Egipto: Cuando se encuentran las presiones y las conspiraciones
Mientras Washington intenta imponer una nueva realidad, el mayor desafío de Egipto es mantener su toma de decisiones independiente y proteger sus políticas de cualquier intento de coerción o chantaje.
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Egipto: Cuando se encuentran las presiones y las conspiraciones
Egipto atraviesa una etapa de gran complejidad, donde los desafíos internos se entrelazan con las presiones externas ejercidas por fuerzas hegemónicas, encabezadas por la administración estadounidense bajo el liderazgo de Donald Trump.
Como nos enseña la historia, enfrentar estos desafíos no se logra únicamente a través de la fuerza militar o medidas económicas, sino que requiere unidad nacional y un alineamiento político que proteja al estado de la fragmentación y el ataque.
Sin embargo, el panorama actual revela una peligrosa tendencia, que se manifiesta en alianzas anómalas entre partes que se supone son ideológicamente contradictorias, pero que se encuentran en un terreno común que sirve al proyecto sionista-estadounidense.
¿Seguimos siendo el pueblo de 1956?
A finales de febrero de 2011, estalló la crisis de las organizaciones estadounidenses y occidentales que operaban en la sociedad civil en Egipto, cuando varios de sus trabajadores, algunos de ellos con nacionalidades estadounidenses y europeas, fueron arrestados.
Pese a la implicación de estas organizaciones en actividades sospechosas, las presiones estadounidenses fueron suficientes para obligar al consejo militar de entonces a liberarlos y permitirles viajar, en una escena que constituyó un gran shock nacional.
Durante una reunión con varios líderes del consejo militar, les hice una pregunta directa: ¿Por qué no resistieron estas presiones y se dirigieron al pueblo egipcio para revelar la magnitud de las presiones que se ejercían sobre ustedes?
Estaba convencido de que revelar estas verdades al pueblo llevaría a que se uniera en torno al estado, tal como ocurrió cuando el pueblo apoyó a Nasser frente a la agresión tripartita en 1956.
Sin embargo, la respuesta de uno de los líderes del consejo militar fue impactante: "El pueblo del que hablas ya no es el pueblo de 1956."
Esta frase fue suficiente para revelar no solo la magnitud de las presiones externas, sino también el cambio en la forma de pensar de los líderes en el poder respecto a su pueblo, como si existiera una convicción implícita de que la conciencia popular ya no era capaz de movilizarse y expresar su posición nacional como lo hacía antes.
Pero, ¿era esta evaluación precisa? ¿O los desafíos que enfrenta el estado hoy son diferentes en su naturaleza y requieren nuevas herramientas para tratar con la opinión pública?
Trump y la estrategia de sometimiento político
Desde su llegada al poder, Donald Trump adoptó un enfoque político basado en el "chantaje", utilizando la influencia económica y militar como herramientas de presión para reconfigurar las relaciones internacionales en beneficio de los intereses de Washington.
En Oriente Medio, Egipto fue uno de los países que enfrentó crecientes presiones, destinadas a llevarlo a hacer concesiones estratégicas que se alinearan con la visión estadounidense.
Entre la influencia y el sometimiento
Estas presiones no fueron meras tácticas pasajeras, sino que formaron parte de una visión estadounidense más amplia, que busca redirigir las posiciones regionales de Egipto y afectar sus decisiones soberanas.
A través de la utilización de ayudas económicas, la amenaza de sanciones y la presión en temas regionales sensibles, Washington intentó imponer su voluntad sobre El Cairo sin recurrir a un enfrentamiento directo, aprovechando los puntos débiles que podrían ser explotados para alcanzar sus objetivos.
Sin embargo, estas herramientas no solo apuntaron al sistema político, sino que también buscaron reducir la independencia de la decisión egipcia y reconfigurar sus orientaciones de acuerdo con lo que sirviera a los intereses estadounidenses y sionistas.
Principales herramientas de presión
- Ayudas económicas y militares: Trump convirtió las ayudas estadounidenses en una herramienta de presión constante, amenazando repetidamente con reducirlas o suspenderlas, enfatizando que su continuidad debería estar condicionada a la implementación de "reformas" que se alinearan con las prioridades estadounidenses, transformándolas de un instrumento de apoyo a un medio de chantaje político.
- Sanciones económicas: A pesar de no imponer sanciones directas, la amenaza de estas siguió siendo un arma utilizada por Washington cada vez que fue necesario, ya sea atacando sectores económicos vitales o figuras de liderazgo, en un intento de imponer cambios que se alinearan con su visión.
