Trump, el mesías que "salvará" a los Estados Unidos
Con fuegos de artificio, una multitud sin mascarillas en los jardines de la Casa Blanca y todo un montaje de elevada dosis de culto al nuevo mesías “americano”, fue proclamado Donald Trump como el candidato del Partido Republicano para la reelección presidencial.
Marcó ese momento el clímax de una Convención Nacional Republicana inédita en la historia política de Estados Unidos. Y no sólo por su carácter semivirtual, debido a la pandemia de COVID-19.
Nunca antes un candidato se había proclamado desde la mismísima Casa Blanca, rompiendo las normas éticas de no usar la residencia oficial del Presidente para actos de campaña; un ejemplo de cómo Trump ha superado constantemente los límites y ha roto las prácticas no escritas de la política estadounidense.
Nunca antes una Convención había sido una procesión familiar como en esta ocasión, cuando siete personas de apellido Trump desfilaron por los podios de oradores.
Nunca antes, tampoco, una cita partidaria de este tipo había culminado sin una plataforma programática aprobada. Esta vez, el único documento que dejó el show político de 4 días fue una hojita de respaldo del ente Republicano a su incontestable candidato y su agenda del America First. Así, de paso, se ha sepultado el cuerpo del Partido republicano, para convertirlo en el Partido Trumpista.
Trump llegó a la Convención con su campaña en ascuas, cuando las encuestas nacionales lo muestran con una desventaja de más de un 7% en la intención de voto. Su gran baza electoral, que era la economía, se ha venido abajo como resultado de la semiparalización del país por la pandemia de COVID-19, provocando la mayor crisis desde la Gran Depresión. Sin embargo, dijo con desfachatez en su discurso oficial como candidato: “He creado la más fuerte economía en la historia del mundo”.
Pero los números son reveladores. Unos 30 millones de personas han tenido que solicitar beneficios de desempleo y otros muchos millones ni siquiera pueden aspirar a eso (mayormente inmigrantes), casi 40 millones de estadounidenses están amenazados de ser expulsados de sus viviendas por los impagos acumulados.
A ello se une el descrédito cosechado por su administración por el pésimo manejo de la crisis sanitaria, que ya ha dejado más de 180 mil muertes en todo el país. Estados Unidos, con menos del 5 por ciento de la población mundial acumula el por 24 por ciento de los casos positivos de COVID-19 en el mundo y el 22 por ciento de los fallecimientos por esta enfermedad.
El país se ha estremecido también con continuas protestas sociales desde el asesinato del afronorteamericano George Floyd hasta el reciente tiroteo a mansalva en Wisconsin de otro ciudadano negro. Más allá de la denuncia racial, la protesta ha evidenciado el alto grado de injusticia en la mayor economía del mundo.
Ante la probable debacle en los comicios de noviembre, de seguir este status quo, el Presidente Trump y su equipo de campaña han optado por el “camino del caos” y la fabulación de la realidad.
Así se construyó el guión de la Convención Republicana donde se dejó afuera la emergencia sanitaria, el reclamo social, el creciente desempleo, la crisis ambiental, y se dibujó un Estados Unidos de ensueño que ciertas fuerzas “oscuras” quieren destruir.
La elección, según los oradores de estos días, es entre el Apocalipsis -al que pueden llevar a la nación Biden, las fuerzas antirracistas, el “socialismo” y China – y el nuevo mesías salvador que es Donald Trump.
En su discurso de proclamación como candidato, el multimillonario neoyorquino amenazó con que “Joe Biden sería el destructor de la grandeza americana” y dijo que esta elección “decidirá” si salvamos el sueño americano o si permitimos a una agenda socialista (sic) destruir nuestro destino”.
Junto al discurso de miedo al peligro que sobrevendrá con un triunfo demócrata, Trump y sus cohortes han apostado por caotizar el escenario electoral, poniendo en entredicho la posibilidad de hacer las votaciones en noviembre por la pandemia, denostando el voto por correo – que él tanto ha usado – como fraudulento y saboteando al servicio postal para que no se pueda votar anticipadamente, obstaculizando la logística para los gastos de votación y presionando a las autoridades electorales en estados y condados.
La teoría de que habrá “fraude” y manipulación en los comicios y el escenario de una probable negativa a aceptar los resultados, se han dejado ver varias veces en sus intervenciones. El pasado martes, en la propia Convención, había vuelto a echar leña al fuego al afirmar: “El único modo de que ellos (los demócratas) puedan ganarnos estas elecciones es amañándolas”
La apuesta de Trump es a corromper aún más el desacreditado sistema político que le permitió ser presidente con 3 millones de votos menos que su contrincante y que lo ha utilizado a su antojo en su beneficio personal y de sus aliados.
Así ha violentado autocráticamente reglas de ese sistema político para nombrar familiares en puestos claves, despedir jueces, amenazar a los medios y tribunales, concederle amnistía a personas de su entorno condenadas por la justicia, pagar con dinero público estancias de funcionarios gubernamentales en los hoteles de su propiedad, chantajear a mandatarios extranjeros y más.
Trump da un salto hacia atrás para intentar reforzar sus bases electorales con un discurso cada vez más patriótico, racista y violento. Lo inaudito, es que todavía no está derrotado después de tanto descalabro; por el contrario, las distancias se han acortado después de la última puesta en escena.
Como afirmó el veterano y reconocido periodista Dan Rather, la estrategia comunicacional se basa en argumentar que “sólo Donald Trump puede salvar a Estados Unidos del Estados Unidos de Donald Trump”.
De todas formas, fue simbólico, que el jueves en la noche, en medio de su discurso en los jardines de la Casa Blanca, se escuchara de fondo los acordes de TOB, un grupo de funk cuya música ha acompañado las protestas antirraciales en EE.UU y que daba un concierto de protesta a una cuadra de la residencia presidencial frente a miles de seguidores.