Los libros sobre Donald Trump
He buscado cuántos libros, a favor o en contra, se han escrito sobre Donald Trump. Hay varias cifras. Una de ellas, seguramente halagando su grandilocuente narcicismo.
Confieso que he aprovechado el confinamiento para leer tres libros sobre la presidencia de Donald Trump. El último de ellos, La habitación donde ocurrió, escrito por el conocido John Bolton, es el que más revuelo ha armado y, además, el más aleccionador.
(Luego apareció el de su sobrina Mary Trump, que no parece tan interesante).
La Casa Blanca intentó impedir la publicación de La habitación... Antes, Bolton no compareció ante el Senado de Estados Unidos para declarar en el proceso de impeachment que absolvió a Donald Trump. Ni el gobierno ni él mostraron mucho interés, por razones distintas: Bolton hubiera complicado las cosas, y él decidió reservarse para su libro.
He leído, como dije, otros dos. Miedo en la Casa Blanca, de Bob Woodward, sobre el primer año de esta presidencia, y con el atractivo periodístico de su autor, que ha publicado libros sobre cinco presidentes estadounidenses. Fire and fury, inside the White House, de Michael Wolff, también sobre los primeros meses de Donald Trump.
En todos aparece una constante: la Casa Blanca ha sido durante estos últimos tres años un circo. Un complicado y peligroso circo.
No recuerdo una impresión similar desde las lecturas de las novelas donde se describían las intrigas, traiciones, confidencias e infidencias, traspiés políticos, de las cortes medievales.
Desde la tenebrosa presencia tras las cuerdas de Steve Bannon, una estrella del Tea Party, cuya ideología ultrarreaccionaria linda con el fascismo, hasta la pareja principesca, Jared Kushner e Ivanka Trump, convertidos en asesores especiales por vía sanguínea. Vienen y se van los personajes más disímiles. Entre ellos los militares que intentaron poner orden en aquel desastre, los generales Michael Flynn (luego complicado judicialmente), John Kelly, H.R. McMaster, o James “Mad Dog” Mattis. Al final, no resistieron.
Tampoco tuvieron éxito hombres de negocios como Rex Tillerson, presidente ejecutivo de Exxon Mobil, que sabía tanto de petróleo como poco de diplomacia, el gris secretario de Estado. O como Gary Cohn, amigo personal de Trump y presidente ejecutivo de Goldman Sachs, y cuya familiaridad con el presidente, según él mismo cuenta, le permitió entrar en el Despacho Oval en ausencia de su amigo y, aprovechándose del desorden, retirar de los papeles por firmar uno cuya repercusión ocasionaría daños severos a la nación norteamericana. No era cualquier documento.
Era el borrador de una carta del presidente estadounidense dirigida al presidente de Corea del Sur en la que se daba por finalizado el Acuerdo de Libre Comercio entre Estados Unidos y Corea.
“Bajo este acuerdo, que se remonta a la década de los cincuenta, Estados Unidos había posicionado 28.500 soldados estadounidenses en el sur y había llevado a cabo los Programas de Acceso Especial más confidenciales y comprometidos, que proporcionaron inteligencia sofisticada y codificada de alto secreto, así como potencial militar.
“Estos programas permitían a Estados Unidos detectar un lanzamiento de un misil ICBM en Corea del Norte en siete segundos. En cambio, en Alaska tardarían quince minutos, lo que representa una asombrosa diferencia de tiempo.”
¿La causa del empeño de Trump en romper el acuerdo?
Si usted hubiera leído los libros que yo he leído, vería que la comprensión de la política internacional del actual presidente norteamericano no va más allá de tres motivaciones personales: la satisfacción de su ego personal, su reelección en el 2020 y el cálculo elemental de los negocios.
Un acuerdo como este era inaceptable para el negociante convertido en presidente: Estados Unidos tenía un déficit comercial de 18 mil millones de dólares con Corea del Sur, mientras gasta 3 mil quinientos millones para mantener allí sus tropas. Nadie pudo convencerlo de que era un acuerdo inevitable.
Cohn retiró el borrador, y el asunto fue sepultado por la cifra interminable de escándalos que sacuden a la Casa Blanca cada semana.
Pero el libro de Bolton es interesante, mucho más por Bolton que por lo que revela de Trump.
John Bolton es un personaje conocido. Es un hombre de pensamiento estructurado, con experiencia diplomática, que se mueve a altos niveles en cierto mundo académico estadounidense. Ajeno al estilo improvisador, intuitivo y superficial del Presidente.
Pero demasiado reaccionario para el propio establishment conservador. Tan peligroso en sus propuestas como para que alguien lo haya definido como “una granada sin espoleta”. Y ajeno a cualquier fidelidad administrativa.
Su más alta cima política hasta entonces fue durante el gobierno de G.W.Bush, cuando se le nombró, contra la voluntad del Congreso, embajador en Naciones Unidas.
