Decadencia y caída de Steve Bannon
Steve Bannon había sido arrestado. Un nombre que tuvo, para la opinión pública mundial, sus quince minutos de fama, y nada más.
La noticia tuvo eco internacional desde el primer momento. Pero probablemente solo fue entendida en toda su dimensión en los Estados Unidos.
Steve Bannon había sido arrestado. Un nombre que tuvo, para la opinión pública mundial, sus quince minutos de fama, y nada más.
Pero Bannon no es una figura cualquiera. Fue uno de los inventores de Donald Trump. Fue el estratega que le insufló – sin mucha dificultad, hay que decirlo – varios de los conceptos más reaccionarios que ha puesto en práctica en estos tres fatídicos años.
Bannon y otros tres hombres fueron detenidos, acusados por la fiscalía de New York de haber desviado fondos, en provecho propio, de las donaciones que se habían recibido para una campaña cuyo destino era ayudar al financiamiento de la construcción del famoso muro de Trump en la frontera con México.
A nadie le extrañaba la iniciativa de Bannon. Él fue uno de los propulsores principales de la política agresiva contra la inmigración, que fue desde un inicio una de las banderas de la administración de Trump. El financiamiento, como se sabe, no ha sido fácil de obtener, por la falta de apoyo congresional. También, como se sabe, Trump ha extraído dinero del presupuesto del Pentágono para financiar su faraónico proyecto.
Fue la justificación para el proyecto de Bannon We Build the Wall, Nosotros construimos el muro. En poco tiempo reunieron más de 25 millones de dólares, provenientes de miles de donantes republicanos.
Los fiscales alegan que Bannon y tres cómplices desviaron cientos de miles de dólares, disfrazándolos con facturas falsas que les permitieron redirigir a sus cuentas, secretamente, sumas de dinero aun no reveladas.
Los fiscales han iniciado hasta hoy procesos criminales contra más de media docena de personas que trabajaron en la campaña de Trump o en su administración. Entre ellos, el antiguo jefe de la campaña electoral trumpista, su segundo al mando, su antiguo abogado personal y su también anterior consejero de seguridad personal.
Bannon se ha declarado inocente, y solo fue puesto en libertad mediante una fianza de 5 millones. Pese a su cercanía bien conocida a Trump, el presidente se deshizo de toda culpa, como hace habitualmente. “No lo he visto en largo tiempo”, dijo. Y de paso dijo que el esfuerzo por conseguir donativos para el muro era “algo que durante mucho tiempo pensé que no era apropiado”.
Finalmente, ¿quién es Steve Bannon?
Pero ¿quién es en realidad Steve Bannon? ¿Por qué su relevancia?
Regresemos al período inmediatamente anterior a las elecciones del 2016 en Estados Unidos: un multimillonario controversial se presentaba como uno de los 19 o 20 candidatos a la presidencia del país por el partido Republicano. Donald Trump tenía quizás más éxito entonces como figura del espectáculo televisivo que como político. Sus ideas eran tan vagas que había intentado hacer carrera en el partido Demócrata o como independiente, sin resultados. En 2016 nadie apostaba un centavo a su éxito. Sus oficinas de campaña, establecidas en la lujosa Torre Trump, en el corazón de Manhattan, daban cuenta de su afición a la incoherencia y al desorden.
Allí llegó Steve Bannon de la noche a la mañana. En realidad, el cargo que ocupó como “estratega” de la campaña hubiera correspondido al veterano Roger Ailes, antiguo jefe de Fox News, a la que había convertido en la más lucrativa y más conservadora de las cadenas de noticias por televisión. Era una de las figuras más influyentes del partido Republicano. Steve Bannon, quien a la sazón ya había comprado Breitbart News, un medio informativo de extrema derecha, comenzó a moverse en ese escenario. Trump quiso que fuera Ailes el estratega de su campaña. Pero Ailes conocía bien al magnate y a su costumbre de no aceptar consejos. Se echó a un lado, y Bannon se hizo cargo.
Steve Bannon tenía sesenta y tres años cuando apareció en ese escenario. Era el más viejo y el de menos experiencia que había trabajado nunca en un equipo en la Casa Blanca.
Bannon tenía un origen sinuoso. Sirvió siete años en la marina y en el Pentágono. Del mundo militar proceden sus vestimentas filo militares que usaba en cualquier escenario, lo cual le daba una apariencia extraña, descuidada y disonante. (Ya en su ocaso, Trump, en público, lo mandaba a bañar). Obtuvo, ya civil, un master en ciencias empresariales en Harvard, fue banquero de inversiones en Goldman Sachs, asesor financiero del mundo del espectáculo e inversor en ese escenario, sin grandes beneficios. En el libro Fuego y Furia, de Michael Wolf, que describe los primeros cien días del gobierno de Trump y del cual hemos extraído la mayor parte de esta información, se le caracteriza: “alcohol, matrimonios fracasados, siempre corto de dinero. Siempre tramando algo, y siempre decepcionado”. En definitiva, un hombre oscuro de moral dudosa. Y siguió en sus numerosas experiencias, dice el libro, “un modelo de vida que consiste en alimentarse de las sobras de aquellas personas que disfrutan de un mayor bienestar. Bannon hacía lo posible por llevarse un primer premio, pero nunca lo consiguió”.
