Realidad de las intervenciones “humanitarias” de EE.UU.
Una encuesta de 2018 confirmó que el público aún se manifiesta en contra de las acciones militares con más de dos tercios de los consultados favorables a limitar esas operaciones en el extranjero, incluido 78 por ciento de los votantes demócratas.
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Realidad de las intervenciones “humanitarias” de EE.UU.
La aversión a las intervenciones militares ha sido una de las posturas clave de la izquierda a lo largo de los últimos 50 años; ciertamente desde las enormes protestas contra la guerra de Vietnam, destaca el sitio digital Fair.
En Washington lamentaron el llamado “síndrome de Vietnam”, un rechazo total a las “invasiones, bombardeos, golpes de estado o guerra económica” de Estados Unidos en todo el mundo.
Una encuesta de 2018 confirmó que el público aún se manifiesta en contra de las acciones militares con más de dos tercios de los consultados favorables a limitar esas operaciones en el extranjero, incluido 78 por ciento de los votantes demócratas.
El historial de apoyo del presidente Joe Biden, sin embargo, rechaza esa opinión progresista.
Como presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, Biden influyó en la decisión de invadir Iraq en 2003.
También fue vicepresidente cuando Estados Unidos bombardeó a siete países a la misma vez y a su final de mandato en 2016, y era una voz fuerte dentro del Ejecutivo en pro de las intervenciones (Foreign Policy , 25/2/11).
Peor aún, muchas de las elecciones para el gabinete de Biden alarmaron a activistas pacifistas y defensores de los derechos humanos.
Su directora de inteligencia nacional, Avril Haines, desempeñó un papel decisivo en el encubrimiento del programa de tortura de Estados Unidos, mientras que seleccionó como jefa de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo (USAID) a Samantha Power, quien apoyó las guerras en Iraq y Libia, con el pretexto de motivos humanitarios.
En días recientes, el presidente norteamericano ordenó un ataque aéreo contra Siria, con saldo de 22 muertos, en respuesta a un bombardeo dirigido a una base estadounidense en Erbil, Iraq, que mató a un contratista estadounidense.
El editor de seguridad internacional de CNN, Nick Paton Walsh, aplaudió esa medida, al alegar que Biden envió un mensaje a Irán con lo más "mínimamente letal" posible.
Para CNN, Biden había "usado un bisturí en lugar de un mazo".
Mientras, el columnista de Bloomberg Bobby Ghosh (26/2/21) estaba de igual encantado y que esa acción seguro que sacaría a Irán de su sensación de impunidad.
Si la historia sirve de juez, otras operaciones de igual tipo también contarán con la aprobación de los medios corporativos que buscan formas creativas de presentarlas mediante el uso de un lenguaje progresista y justificar la agenda hostil global de Washington, refiere Fair.
Los medios de comunicación son expertos en utilizar la empatía y la compasión por medio de imágenes e historias de sufrimiento y sugerir que el poder militar estadounidense puede utilizarse para aliviar.
La intervención se vende a la izquierda con apuntes de piedad.
Pero cuando, como en los ejemplos a continuación, las acciones de Estados Unidos empeoran la situación de los pueblos afectados, la prensa corporativa lo ignora o disimula esos males o al menos no las presenta como una consecuencia directa de la intromisión de Estados Unidos.
En el período previo a la intervención de la OTAN en Libia en 2011, los medios de comunicación se esforzaron por vender el concepto de una supuesta "intervención humanitaria".
“¿Por qué Obama debería bombardear Libia ahora?, decía el titular de Public Radio International
(8/3/11).
Estados Unidos debe actuar de inmediato para "llevar ante la justicia a ese brutal cleptócrata" (Muammar Gadhafi) que estaba atacando a su propia gente, argumentaba.
Sin la acción de la OTAN, insistía, "pronto podría desarrollarse un desastre humanitario", y no intervenir constituiría una "victoria para los dictadores de todo el mundo".
El New York Times (18/3/11) informó que tres mujeres cercanas a Obama, Hillary Clinton, Susan Rice y Samantha Power, se estaban uniendo para "detener una inminente catástrofe humanitaria en Libia".
Los abogados de derechos humanos pro-intervención como Geoffrey Robertson se volvieron líricos sobre cómo los aviones de combate y los misiles de crucero de Occidente traerían paz y prosperidad a Libia (London Independent, 5/3/11, 23/10/11).