- Temas regionales: Washington no se limitó a la presión económica, sino que también intentó influir en las orientaciones de El Cairo a nivel regional, especialmente en la cuestión palestina, donde ejerció presiones intensas para llevar a Egipto a aceptar el "Acuerdo del Siglo".
También intentó imponer su visión en la crisis de la Gran Represa del Renacimiento etíope, en beneficio de sus intereses y los de sus aliados, sin considerar las repercusiones de esto sobre la seguridad nacional egipcia.
Reduciendo la independencia y reorientando
Estas políticas no fueron meras herramientas de presión momentáneas, sino parte de una estrategia más amplia que busca reducir el margen de maniobra del tomador de decisiones egipcio y reconfigurar su política exterior dentro de un marco que sirva a la agenda estadounidense e israelí.
Mientras Washington intentaba imponer una nueva realidad, el mayor desafío para Egipto era mantener la independencia de su decisión y proteger su política de cualquier intento de sometimiento o chantaje.
¿Oposición nacional o caballo de Troya?
Antiguamente, Lenin dijo: "La extrema izquierda y la extrema derecha se encuentran en un mismo punto."
Hoy, este principio se manifiesta en un complejo panorama político, donde se desdibujan las fronteras entre lo que se supone que son opuestos.
La oposición que se disfraza de nacionalismo ya no es siempre esa voz libre que busca la reforma, sino que a menudo se ha convertido en una herramienta funcional, movida dentro de contextos que sirven a intereses extranjeros, incluso si levantan consignas que parecen, a primera vista, contrarias a estas fuerzas.
En este panorama, las visiones del islam político y sus brazos extremistas se entrelazan con las orientaciones de los nuevos liberales, a pesar de su supuesta enemistad ideológica.
Ambos levantan consignas engañosas, uno aprovechándose de la religión y el otro ocultándose tras la máscara de la libertad y la ilustración, pero ambos operan según las mismas imposiciones, donde se trazan los límites de las alianzas y se distribuyen los roles dentro de las salas de decisión occidentales, para que los resultados de su movimiento sirvan al proyecto sionista-estadounidense, aunque las narrativas que adoptan sean diferentes.
Los "marines" que hablan árabe
La gran paradoja ocurre cuando los "marines" estadounidenses se presentan con un discurso árabe, hablando con un tono revolucionario liberal que engaña a las masas, mientras promueven, consciente o inconscientemente, una narrativa que se alinea perfectamente con los intereses de las potencias occidentales.
Estos no solo justifican la agresión, sino que la reconfiguran con un lenguaje suave y adornado, que envuelve el proyecto de hegemonía y desmantelamiento en frases que parecen reformistas, pero que en esencia buscan reestructurar la conciencia colectiva en beneficio de los centros de poder en Washington y Tel Aviv.
Nos encontramos ante una etapa que requiere una clasificación precisa, ya que la interconexión entre las consignas y las posiciones ya no es un simple desajuste ocasional, sino una táctica sistemática que busca fragmentar la conciencia nacional y reconfigurar el mapa de lealtades.
La confrontación ya no es solo una batalla verbal o una guerra de declaraciones, sino una verdadera batalla de conciencia, que necesita construir un frente nacional sólido que comprenda la naturaleza del conflicto y sus herramientas, y que exponga las máscaras de los agentes visibles y encubiertos.
En una época en la que las batallas se libran por delegación, ya no hay espacio para la ambigüedad, ni lujo para las cortesías.
El conflicto hoy no es entre corrientes e ideologías, sino entre un proyecto nacional independiente que busca preservar la soberanía de su decisión, y fuerzas funcionales que son manejadas desde salas de operaciones externas, cuyo objetivo es redibujar la región según los mapas de hegemonía y desmantelamiento, donde no hay voz que prevalezca sobre la de los intereses imperialistas, incluso si se viste con el ropaje de la libertad o la reforma.
Puntos débiles y reformas necesarias
No cabe duda de que las presiones externas encuentran un camino en cualquier brecha interna, por lo que abordar los puntos débiles se ha vuelto una necesidad imperiosa:
- 1. La frágil situación económica: La dependencia excesiva de las ayudas y préstamos internacionales hace que el país sea vulnerable al chantaje. Es necesario fortalecer la producción nacional e invertir en sectores vitales para reducir la dependencia externa.
