Legado de Donald Trump en disturbios del Capitolio
Donald Trump perdió lo que quedaba de su reputación y legado con lo ocurrido en el Capitolio.
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Legado de Donald Trump en disturbios del Capitolio
El presidente estadounidense, Donald Trump, cosechó un logro importante: no inició guerras ni campañas militares o atacó a otro país, aunque su historial mantuvo una línea decepcionante, porque aumentó tropas en Afganistán e incumplió anunciadas retiradas del Pentágono allí, en Siria o Alemania, indica el sitio Antiwar.com.
También ayudó con entusiasmo a Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos en su aventura contra Yemen, cortejó un conflicto con Irán y desde el principio casi llega a los golpes con Corea del Norte.
Su plan consistió en matar de hambre a iraníes, norcoreanos, sirios, cubanos y venezolanos, sin lograr nada más que aumentar dificultades a presuntos pueblos oprimidos.
El último de sus cuatro años de mandato lo pasó impulsando una nueva guerra fría con China.
Sin embargo, lo que más desconcertó a los miembros republicanos del bipartidista Partido de la Guerra de Washington fue la resistencia de Trump a su constante e interminable demanda de guerra, siempre más guerra.
El primer presidente norteamericano en décadas que no iniciara otra guerra, pudo reformar la política exterior estadounidense si hubiera tomado el control de la política exterior y el Ejército hubiera salido de Afganistán, Iraq, Siria y tal vez de Europa. Podría haber habido paz con Corea del Norte.
Y aunque perdió ante Joe Biden, este último no podría haber vuelto a entrar fácilmente en esas guerras y reasignar esas tropas. La política exterior estadounidense habría cambiado drásticamente y quizás de manera irrevocable.
Sin embargo, Trump desperdició esa oportunidad. Le importaba poco la esencia de la política. Tenía la capacidad de atención de un mosquito. Nombró a miembros fundadores del Partido de la Guerra para gestionar su política exterior como John Bolton, Elliot Abrams, Mike Pompeo, Jim Jeffrey, HR McMaster y muchos más.
Son personas atraídas por los conflictos como las polillas se sienten atraídas por la luz. Hicieron todo lo que pudieron para mantener a Estados Unidos en todas las guerras que se desataron cuando el presidente asumió el cargo.
Tan decidido a evitar que los estadounidenses disfruten de la paz, Jeffrey incluso traicionó su confianza, cuando admitió su engaño al presidente y al país sobre el despliegue de fuerzas estadounidenses en Siria.
Sin embargo, el presidente desafió al Blob, como Ben Rhodes llamó al establecimiento de la política exterior de Washington.
Toda propuesta sensata de desvinculación provocó histeria en Washington y hombres y mujeres refinados de gran estatura y reputación en los think tanks, oficinas editoriales y delegaciones del Congreso, estaban sujetos a paroxismos de llanto y crujir de dientes.
Era como si el Fin de los Tiempos, profetizado durante tanto tiempo, finalmente hubiera llegado.
Aunque el Blob siempre se levantó como uno para insistir en que nada podría cambiar, que cada alianza, garantía, tratado, base, instalación, depósito, despliegue, guarnición, prueba, ejercicio y maniobra era, por supuesto, más importante que nunca, la torre de marfil de los guerreros y los samuráis del sofá al menos se sintieron obligados a defender su posición.
Y en el ínterin sucede la toma del Capitolio por la mafia impulsada por Trump. Cinco estadounidenses murieron, cuatro de ellos manifestantes. Estos últimos eran gente decente, tristemente engañados y provocados por el presidente en quien confiaban.
También murió un oficial de policía llamado Brian Sicknick que había servido en Irak. Como Trump, fue un crítico de la guerra del presidente George W. Bush.
Sicknick fue asesinado en defensa del símbolo más famoso de la democracia en Estados Unidos por golpes en la cabeza con un extintor de incendios.
¿Qué posible justificación había para semejante crimen?
La ira contra el Congreso es una eternidad en Estados Unidos y los legisladores merecen gran parte de la culpa que se les atribuye. Sin embargo, una vez que los partidos perdedores recurren a la violencia, la democracia se quiebra.
El presidente pasó dos meses con historias falsas de trampas electorales masivas que involucraban una conspiración que aparentemente llega a su propio fiscal general y a los nombrados para la Corte Suprema de los Estados Unidos.
Luego presionó medios inconstitucionales e ilegales para revocar el voto.
Peor aún, convocó una manifestación para el día en que el Congreso debía contar los votos electorales y animó a la multitud a ir al Capitolio. Es casi seguro que no tenía un plan coherente (durante cuatro años como presidente nunca lo tuvo, y llamar a la ocupación del Capitolio una insurrección o un golpe de estado le da demasiado crédito a una turba desorganizada y creciente), pero no podía estar ciego en cuanto a lo que podía suceder.
Y manchará para siempre su presidencia, incluso si sus últimos días transcurren sin incidentes.
Ese episodio socavó su logro más importante (no ir a la guerra) y al citar su historial lo del Capitolio será lo primero por su responsabilidad en aquellas acciones vergonzosas.
Donald Trump perdió lo que quedaba de su reputación y legado con lo ocurrido en el Capitolio y merece castigo por las consecuencias de lo sucedido.