Una proposición indecente para El Líbano
Según el articulista Joseph A. Kechichian, resulta un error crucial al preservar la división sectario en forma de pacto de caballeros que propició el cargo presidente a los cristianos maronitas; el de primer ministro, a los musulmanes sunitas, y la titularidad del Parlamento, a los musulmanes chiitas.
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El articulista Joseph A. Kechichian
El articulista Joseph A. Kechichian formuló una proposición indecente para El Líbano en un artículo publicado por la revista estadounidense Foreign Policy al opinar que el mejor sistema para salvarlo incluye una partición y aislar a los musulmanes chiitas, a quienes adjudica todos los males en curso.
Según el columnista, resulta un error crucial al preservar la división sectario en forma de pacto de caballeros que propició el cargo presidente a los cristianos maronitas; el de primer ministro, a los musulmanes sunitas, y la titularidad del Parlamento, a los musulmanes chiitas.
Un siglo es mucho tiempo para que permanezca ese experimento fallido en la construcción de una nación.
Inmensas contradicciones produjeron cien años de negligencia y codicia, ya que hay una coexistencia entre la pobreza relativa y la riqueza extrema.
Cuando el desempleo funcional aumentó, por ejemplo, se camufló en la corrupción sectaria y los jefes de los partidos y otros agentes de poder desembolsaron donaciones financieras para sofocar el malestar social.
Al mismo tiempo, la mayoría de los libaneses en el extranjero remesaban para asegurar la creación de un esquema bancario Ponzi de primer nivel que enriqueció a unos e ilusionó con visos de prosperidad a los de la clase media.
De hecho, los expatriados ayudaron a mantener a flote la tierra natal, con envíos anuales de unos 8 mil millones de dólares que representaban 18 por ciento del producto interno bruto.
Los depósitos desde el exterior se destinaban a bancos locales o comprar propiedades, mientras las instituciones prestamistas ofrecían tasas de interés de 6 a 12 por ciento y otras hasta de 15 a 20, con la aprobación total del Banco Central que haciendo juegos malabares mantuvo la tasa cambiaria estable desde 1997, hasta ahora que la moneda nacional se depreció casi 80 por ciento.
La corrupción organizada derritió esos ahorros y al comenzar las restricciones y pagar los supuestos intereses en moneda nacional a un tipo de cambio inferior al del mercado negro, explotó la burbuja.
Los resultados inmediatos, alza de precios de los productos básicos subieron, aumento de desempleo, la emigración disparada y la pobreza de al menos a 50 por ciento de la población.
Más allá de las explosiones que sacudieron a Beirut el 4 de agosto, de las sucesivas crisis económicas que empobrecieron a los libaneses y del continuo secuestro de la vida política por uno de los establecimientos gobernantes más corruptos del planeta, el país enfrenta ahora sus sedientos demonios posteriores a 1920, dice Kechichian.
En palabras de Salim Badaoui, un periodista libanés educado en Francia, el Pacto Nacional de 1943 está muerto al igual que los Acuerdos de Taif de 1989 que sellaron la guerra civil libanesa de 15 años y se convino en un reparto más equitativo de los cargos oficiales que perdieron hoy su viabilidad.
El Líbano desaparecería, vaticinó Badaoui en su obra “Une identit é en p éril” (Una identidad en peligro).
Y mientras, la mayoría de los libaneses deseaba que verdaderos tecnócratas se encargaran del Gobierno, un reclamo expresado durante las protestas iniciadas en octubre de 2019.
Pero se ignoran esas convocatorias, pues los empoderados no están dispuestos a renunciar a sus lucrativas actividades.
Un gobierno dimitió y fue reemplazado por otro, con los mismos líderes políticos en manipulación del proceso. En realidad, nada cambió.
Después de las elecciones parlamentarias de 2018, en las cuales se aplicó una ley que permitió a casi todos los partidos políticos participar mediante la representación proporcional, cambió la arquitectura política del país con nuevas alianzas que cruzaron las líneas tradicionales y cerraron el paso a candidatos de la sociedad civil para obtener más escaños de los 128 posibles del Parlamento.
El Líbano se tambalea al borde del colapso, y cristianos, drusos y sunitas, junto con algunos chiitas, están decididos a preservar sus libertades y algunos se dice que comenzaron a hablar de federalismo y partición, refiere Kechichian.
Esa opción, sugiere, ayudaría a evitar errores repetidos que definieron en gran medida a El Líbano del siglo pasado.
Estaba muy claro que, si bien en el país de los cedros se comparten atributos comunes, no hay acuerdo sobre las libertades políticas y sociales básicas, que solo pueden preservarse mediante un nuevo pacto político.
Y ese pacto, estima el articulista de Foreign Policy, solo tendría sentido si favorece la aspiración de quienes crearon la entidad geográfica actual para empoderar a sus habitantes con las libertades que estaban ausentes en otras partes de la región.
Lamentablemente, el experimento de 1920 fracasó, y la verdadera pregunta a la que se enfrentan los libaneses en 2020 es si el país debería volver a la configuración anterior a 1920.