Fidel Castro, un hombre de talla universal
Fidel Castro fue un hombre de su tiempo, pero sobre todo un hombre del futuro. Actuó siempre con Cuba como referente, pero su mira fue universal. Fue el cubano más consecuente con el pensamiento martiano de que “Patria es Humanidad”.
No sólo puso a Cuba en el mapa del mundo como un referente de dignidad y justicia social, sino que articuló una política exterior poderosa y visible que convirtió a la pequeña nación caribeña en líder de las causas del Tercer Mundo y una potencia moral ante la hegemonía del imperio estadounidense.
Fidel fomentó en su pueblo un sentimiento de solidaridad y entrega inconmensurable. Un pueblo capaz de dar su sangre por la soberanía e independencia de otras naciones lejanas. La Humanidad nunca podrá olvidar el aporte de Cuba y Fidel para mantener la independencia de Angola, lograr la soberanía y descolonización de Namibia y contribuir decisivamente al fin del régimen del apartheid en Sudáfrica.
Pero también nos enseñó a compartir lo poco que tenemos con los pueblos del mundo, porque una urgencia o una injusticia en cualquier parte del mundo hay que sentirla como propia. Así miles de maestros cubanos han enseñado a leer y escribir en Nicaragua, Angola, Bolivia, Venezuela, Haití. Así decenas de miles de profesionales de la salud han trabajado desde hace 6 décadas en casi 80 naciones del mundo, curando millones de personas, salvando millones de almas.
En los últimos años de su vida se consagró a investigar y extender el uso de plantas para alimento humano y animal. Su principal motivación fue el pensar en el pueblo haitiano, devastado por el terremoto de 2010 y siglos de ancestral pobreza.
Y eso lo combinó con profundas Reflexiones sobre los más acuciantes problemas de la Humanidad, publicadas frecuentemente en los medios de comunicación cubanos y de otras partes del mundo.
Fidel fue un tenaz defensor de la paz mundial, del derecho al desarrollo, del derecho a la vida. Para la Historia queda su vibrante discurso de septiembre de 1979 en la Asamblea General de Naciones Unidas..
No he venido aquí como profeta de la revolución; no he venido a pedir o desear que el mundo se convulsione violentamente. Hemos venido a hablar de paz y colaboración entre los pueblos, y hemos venido a advertir que si no resolvemos pacífica y sabiamente las injusticias y desigualdades actuales el futuro será apocalíptico.
El ruido de las armas, del lenguaje amenazante, de la prepotencia en la escena internacional debe cesar. Basta ya de la ilusión de que los problemas del mundo se puedan resolver con armas nucleares. Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia. No pueden tampoco matar la justa rebeldía de los pueblos y en el holocausto morirán también los ricos, que son los que más tienen que perder en este mundo.
Digamos adiós a las armas y consagrémonos civilizadamente a los problemas más agobiantes de nuestra era. Esa es la responsabilidad y el deber más sagrado de todos los estadistas del mundo. Esa es, además, la premisa indispensable de la supervivencia humana.
Por más que los poderes imperiales intenten sepultarlo, desvirtuarlo, empequeñecerlo, Fidel resurge una y otra vez con su estatura de líder y su valía universal.