- 2. La brecha de confianza entre el estado y el ciudadano: La erosión de la confianza entre la dirección y el pueblo representa un gran desafío, lo que requiere un discurso político más transparente e involucrar a las fuerzas nacionales en la toma de decisiones.
- 3. Los medios de comunicación nacionales frente a los desafíos: La debilidad de los medios oficiales ha permitido que la maquinaria mediática externa controle la opinión pública. Esto requiere una estrategia mediática nacional más profesional y capaz de enfrentar los desafíos.
- 4. Unificación del frente nacional: Es necesario superar las disputas políticas estrechas y construir un frente nacional unido que defienda los intereses nacionales, alejándose de los intereses partidistas.
Fortaleciendo el interior para reforzar la independencia
Las presiones externas solo encuentran un pie en un entorno interno que sufre de brechas que pueden ser explotadas, lo que hace que abordar los puntos débiles sea una prioridad que no admite demora. Cada fallo interno abre la puerta a más intervenciones, y cada reforma refuerza la inmunidad del estado y protege su decisión soberana.
La economía frágil y la dependencia excesiva de las ayudas y préstamos internacionales han hecho que el país sea más susceptible al chantaje, lo que requiere una transición hacia una economía productiva capaz de satisfacer las necesidades nacionales y reducir la dependencia a través de la inversión en sectores vitales y el apoyo a la industria y la agricultura para lograr la autosuficiencia.
Paralelamente, no se puede ignorar la brecha de confianza entre el estado y el ciudadano; la falta de diálogo y transparencia en la toma de decisiones ha consolidado una ruptura que amenaza la estabilidad interna, lo que requiere un discurso político más claro y una verdadera inclusión de las fuerzas nacionales en la formulación de políticas clave para garantizar una participación comunitaria efectiva.
A nivel mediático, la debilidad del sistema nacional ha permitido la expansión de la maquinaria mediática externa, que ha comenzado a imponer su narrativa y dirigir la opinión pública según sus agendas, lo que requiere una estrategia mediática más profesional capaz de competir y enfrentar los desafíos con propuestas sólidas, lógicas y efectivas.
En el ámbito político, la división interna ha brindado a las fuerzas externas la oportunidad de intervenir y explotar las contradicciones, lo que hace que superar las disputas estrechas y construir un frente nacional unificado sea una necesidad estratégica para proteger los intereses nacionales, alejándose de las consideraciones sectarias y partidistas.
La batalla ya no es solo un enfrentamiento contra presiones externas, sino una lucha por fortalecer el interior que garantice la independencia de la decisión nacional. Cada paso hacia la reforma refuerza la soberanía, y cada retroceso abre el camino a más intervenciones y sometimientos.
Soberanía nacional o caer en la trampa de la hegemonía
Releer la experiencia de 2011 con los ojos de hoy confirma que la respuesta a las presiones externas no fue más que un primer paso en un largo camino de ataque y chantaje.
Estas presiones no fueron una táctica pasajera, sino parte de una estrategia prolongada, cuyo objetivo es reconfigurar la región según los intereses de las grandes potencias, utilizando herramientas internas que buscan socavar el concepto de estado nacional, debilitar las instituciones soberanas y redibujar los equilibrios para garantizar que Egipto y los países de la región permanezcan en una posición de dependencia.
En este contexto, Egipto solo tiene dos opciones: adoptar un proyecto nacional independiente basado en la voluntad popular, que se fundamenta en la independencia económica y política, o caer en la trampa de la hegemonía, donde el estado se convierte en un ente subordinado, gobernado por una red de imposiciones externas que encadenan su decisión y asfixian su futuro.
El camino hacia la independencia no es un pasaje pavimentado, sino una batalla que requiere reconstruir la confianza entre la dirección y el pueblo, fortalecer el frente interno y redefinir las prioridades del estado según la lógica de la soberanía, no según cálculos de complacencia y conciliación.
La confrontación hoy no es entre corrientes políticas que luchan por el poder, sino entre un proyecto nacional que busca empoderamiento e independencia, y fuerzas funcionales que operan según agendas externas, que buscan perpetuar la fragilidad y la dependencia.
La historia no perdonará a aquellos que elijan ser herramientas en proyectos de desmantelamiento en lugar de alinearse detrás de una visión nacional unificada que devuelva a Egipto su lugar y su papel activo en su entorno regional e internacional.
En momentos de grandes pruebas, no hay lugar para la ambigüedad... o se elige la independencia o se elige la dependencia.