Las fuentes de Roma (+ Fotos)
En el corazón de uno de los distritos más antiguos de Roma se erige con singular esplendor la Fontana de Trevi.

Los orígenes de la fuente datan de alrededor del año 19 antes de nuestra era, con la llegada a Roma del acueducto de Acqua Vergine, construido por cercano colaborador del emperador Augusto, Marco Vipsaio Agrippa, a cuyos conocimientos de arquitectura se debieron otras obras importantes como el Pantheon.
El objetivo de la conductora de 21 kilómetros de largo con 19 de ellos soterrados, era llevar el agua a los baños públicos termales de Campo de Marte, hasta concluir con una fuente en las inmediaciones de la actual iglesia de San Ignacio.
A pesar del deterioro del sistema hidráulico y el abandono de las fuentes monumentales tras la caída del imperio, el acueducto de Acqua Vergine fue uno de los pocos en funcionamiento durante el Medioevo.
Durante el Renacimiento, las fuentes romanas recobraron su vitalidad y devinieron obras de arte. En los últimos 30 años del siglo XVI se construyeron en Roma 30 nuevas fuentes, las cuales perduran hasta hoy.
El objetivo de la conductora de 21 kilómetros de largo con 19 de ellos soterrados, era llevar el agua a los baños públicos termales de Campo de Marte, hasta concluir con una fuente en las inmediaciones de la actual iglesia de San Ignacio.
A pesar del deterioro del sistema hidráulico y el abandono de las fuentes monumentales tras la caída del imperio, el acueducto de Acqua Vergine fue uno de los pocos en funcionamiento durante el Medioevo.
Durante el Renacimiento, las fuentes romanas recobraron su vitalidad y devinieron obras de arte. En los últimos 30 años del siglo XVI se construyeron en Roma 30 nuevas fuentes, las cuales perduran hasta hoy.

La restauración del acueducto Acqua Vergine concluyó en 1570, y posteriormente fue la de Alessandrino, con el proyecto de Acqua Felice, para la distribución del preciado líquido a distintos sectores de la ciudad.
Entre 1608 y 1610 se reanimó el Acueducto Traiano, con un trayecto de 75 kilómetros desde el lago Bracciano hasta Roma.
En poco más de un siglo, hasta 1774, se edificaron sólo nueve fuentes, pero todas importantes, al punto de que 300 años después siguen siendo puntos inevitables de referencia.
A Giuseppe Panini le correspondió la continuación del proyecto concluido en 1762 para recordar, en cierta manera, el papel precursor de Agrippa en el suministro del preciado líquido a Roma.
Con 26,30 metros de alto y 49,15 de ancho, esta es la mayor de las más de dos mil fuentes existentes en la capital italiana. Por ella circulan diariamente 80 mil metros cúbicos de agua.
Entre 1608 y 1610 se reanimó el Acueducto Traiano, con un trayecto de 75 kilómetros desde el lago Bracciano hasta Roma.
En poco más de un siglo, hasta 1774, se edificaron sólo nueve fuentes, pero todas importantes, al punto de que 300 años después siguen siendo puntos inevitables de referencia.
A Giuseppe Panini le correspondió la continuación del proyecto concluido en 1762 para recordar, en cierta manera, el papel precursor de Agrippa en el suministro del preciado líquido a Roma.
Con 26,30 metros de alto y 49,15 de ancho, esta es la mayor de las más de dos mil fuentes existentes en la capital italiana. Por ella circulan diariamente 80 mil metros cúbicos de agua.

En el centro del conjunto arquitectónico, se yergue bajo un arco triunfal, una estatua de 5,8 metros de alto esculpida en mármol de Carrara de Océano, héroe de la mitología griega hijo de Urano y Gea.
El titán va remolcado en un carro triunfal en forma de concha tirado por dos caballos, uno tranquilo y otro agitado, como las dos caras del mar e igual número de tritones: uno fuerte y joven, en tanto el otro más viejo.
A ambos lados, la personificación de la salud y la abundancia, mientras desde lo alto Agrippa orienta a sus soldados donde construir el acueducto y una virgen les indica el lugar de la fuente.
Para los cientos de miles de turistas de todas las latitudes que visitan cada día la fuente, basta con lanzar una moneda para sentir realizado un sueño y, al mismo tiempo, dejar en el fondo del estanque más de un millón de euros anuales, los cuales son utilizados en obras sociales.
El titán va remolcado en un carro triunfal en forma de concha tirado por dos caballos, uno tranquilo y otro agitado, como las dos caras del mar e igual número de tritones: uno fuerte y joven, en tanto el otro más viejo.
A ambos lados, la personificación de la salud y la abundancia, mientras desde lo alto Agrippa orienta a sus soldados donde construir el acueducto y una virgen les indica el lugar de la fuente.
Para los cientos de miles de turistas de todas las latitudes que visitan cada día la fuente, basta con lanzar una moneda para sentir realizado un sueño y, al mismo tiempo, dejar en el fondo del estanque más de un millón de euros anuales, los cuales son utilizados en obras sociales.

Sin embargo, su consagración en el imaginario popular como símbolo de magnificencia romántica ocurrió cinco años después con la memorable escena de fina sensualidad protagonizada por Anita Ekberg y Marcelo Mastroiani en La dolce vita (1959), un clásico del cine italiano dirigido por Federico Fellini.
En una apacible madrugada romana, la imponente actriz sueca descubre casualmente la fuente, ante cuya majestuosidad se impresiona. Enfundada en un vestido negro de pronunciado escote, se adentra en ella con andar sereno, tras una noche con flirteo y deseos contenidos, a escondidas de su novio, con Marcelo, a quien pide que se le una bajo la cascada en la cual parecen sentirse libres.
Sin embargo, el momento de ternura dura apenas unos segundos cuando son sorprendidos por el amanecer y el fisgoneo de un ciclista, que los hace retornar a la realidad.
Marcelo y Anita ya no están físicamente para contar una y otra vez las incidencias durante la filmación de aquella memorable escena, considerada por la crítica como una de las grandes de la cinematografía del siglo XX y con la cual, sin dudas, añadieron otro atractivo a la Fontana de Trevi.
En una apacible madrugada romana, la imponente actriz sueca descubre casualmente la fuente, ante cuya majestuosidad se impresiona. Enfundada en un vestido negro de pronunciado escote, se adentra en ella con andar sereno, tras una noche con flirteo y deseos contenidos, a escondidas de su novio, con Marcelo, a quien pide que se le una bajo la cascada en la cual parecen sentirse libres.
Sin embargo, el momento de ternura dura apenas unos segundos cuando son sorprendidos por el amanecer y el fisgoneo de un ciclista, que los hace retornar a la realidad.
Marcelo y Anita ya no están físicamente para contar una y otra vez las incidencias durante la filmación de aquella memorable escena, considerada por la crítica como una de las grandes de la cinematografía del siglo XX y con la cual, sin dudas, añadieron otro atractivo a la Fontana de Trevi.