Hasta que conoció a Andrew Breibart, fundador de Breitbart News y a otro personaje, Robert Mercer. Y a la muerte de Andrew Breibart, y con el dinero de Mercer, tomó el control de Breitbart News, y a través de ese medio dejó correr su visión “anti estatista, pro educación privada, antiprogresista, pro patrón oro, pro pena de muerte, anti musulmán, pro cristiano, monetarista y contrario a los derechos civiles en Estados Unidos”, según la descripción de Wolf.
Las ideas de Bannon y las de Trump
Aun desde antes de ocuparse de la estrategia de la campaña de Trump, había influido directamente en su ideología. Muchas de las ideas de Trump, que expresaba en sus agitados discursos electorales, no eran sino artículos de Breitbart, que Bannon le pasaba.
El 17 de enero de 2016 se mudó para la Torre Trump y se sobrepuso a la colección de personajes y familiares que componían el equipo de campaña, todos los cuales, incluyendo el candidato a presidente, carecían de una ideología estructurada como la de Bannon.
Bannon aprendió allí algo importante: conocer a Trump y cómo manejarlo. Saber que la última persona con la que este hablaba tenía la mayor influencia sobre sus acciones inmediatas.
Así guio aquella campaña a una victoria en la que los primeros sorprendidos fueron ellos mismos. Y entró a posicionarse en una Casa Blanca para la que ninguno de ellos estaba preparado. De hecho, Bannon conformó su propia Casa Blanca dentro de la Casa Blanca.
A su influencia debemos, por ejemplo, la utilización indiscriminada de las Órdenes Ejecutivas para imponer políticas que no tenían apoyo congresional. Había muchas que dictar, pero había que empezar por el principio.
Y las primeras fueron las relacionadas con el endurecimiento de las políticas contra los inmigrantes. “Los extranjeros eran la manía non plus ultra del trumpismo”, dice Michael Wolf. Fue él quien, hablando al oído de Trump, promovió el etnocentrismo que ha caracterizado las políticas de la nueva administración desde sus inicios. Y como corolario, el atractivo argumento de que aquella inmigración que trabajaba por menos salario, ocasionaba daños al americano blanco, de procedencia europea. Música racista para los oídos del presidente, que pensaba de la misma manera.
Sus tácticas fueron siempre ofensivas. Al nivel de la Casa Blanca, sea cual sea su preferencia política, las personas que ejecutan política intentan ser lo menos confrontacionales posible. Bannon propuso, y encontró eco en su jefe, una actuación agresiva y ofensiva, aunque trajera contratiempos en el equipo de la Casa Blanca y en el gobierno.
Bannon no tenía idea de procedimientos y leyes, y por eso sus órdenes ejecutivas, que luego el presidente firmaba sin muchas modificaciones, y con la justificación de que estaban saltando sobre los obstáculos de la burocracia y de los viejos aparatos políticos, eran seguidas de un verdadero caos.
Pero el caos era su estrategia. Así ocurrió con el tema migratorio, y con el fiasco, por ejemplo, al prohibir la entrada a musulmanes. Recordemos – hace de esto solo tres años – el resultado de las limitaciones de viajes: repudio inmediato no solo de los medios progresistas, sino de las comunidades de inmigrantes, tumultos en los aeropuertos, y, sobre todo, una enorme confusión en los aparatos de gobierno que debían ejecutar la orden.
Ese era el típico proceder de Bannon, que se convirtió en el típico proceder de Trump.
Un personaje tan poderoso y tan influyente, en el medio desorganizado y lleno de fuerzas en pugna en la Casa Blanca, unido a la acción imprevisible, influenciable y cambiante del presidente, no podía sobrevivir tanto tiempo.
Era demasiado para la Casa Blanca de Trump, y era demasiado para él.
Bannon empezó a expresar criterios sobre el extravagante equipo trumpista, como hacían todos sus miembros. La revista Time dijo que era el verdadero presidente. La respuesta de Trump fue sintomática: la influencia de Bannon sobre él, dijo, era cero, cero.
Priebus, Kushner y Bannon intentaban guiar al presidente cada uno por sus propias vías y los mecanismos que construyeron. Sus choques recordaban los apuñalamientos políticos por la espalda de las cortes medievales.
Y con Donald Trump como rey, el destino de cualquiera de los actuantes tenía límites temporales y físicos. Bannon no fue la excepción. Perdió progresivamente el favor de su jefe, aquel a quien había insuflado lo más perverso de su pensamiento. Y antes de los primeros cien días, dice Michael Wolf, si la Casa Blanca tenía un problema, el problema era Bannon. Trump se divertía calumniándolo… Todo el mundo lo odia, decía.
En honor a la verdad, nunca abandonó su lealtad a Trump, quien por otra parte nunca discrepó de las opiniones políticas de aquel a quien ya no se le podía llamar su estratega.
Y se despidió con dolor. “Ahora sé cómo era estar en la corte de los Tudor”, dijo ya al final.
Sus problemas ahora son otros. Son con la justicia. Y no puede esperar clemencia alguna de su antiguo jefe.
Pero su herencia sigue siendo peligrosa. Se metió en la cabeza de Donald Trump, quien seguramente sigue al tanto de lo que Bannon publica en Breitbart News. Cualquier otro delito que se le impute es sencillamente insignificante en comparación con la influencia que ejerció sobre el multimillonario presidente.