“El mundo civilizado tiene el derecho y el deber de intervenir. El fracaso puede significar el asesinato en masa de inocentes”, insistió (Sydney Morning Herald,
7/3/11).
En un artículo titulado "Libia: el caso de la intervención de Estados Unidos", Time (7 de marzo de 2011) insistió en que cualquier acción no se centraría en derrocar a Gadhafi, sino simplemente en establecer una "zona de exclusión aérea" para evitar que matara más civiles.
Mientras tanto, la revista Atlantic (10/3/11) publicó una lista de “16 formas en que los Estados Unidos pueden ayudar a Libia”, que incluía una serie de opciones militares.
No hacer nada, admitió en la oración final después de 1.700 palabras de propaganda de cambio de régimen, era "también una opción".
Pero, dijo a los lectores, esa podría ser "la opción más arriesgada de todas".
Por supuesto, la "zona de exclusión aérea", vendida como un intento de detener los aviones libios que bombardean su propio país, se convirtió rápidamente en un ataque militar completo, con el poder aéreo de la OTAN que condujeron a Gadafi a manos de las milicias que lo mataron brutalmente.
“Vinimos, lo vimos, murió”, se rió la secretaria de Estado Hillary Clinton a un reportero de CBS
(20/10/11) cuando escuchó la noticia.
La intervención de la OTAN dejó gran parte del país destruido y en manos del terrorista Estado Islámico y repleto de mercados de esclavos.
Sin embargo, al informar sobre ese hecho, la prensa corporativa tuvo cuidado de borrar el papel de la OTAN en todo esto (FAIR.org, 28/11/17), ayudó así a asegurarse de que el síndrome de Vietnam no se convirtiera en metástasis con el síndrome de Libia.
Siete años después de la destrucción del gobierno libio y dejara el país en manos de señores de la guerra, el New York Times (3/5/18) ofreció un recorrido multimedia por una Bengasi en ruinas, aparentemente respondiendo a la pregunta: "¿Cómo llegó la ciudad a esto?”, pero nunca mencionó el asalto de la OTAN.
Sin embargo, a puerta cerrada, la multitud de la "intervención humanitaria" defendida en los medios fue mucho más franca sobre sus motivos, al sonar tan grosera y sanguinaria como Donald Trump.
Los correos electrónicos filtrados muestran que Neera Tanden, la presidenta del liberal Center for American Progress, exigía que Estados Unidos bombardeara Libia y nos devolviera el placer: “Tenemos un déficit gigante. Tienen mucho petróleo. Que los países ricos en petróleo nos paguen parcialmente no me parece una locura”, escribió (Intercept, 5/11/15).
Tanden fue la elección de Biden para dirigir la Oficina de Administración y Presupuesto (FAIR.org,
2/24/21), una nominación ahora retirada debido a su historial de tuitear sin medida.
El comité editorial de The Guardian (3/9/15) denunció la inacción occidental en Siria, mientras exigía que “se debe hacer mucho más” para ayudar a los refugiados en Medio Oriente.
“La compasión es necesaria, y hay que tomar decisiones difíciles sobre el lugar de Europa en el mundo”, argumentó, antes de dar a entender claramente qué tipo de solución quería ver.
"La negativa a intervenir contra Bashar al-Assad le dio permiso al presidente sirio para continuar asesinando a su pueblo", escribió, y sugirió que "ataques aéreos limitados" serían inadecuados.
El mismo día, el Washington Post (3/9/15) fue más allá.
En una columna titulada "Los horribles resultados del fracaso de Obama en Siria", el columnista Michael Gerson lamentó que "acciones relativamente pequeñas podrían haber reducido el ritmo de víctimas civiles en Siria".
“¿Qué tan difícil hubiera sido”, preguntó, ordenar una intervención militar más o algunos ataques aéreos? Eso habría inclinado la balanza hacia lo que llamó "fuerzas más responsables". Si estas "fuerzas responsables" eran las mismas que los "rebeldes moderados", su periódico admitió más tarde que estaban "entremezclados" con Al Qaeda/Al Nusra (Washington Post, 19/2/16).
En cambio, concluyó Gerson, todo lo que obtuvimos fueron cuatro años de una "pantomima de indignación";
un "sustituto repugnante de la acción útil".
En realidad, Obama estaba interviniendo fuertemente en Siria.
