Canal de Suez: entre la sangre de ayer y las amenazas de hoy
El Canal de Suez, símbolo de la soberanía egipcia, enfrenta nuevas amenazas coloniales. Análisis histórico y geopolítico sobre las declaraciones de Trump, la resistencia de Egipto y la lucha por la dignidad nacional frente a las potencias imperiales.
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El Canal de Suez, arteria de la soberanía egipcia
Una vez más, el Canal de Suez regresa al centro del conflicto entre el derecho y la fuerza, entre la soberanía nacional y las ambiciones de las potencias imperiales.
Las recientes declaraciones de Donald Trump, en las que pidió el cruce gratuito de los barcos estadounidenses por el canal egipcio, no son simplemente un desliz vacío electoral, sino un eco claro de un proyecto más amplio: un proyecto de asalto estratégico que amenaza el corazón de la soberanía egipcia.
No son palabras al azar, sino un destello revelador de una lógica colonial que se renueva, y de una mentalidad que ve en los corredores internacionales y en las tierras nacionales meras ganancias para quienes poseen la fuerza, la presión y el dinero.
Aquí, Egipto se encuentra nuevamente, como lo hizo hace un siglo y medio, y como lo hizo en 1956, ante una prueba de existencia que no es menos peligrosa:
¿Permitirá que su tierra y su corredor estén a merced de los acuerdos de los poderosos?
¿O demostrará, una vez más, que es una nación difícil de tragar, un país custodiado por la sangre de sus hijos y no por pactos de intereses engañosos?
En un momento como este, las máscaras se desvanecen y las intenciones aparecen sin adornos:
Hablar de paso gratuito no es más que un preludio para mover la geografía, vaciar Gaza y minar el Sinaí.
Frente a este peligro, no hay lugar para la relajación ni para apuestas perdedoras.
La batalla por el Canal de Suez nunca ha sido solo una batalla por agua y navegación, sino que ha sido, y seguirá siendo, una batalla por la dignidad, la soberanía y la existencia.
El sudor y la sangre de los egipcios a ambos lados del canal
El Canal de Suez no fue un paso acuático que surgió de un acuerdo comercial o de una voluntad colonial pasajera, sino que fue el resultado de un sufrimiento humano severo, cuyo precio pagaron decenas de millas de egipcios con su sangre y sus vidas.
Cuando la compañía francesa de De Lesseps comenzó a excavar el canal a mediados del siglo XIX, utilizó los peores sistemas de trabajo forzado.
Se obligó a los campesinos egipcios a trabajar en condiciones extremas, donde escaseaban el agua y la comida, y proliferaban las enfermedades y epidemias.
Los documentos indican que cerca de 120 mil egipcios perdieron la vida durante la excavación, sin tumbas, sin despedidas, bajo el ardor del sol abrasador o en las profundidades de las arenas que los tragaron.
Así se escribió la historia del primer canal, con el sudor de los pobres a quienes se les arrancaron las uñas por un sueño que no era suyo, y con la sangre de los humildes que fueron sacrificados en las puertas de las ambiciones de las potencias imperiales. Pero Egipto no olvidó.
Con el amanecer de la dignidad nacional en la década de 1950, se levantó para corregir el rumbo. En una decisión histórica que no se olvida, el presidente Gamal Abdel Nasser anunció el 26 de julio de 1956 la nacionalización del Canal de Suez, devolviendo el conducto al cuerpo de la nación, después de un siglo completo de injusticia y explotación.
La nacionalización no fue solo una recuperación de ingresos financieros, sino un anuncio de liberación de la decisión nacional, y el cierre de una puerta que las potencias coloniales controlaban sobre el destino de Egipto.
La agresión tripartita fue una respuesta airada a esta audaz decisión.
Sin embargo, así como el canal fue excavado con la sangre de los egipcios, se pagó nuevamente el precio con sangre en defensa de él, cayeron mártires, se levantó el pueblo, y se trazó una línea de soberanía que no se borrará de la historia.
Por ello, el Canal de Suez nunca ha sido solo un paso para los barcos, sino que ha sido y sigue siendo un símbolo eterno de la dignidad egipcia que se conquistó con el sudor y la sangre.
Hoy, cuando se elevan nuevamente las voces de la arrogancia exigiendo "paso gratuito", no se enfrentan simplemente a una gestión de navegación, sino que chocan contra un muro de sangre, recuerdos y el derecho histórico que no caduca.
El Canal de Suez no es un paso pasajero, sino un testigo eterno de que Egipto siempre paga el precio de su dignidad... y triunfa.
