Pros y contras de la desconexión de EEUU en Medio Oriente
La desconexión de Estados Unidos, ya sea real o percibida, está extendiendo la ansiedad, con la sensación de un vacío de poder entrante que debe llenarse.
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Pros y contras de la desconexión de EEUU en Medio Oriente
Medio Oriente siempre blasonó con orgullo sobre su propia cultura y sobre todo, de resistirse a la llamada modernidad occidental, pero durante las últimas dos décadas, leer sus hojas de té o adivinar sus tendencias se ha vuelto cada vez más difícil, comenta Middle East Eye.
Los últimos 20 años han sido catastróficos y los que vendrán podrían ser aún más preocupantes, porque se avecina un vacío de poder ante múltiples señales de una desconexión política y militar de Estados Unidos de la región.
Con la excepción de "Israel", no es seguro que los demás socios locales de Washington puedan adaptarse al nuevo entorno estratégico.
En el verano de 2000, el gobierno del presidente Bill Clinton creyó por un momento que el círculo del histórico conflicto palestino-israelí podía cuadrarse, solo para descubrir, pocos meses después, que esto no estaba en las cartas.
El llamado proceso de paz liderado por Estados Unidos se ha convertido esencialmente en una estrategia internacional de relaciones públicas para gestionar el conflicto.
En ese momento, los estadounidenses e israelíes concluyeron que, por efectivas que fueran sus estrategias de marketing, no se podía vender un bantustán a los palestinos como el estado que habían reclamado y buscado durante décadas para cumplir su incuestionable derecho a la autodeterminación.
Desde entonces, el llamado proceso de paz preconizado por Washington se convirtió en una estrategia internacional de relaciones públicas para manejar el conflicto. Ha dado aliento y tiempo a una progresiva anexión israelí de territorios ocupados a Palestina.
En el mandato de Donald Trump, de manera más honesta o menos hipócrita, si lo prefiere, trató de resolver el problema poniéndose abiertamente del lado de "Israel", con el objetivo de imponer una "solución bantustan" con un nombre diferente: los Acuerdos de Abraham.
Para tener éxito, la fórmula requirió la adhesión formal de ciertos países árabes, entre otros de Arabia Saudita y de Emiratos Árabes Unidos y pese a que algunos estados árabes (Marruecos, Sudán y Bahréin) establecieron relaciones diplomáticas con "Israel", la ausencia de Riad dejó un aura de incertidumbre en torno al ambicioso proyecto.
El reciente conflicto en las calles de Jerusalén, dentro de las comunidades palestinas, y en la franja de Gaza, enterró la viabilidad de tal "solución" y mostró que la causa palestina sigue viva y coleando.
"Israel" se encuentra ahora en la situación paradójica de ser la potencia militar y tecnológica regional más fuerte ante un marco político polarizado y un frente interno con algún desmoronamiento.
Para finalmente sacar del poder a Benjamin Netanyahu, los políticos israelíes improvisaron la coalición más heterogénea en la historia del país.
El primer ministro más extremista de todos los tiempos, Naftali Bennett, tuvo que depender del apoyo de un partido árabe con raíces islamistas para ganar el poder por poco.
Mientras, los palestinos están atrapados entre un liderazgo oficial de la Autoridad Palestina cada vez más ineficaz en Ramala y otro en la franja de Gaza, Hamas, que gana popularidad.
Después del 11 de septiembre, el principal motor político occidental de la región cambió. La "guerra contra el terrorismo" liderada por Estados Unidos tenía como objetivo imponer, de una vez por todas, una Pax Americana en la región, con centro en Líbano, Siria, Iraq, Irán y Yemen.
Dos décadas después, esta estrategia se está desmoronando. Estados Unidos se está retirando de Afganistán sin lograr nada significativo, y después de gastar billones en Iraq, el parlamento de Bagdad le ha pedido a Estados Unidos que se vaya. Un pequeño enclave en el este de Siria permanece bajo el control de Estados Unidos, pero todas las partes "útiles" del país están nuevamente bajo el control del presidente Bashar al-Assad.
La desconexión de Estados Unidos, ya sea real o percibida, está extendiendo la ansiedad, con la sensación de un vacío de poder entrante que debe llenarse.
Hasta ahora, la única entidad suficientemente organizada y decidida a hacerlo parece ser el "eje de resistencia": Irán y sus aliados regionales, incluidos Siria, Hizbulah de Líbano, los hutíes de Yemen y las Unidades de Movilización Popular en Iraq.
Desde su revolución en 1979, Irán ha sido el principal oponente de la modernidad occidental y, en particular, de una Pax Americana en la región.
El programa pacífico nuclear iraní y su influencia regional son fuente constante de preocupación para Washington y sus aliados regionales, tanto árabes como israelíes.
Una tregua temporal y parcial, el acuerdo nuclear de 2015, fue rápidamente eliminada de la ecuación estratégica en 2018.
Una fuerte campaña de sanciones, la estrategia de "máxima presión" del gobierno de Trump, no logró objetivo alguno, pues Teherán sigue ahí.
Mientras la Casa Blanca de Biden ahora intenta regresar al acuerdo nuclear, con la esperanza de mejorar algunas de sus cláusulas, Irán, con la reciente elección de Ebrahim Raisi como presidente del país, está firmemente bajo el control de los conservadores.
Si bien Estados Unidos parece comprometido en desafiar tanto a China como a Rusia, Europa, como de costumbre, está desgarrada por el dilema sobre cómo posicionarse.
Medio Oriente puede descender aún más hacia el caos, con la pandemia de la Covid-19, la migración y las presiones ambientales que son solo algunos de los desafíos que se avecinan.