con detalles de las masacres ocurridas, incluso durante el período de convocatoria del comité, entre octubre de 1860 y mayo de 1861.
En 1862, Francia elaboró un proyecto de gobierno libanés autónomo, en el cual definieron los límites del país, aunque las fronteras actuales se adoptaron más tarde, en el año 1920.
En el curso de estas reuniones, emergieron las posiciones de estos países y su alineación con los intereress de ciertas sectas libanesas, a las cuales defendieron, hasta que los delegados de los cinco países discutieron los detalles de las batallas y masacres cometidos y pidieron el castigo de los responsables por su nombre.
En el protocolo de 1860, Occidente autorizó la presencia política y la opinión sobre el dirigente cristiano turco de Líbano, cuya propuesta de nombre fue distribuida a los cinco principales países para expresar su opinión.
La presencia occidental en Líbano aumentó con el estallido de la Primera Guerra Mundial, cuando todo el país quedó bajo mandato francés con un actor británico, y así continuó hasta después de la independencia. La lealtad de los libaneses fue dividida entre Oriente y Occidente, lo cual hace que la presencia internacional determine el curso de los acontecimientos