El propio Post (12/6/15) anotó que la CIA estaba gastando mil millones de dólares por año (1/5 de su presupuesto total) en entrenar, armar y desplegar a 10,000 de esos "rebeldes moderados".
El Pentágono también había gastado alrededor de 500 millones de dólares en una empresa similar. También se estimaba que 1.000 soldados estadounidenses ocupaban Siria (FAIR.org, 5/9/15, 7/4/17).
Sin embargo, la línea de "Obama no hizo nada" y continuó en la era de Trump.
Y cuando este adoptó una postura más belicosa contra Siria, al autorizar ataques aéreos en 2017, los medios corporativos pasaron de la resistencia a la asistencia.
Un estudio de FAIR (4/11/17) encontró que 39 de los 100 principales periódicos estadounidenses publicaron editoriales elogiando la decisión, y solo uno (Houston Chronicle, 4/7/17) ofreció un retroceso limitado por motivos técnicos.
Mientras tanto, Brian Williams, presentador de la red supuestamente adversaria MSNBC (6/4/17) , parecía alcanzar un nivel más alto de éxtasis al ver a Trump cometer un importante crimen de guerra internacional:
“Vemos estas hermosas imágenes de noche desde las cubiertas de estos dos buques de la Armada de Estados Unidos en el Mediterráneo oriental. Me siento tentado a citar al gran Leonard Cohen: ‘Me guía la belleza de nuestras armas. Y son bellas imágenes de temibles armamentos’.
Los medios de comunicación también promoverán la intervención militar de estados extranjeros, si el gobierno de Estados Unidos lo aprueba.
Un ejemplo de ello fue la invasión francesa de Mali en 2013. “Francia viene al rescate de Mali”, tronó un editorial del Washington Post (11/1/13).
"Durante meses, ha sido evidente para muchos observadores mundiales que sería necesaria una intervención militar", comenzó, insistiendo en que el país "debe ser rescatado de convertirse en un estado fallido y un refugio para los radicales islámicos", pero eludió que Mali estaba siendo invadida por fuerzas yihadistas precisamente debido a las ya discutidas acciones francesas y estadounidenses en la cercana Libia.
Un segmento de NPR (2/4/13) también dio a entender que las acciones de Francia eran irreprochables.
Newsweek (18/1/13) aplaudió la medida, con un artículo de Bernard-Henri Lévy, en el cual reafirmaba que “reafirma el papel prominente de Francia en las líneas del frente de la lucha por la democracia”.
Para complicar el panorama, estaba el molesto hecho de que Francia en realidad apoyaba una dictadura militar que había derrocado un gobierno elegido democráticamente menos de un año antes. Ese enigma no se mencionaba.
Venezuela ha sido objeto de más de dos décadas de operaciones de cambio de régimen de Estados Unidos, todos se reunieron con la aprobación casi unánime de los medios corporativos
(FAIR.org, 01/11/05, 05/16/18, 04/30/19), pero el principal las porrista, el Washington Post, en cuyas páginas aparecen un flujo constante de editoriales a favor del cambio de régimen, ejemplos en (14/4/02, 2/6/16, 30/6/17, 7/12/20) e ignoran el efecto devastador de las sanciones estadounidenses.
Un ejemplo típico de esto fue un editorial de 2017 (Washington Post, 27/7/17 ) que afirmaba que "la otrora próspera nación productora de petróleo ha caído en el caos político y la crisis humanitaria en los últimos años".
El culpable, para el Post, el “régimen de Maduro”, es decir, el gobierno del presidente Nicolás Maduro, el que “tiene la culpa exclusiva” de las “condiciones económicas catastróficas”.
Estados Unidos, dijo a los lectores, había sido "consistentemente inadecuado, demasiado poco y demasiado tarde", aunque elogió a Trump por sancionar más al país e insistió en que solo estaba apuntando a "altos funcionarios venezolanos involucrados en el tráfico de drogas y la represión de la democracia".
En realidad, las sanciones de Trump estaban dirigidas a las "clases pobres y más vulnerables", según Naciones Unidas.
Un estudio (25/4/19) del Center for Economic Policy Research (CEPR) con sede en Washington estimó posteriormente que las nuevas sanciones por las que el Post había aplaudido eran responsables de la muerte de más de 40.000 venezolanos desde agosto de 2017 a finales de 2018.
El informe podrían utilizarlo los medios liberales para golpear a Trump, pero las organizaciones que informaron sobre los hallazgos de CEPR fueron pocas y distantes entre sí, y en su mayoría se limitaron a pequeñas fuentes extranjeras (FAIR.org, 26/6/19).
