Difícil para Joe Biden anular política exterior fallida de Trump
La política exterior estadounidense representaba una comprensión compartida y estable del interés nacional, pero ahora hay una polarización con actitudes irreconciliables, comenta National Interest.
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Difícil para Joe Biden anular política exterior fallida de Trump
Cada una de ellas trata al mundo como un escenario para la promulgación de leyes, diferencias partidistas como una pierna pateando a la otra, agrega.
Desde 2008, los estadounidenses adoptan modificaciones periódicas de la sociedad y después de Barack Obama y Donald Trump, dos variedades de esperanza y cambio, casi todos están nerviosos.
En el nivel nacional, el próximo gobierno de Joe Biden-Kamala Harris debería reconocer que su elección deriva especie de descanso para un enfriamiento nacional.
¿Seguirá ese rumbo y buscará incorporar los éxitos del interregno de Trump? Por supuesto que no: el propósito del gobierno partidista es borrar las huellas del régimen anterior y evitar su resurgimiento en las próximas elecciones.
¿Alentarán los rivales de Estados Unidos esa pausa y la continuidad en la política exterior que podría sobrevenir? De ninguna manera. Están ganando.
La discontinuidad bipolar entre las políticas exteriores de Obama y Trump no es extraña. Es la nueva normalidad, aunque con Biden volverá, en la medida de lo posible, la era de Obama.
Sin embargo, es más probable que las elecciones de 2024 terminen con una ganancia de la presidencia republicana que retrocederá a las políticas de la era Trump.
Esa oscilación persistirá hasta que el consenso, que se derrumbó durante la presidencia de George W. Bush, se restablezca sobre una base realista. Hasta entonces, Estados Unidos seguirá siendo un aliado poco confiable, anticipa National Interest.
No hay garantía alguna de consenso, porque Trump introdujo una alternativa de la década de 1990: llámelo realismo vulgar.
Y tuvo éxito ante profesionales de la política exterior, por lo que el gobierno entrante hará todo lo posible para garantizar que no se repita el accidente de 2016.
Borrar el legado del magnate inmobiliario neoyorkino no promoverá el interés estadounidense, pero será espléndido para las carreras de algunas personas.
Trump fue notablemente agudo para un hombre cuyo conocimiento previo del mundo se limitaba a los campos de golf en Escocia.
Es cierto que la locura de librar guerras por la paz en espacios del mapa que los estadounidenses insisten en llamar “naciones” —a pesar de toda evidencia en contrario— ya era obvia.
Y es cierto que Trump permitió que los generales avanzaran lentamente en la retirada de los restos de Afganistán e Iraq, aunque se necesite habilidad y determinación para evitar hostilidades cuando controlas la máquina de guerra más poderosa de la historia y nadie quiere ser un perdedor.
El mandatario saliente reconoció que "Chimerica"se había convertido en una quimera. No ajeno a cómo una mano lava a la otra, trazó un vínculo explícito entre una política exterior que rechazó tomar en serio las ambiciones chinas, incluso con respeto, y las políticas internas que alentaron subcontratar la producción.
También entendió que todavía se aplicaba el principio de la Guerra Fría para disuadir a Rusia y China de formar una alianza, y a diferencia de Obama, y, Trump sabía que China, no Rusia, es la verdadera amenaza para el poder estadounidense.
Joe Biden afirma ser un converso tardío al sinoescepticismo. Deberíamos creerlo cuando lo veamos. Y no lo vamos a ver.
Trump tuvo la política de Medio Oriente más exitosa de cualquier otro presidente estadounidense. Los denigradores dirán que tuvo suerte y que el momento fue propicio, pero ¿qué es estrategia sin suerte y momento? Deshizo el intento de la administración Obama de establecer un equilibrio de poder nuclear en una doble línea de falla: entre sunitas y chiitas, y entre Israel y un régimen teocrático dedicado a su destrucción. Evitó una guerra de disparos con Irán y presidió no solo la apertura de lazos cálidos entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, sino también el desarrollo de una nueva alineación estratégica que se extiende desde la India hasta el Golfo, el Mediterráneo oriental y el sur de Europa.
Trump obligó a los miembros europeos de la OTAN a prometer que contribuirían a la alianza noratlántica con 2 por ciento del PIB que les correspondía por ley.
¿Biden hará cumplir esa promesa? Probablemente no. ¿Intentará revivir el acuerdo con Irán, volverse contra los aliados regionales de Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita, y bloquear un desarrollo estratégico prometedor en Asia, y fracasará, haciendo que la guerra sea más probable? Es lo más probable, vaticina National Interest.
La era de presumir sobre la extensión infinita del orden liderado por Estados Unidos después de 1945 ya pasó. La entrante administración podría continuar la revisión de la política exterior estadounidense que Mike Pompeo hizo mucho por avanzar. Si el mundo se está dividiendo en esferas estadounidense y china, cada una con sus normas legales, entonces las políticas económicas y estratégicas deben alinearse.
Pero Biden y su equipo muestran todos los signos de atacar el legado de la política exterior de Trump por principio, o la falta de él.
"Estamos de vuelta en el juego", dice Joe Biden, quien, según el portal estadounidense, perderá el equilibrio ante el enfrentamiento a la primera crisis de política exterior. Se apoyará en sus asesores y los torpes profesionales lo empeorarán.
Quizás igualará el éxito de Trump para evitar una guerra inútil o quizás no sea así.