De ese desempeño es su transgresión a la disciplina diplomática, es decir, su traición, cuando despertó al entonces primer ministro israelí Ehud Olmert para alertarlo de que Estados Unidos respaldaría una resolución francesa en el Consejo de Seguridad, relativa a la guerra entre la resistencia libanesa e Israel en el 2006, pero inconveniente para los intereses sionistas. Olmert, a propuesta de Bolton, llamó al presidente de Estados Unidos, y logró revertir el voto.
Bolton vio en la victoria de Trump la oportunidad de regresar al escenario político… como secretario de Estado. Esperó inútilmente la propuesta. Nadie lo tomaba en serio. Le ofrecieron una posición como adjunto. Se negó. No era el nivel de sus ambiciones. Finalmente, tras varios tropezones de la Casa Blanca, se le designó Consejero de Seguridad Nacional. Era la oportunidad para poner en práctica sus viejas y bien conformadas intenciones belicistas.
Fueron muchas las intenciones tan innobles como peligrosas que trató de impulsar en su desempeño. Destaco dos: Irán y Venezuela.
Irán aparece mencionada 439 veces en el libro.
La síntesis es simple: Bolton todo el tiempo intentó guiar a la administración Trump no solo al aislamiento de Irán, mucho más allá de la denuncia del tratado sobre armas nucleares firmado por la administración Obama, sino a la guerra. He aquí varios ejemplos:
“En cuanto a Irán, le insté a que siguiera adelante con la retirada del acuerdo nuclear y le expliqué por qué el uso de la fuerza contra el programa nuclear de Irán podría ser la única solución duradera.
“Quedaba mucho por hacer para poner de rodillas a Irán o para derrocar el régimen, a pesar de la política declarada de Trump en sentido contrario, pero tuvimos un gran comienzo.”
“Argumenté que si la política era evitar que Irán obtuviera armas nucleares, teníamos que estar preparados para usar la fuerza militar.”
Hasta que sus deseos parecieron hacerse realidad. Luego de que Irán derribara dos drones espías, todas las fuerzas se unieron para preparar el tan deseado ataque.
Ahí recibió Bolton una gran decepción, como en el caso de Corea, cuando el manejo narcisista de Trump de las relaciones con el liderazgo coreano cancelaba su posición belicista. Pero Trump, después de estar a punto el ataque, lo canceló de la noche al día. El mundo de las intrigas de la Casa Blanca había operado contra Bolton y contra los militares.
El otro tema, Venezuela, fue otra muestra. Era la posibilidad – ilusoria, como sabemos – de encontrar una victoria fácil para una política exterior que, hasta entonces y así será hasta el final del mandato de Trump, no podía exhibir un solo logro concreto. Bolton hablaba desde la cima de un trono imperial. Pero…
“El régimen autocrático de Maduro era una amenaza debido a su conexión con Cuba y a las aperturas que le permitía a Rusia, China e Irán. La amenaza de Moscú era innegable, tanto militar como financiera, habiendo gastado recursos sustanciales para apuntalar a Maduro, dominar la industria del petróleo y el gas de Venezuela, e imponer costos a los EE.UU. Pekín no se quedó atrás”.
Trump no creo que supiera mucho de Venezuela ni de Cuba. Pero la idea era atractiva. Y, según Bolton, le ordenó: "Hazlo, es decir, deshazte del régimen de Maduro”.
Y allí vinieron los episodios tragicómicos luego de la autoproclamación de Guaidó, como el fallido espectáculo en la frontera con Colombia:
“Guaidó llegó al Puente Internacional de Tienditas alrededor de las nueve de la mañana, preparado para cruzar. Hubo informes durante todo el día de que estaba a punto de cruzar, pero no ocurrió, sin explicaciones reales. De hecho, la operación simplemente se esfumó.”
O el famoso golpe de estado de Guaidó desde un puente, cuando había prometido ocupar la base de La Carlota: “Pero poco después, escuchamos que la información sobre la base aérea de La Carlota era inexacta, y que Guaidó y (Leopoldo) López nunca estuvieron realmente dentro de la base. Además, los informes de que las unidades militares que apoyaban a Guaidó habían capturado al menos algunas estaciones de radio y televisión, si alguna vez fueron ciertas, se mostraron falsos en pocas horas. (…) se hizo cada vez más evidente que el plan discutido sin cesar entre la oposición y las figuras clave del régimen se había desmoronado.”
Fue bajo su influjo que las sanciones contra Cuba y Venezuela se recrudecieron hasta límites piratescos e inhumanos.
Su prestigio no pudo enfrentar más fracasos, ni Trump quiso seguir jugando a la guerra con semejante consejero. Me quería llevar a la guerra, dijo el imprevisible presidente. Nunca sabremos si Bolton renunció o si Trump lo despidió. O ambas cosas.
He buscado cuántos libros, a favor o en contra, se han escrito sobre Donald Trump. Hay varias cifras. Una de ellas, seguramente halagando su grandilocuente narcicismo, dice que solo se han escrito más libros sobre otro presidente: Abraham Lincoln.