El impacto humanitario de las sanciones estadounidenses también ha sido ocultado por los medios de comunicación en lo que respecta al Líbano (FAIR.org, 26/8/20) e Irán (FAIR.org, 8/4/20), lo que permite que la prensa corporativa presente a esos países con luchas como resultado puramente de sus gobiernos, lo que alimenta aún más los pedidos de que se haga algo, ese “algo” mucho más probable que sea una mayor intervención que el fin de la guerra económica.
En esencia, las sanciones crearon las condiciones económicas necesarias para que los medios corporativos exigieran una intervención por motivos humanitarios.
Las bombas, los misiles, los intentos de golpe y las sanciones no ayudan a que los países extranjeros prosperen, por el contrario, suelen ser los catalizadores del empeoramiento de situaciones políticas, sociales o humanitarias.
Esas condiciones, a su vez, se utilizan posteriormente como más justificación para aumentar las sanciones o los bombardeos. Es un sistema hermoso: cuando la cura causa la enfermedad, nunca se quedará sin demanda de su medicamento.
Quizás el ejemplo más flagrante de ignorar el efecto de las acciones de Estados Unidos es Yemen, el país que Naciones Unidas ha llamado, desde hace algunos años, la "peor crisis humanitaria del mundo".
Unos 24 millones de personas (80% de la población) necesita asistencia, ya que el cólera y otras enfermedades se multiplican.
Si la intervención humanitaria es necesaria en algún lugar, es aquí.
Estados Unidos ya está interviniendo, para empeorar las cosas con armar, entrenar y ayudar la embestida de la coalición liderada por Arabia Saudita, en gran parte dirigida a la población civil.
Los sauditas atacaron la infraestructura civil desde que comenzó el conflicto en 2015 y bombardeado instalaciones médicas o de agua una vez cada diez días, en promedio.
Estados Unidos ha defendido a su aliado en la ONU e incluso ha presionado a los estados miembros para que reduzcan sus donaciones al esfuerzo de ayuda.
Como resultado, la ayuda a Yemen se redujo a la mitad a solo 25 centavos por persona por día en 2020.
Sin embargo, los medios con audiencias comparativamente progresistas no lo informaron y mucho menos pedir una intervención humanitaria.
De hecho, MSNBC pasó más de un año sin mencionar la participación de Estados Unidos en la guerra en curso más sangrienta del mundo.
A modo de comparación, durante el mismo período, publicó 455 segmentos sobre las conexiones de Trump con la estrella porno Stormy Daniels (FAIR.org , 23/7/18).
Los periodistas yemenitas se quejan que Occidente ve a Iraq y Siria con más "interés noticioso" que el conflicto que se desarrolla más al sur, lo que dificulta la búsqueda de editores para su trabajo.
Una búsqueda de "Siria" en los sitios web del New York Times, CNN o Fox News obtendrá de 3 a 4 veces más resultados que uno para "Yemen" durante el mismo período de tiempo.
Biden anunció la retirada del apoyo a la ofensiva saudita, una señal de lo que calificó con modestia como el "liderazgo moral" de Estados Unidos en el mundo.
Sin embargo, como señaló la académica nacida en Yemen Shireen Al-Adeimi (In These Times, 2/4/21) Biden solo se comprometió a detener el apoyo a las "operaciones ofensivas", mientras que duplicaba el derecho de Arabia Saudita a "defenderse" de la agresión hutí.
Eso parece ser solo un reposicionamiento de la postura de Obama en Yemen. Además, ayudar a Arabia Saudita a "defenderse" podría apoyar de facto la ofensiva, ya que liberaría más unidades sauditas para tareas ofensivas.
El objetivo del lenguaje de la intervención humanitaria es tratar de fabricar el consentimiento para el cambio de régimen, la guerra o las sanciones a países extranjeros entre audiencias progresistas que normalmente serían escépticas de tales prácticas.
Esto se hace a través de la indignación selectiva, el engaño desnudo y el uso de un nuevo lenguaje de intervención humanitaria, tirando de las fibras del corazón de los lectores para que apoyen acciones fundamentalmente antiliberales.
Una vez que ya no es políticamente conveniente, se abandona el interés por los derechos de los demás y la prensa dirige su atención a la siguiente historia y deja a los supervivientes para que retomen los pedazos de sus vidas.