Una declaración peligrosa que revela intenciones
Las declaraciones de Donald Trump sobre el paso gratuito de barcos y unidades estadounidenses a través del Canal de Suez no fueron simplemente un desliz de lengua o una "exageración" electoral.
Fueron una declaración de intenciones descartadas, que refleja un proyecto antiguo y renovado que busca imponer la lógica de la fuerza y el asalto a la soberanía nacional, bajo el pretexto de seguridad o de falsas ayudas humanitarias.
Un plan calculado para el asalto y la absorción
El momento de estas declaraciones sospechosas revela que lo que se trama es más peligroso que el simple paso de barcos:
- Vaciar Gaza por la fuerza o bajo la presión de masacres.
- Desplazar cientos de millas hacia el norte del Sinaí bajo el pretexto de "refugio humanitario".
- Imponer una administración estadounidense-israelí sobre parte del territorio egipcio bajo la excusa de "ayudar a los desplazados".
El verdadero peligro es que una parte del Sinaí se convierta en un enclave extranjero protegido, que despoje a Egipto de su soberanía bajo nombres engañosos.
Lecciones de la historia reciente
Quien imagine que esto es solo una fantasía, debe recordar cómo Estados Unidos desplegó tropas en Beirut en 1958 bajo la excusa de "proteger la estabilidad", convirtiendo la presencia militar temporal en un establecimiento de influencia permanente. Hoy, se está tejiendo el mismo plan, pero en territorio egipcio.
Y muchos pensadores patrióticos han advertido desde temprano sobre el "dilema de Gaza en el pensamiento estadounidense", y sobre los peligros de reconfigurar los mapas demográficos y políticos por la fuerza.
La lección que no se olvida
Cuando Egipto libro la gran batalla del Canal de Suez en 1956, no solo luchaba por un conducto marítimo, sino por la dignidad de una nación y el derecho de un pueblo.
Como afirmó Mohammad Hasanein Haikal, esa guerra marcó el inicio del ocaso del imperio británico y el surgimiento de un nuevo orden mundial, en el que Estados Unidos asumió el protagonismo.
Hoy, Estados Unidos intenta vestir el manto del viejo imperio, pero con una mentalidad más grosera. Y Egipto, que derrotó a los invasores en el pasado, sabe cómo volver a hacerlo.
La respuesta nacional: lo que debe ser
Enfrentar este peligro inminente requiere:
Primero: Una declaración clara e inequívoca de la soberanía absoluta de Egipto sobre el Canal de Suez y el Sinaí.
Segundo: Un rechazo contundente a cualquier presencia extranjera en territorio egipcio, bajo cualquier pretexto.
Tercero: Una movilización nacional integral para frustrar cualquier intento de crear un hecho consumado mediante presiones o intervenciones.
Cuarto: Reunir apoyo árabe e internacional para la posición de Egipto que rechaza cualquier ataque a su tierra y soberanía.
Egipto, la primera línea de defensa de la dignidad de la nación
El Canal de Suez no es solo un paso marítimo, y el Sinaí no es solo una extensión de arena.
Ambos son símbolos vivos de la soberanía de Egipto y su papel histórico como la primera línea de defensa de la dignidad de toda la nación árabe.
Hoy, como ayer, los proyectos coloniales nuevos acechan, intentando imponer una realidad por la fuerza a expensas de la sangre y la tierra de los pueblos.
Sin embargo, quien lea la historia con atención, se dará cuenta de que Egipto, a pesar de todas las tormentas y conspiraciones, nunca ha permitido que se menosprecie su soberanía, ni que se le imponga una voluntad extraña.
Egipto derribó en 1956 una gran conspiración que reunió a tres potencias poderosas, y hoy derribará a quienes piensen que pueden arrancar parte de su geografía o imponer una realidad en sus fronteras.
La batalla por la defensa del Canal de Suez y el Sinaí hoy no es solo una batalla geográfica, sino una batalla por la existencia y la dignidad.
Y la soberanía de Egipto, como lo ha sido a lo largo de su historia, no es objeto de negociación, ni de sumisión, ni de concesiones.
Y como cantó el poeta egipcio Kamal Abdul Halim durante la epopeya de la agresión tripartita:
"Deja mi cielo, que mi cielo es una hoguera,
Deja mis aguas, que mis aguas son un diluvio,
Deja mi país, que mi país es un rayo,
Que quema al usurpador... aquí al violador."
Esto no es solo un poema, sino un legado de batalla. Y estas no son meras palabras, sino un juramento de una nación que sabe cómo proteger su derecho, defender su tierra y luchar hasta el último aliento.
No pasarán. Y Egipto no será más que siempre: resistente, libre, digna.