Estados Unidos y las amenazas republicanas a su “democracia”
Recientemente, el sitio www.foreignaffairs.com, de la publicación homónima, hizo una valoración que debería alarmar a los ciudadanos de a pie y predijo una “era de inestabilidad en Estados Unidos”.
En los últimos años se habló de amenazas a lo que los estadounidenses llaman “democracia”, una definición que tiene como cara un proceso amañado donde un colegio electoral elige al candidato del partido, no necesariamente el más votado, como presidente y que, presuntamente, dirigirá los destinos del país aunque muchos expertos y politólogos siembran la duda al afirmar que existe un gobierno en la sombra que es el que manda.
Recientemente, el sitio www.foreignaffairs.com, de la publicación homónima, hizo una valoración que debería alarmar a los ciudadanos de a pie y predijo una “era de inestabilidad en Estados Unidos”.
“Por qué las crisis constitucionales y la violencia política podrían ser pronto la norma”, es el sugerente título de un análisis suscrito por Steven Levitsky y Lucan Way, y que aborda en profundidad los peligros existentes para la llamada democracia estadounidense.
Luego de un año del presiente Joe Biden en el poder, los peligros están ahí, latentes, y la violenta insurrección que incitó (Donald Trump) el 6 de enero de 2021 y que sacudió el “sistema democrático” de Estados Unidos hasta el fondo sigue causando problemas.
Aunque las instituciones democráticas estadounidenses sobrevivieron a la presidencia de Trump, quedaron muy debilitadas. El Partido Republicano, además, se ha radicalizado en una fuerza extremista y antidemocrática que pone en peligro el orden constitucional estadounidense, sostuvieron los analistas de Foreign Affairs.
Los estadounidenses se dirigen hacia algo más que un sistema autocrático un período de inestabilidad prolongada del régimen, marcado por repetidas crisis constitucionales, un aumento de la violencia política y, posiblemente, períodos de gobierno autoritario, precisan los expertos, sin abordar las posibilidades que en el país se produzca una guerra civil, y aunque la constitución lo prohíbe, pudiera darse un proceso de desmembramiento y surgir estados independientes como California, que por sí solo sería la quinta economía del mundo.
En 2017, Foreign Affairs advirtió que Trump suponía una amenaza para las instituciones democráticas de Estados Unidos y muchos escépticos consideraron que esa preocupación por el destino de la democracia estadounidense era alarmista.
Sin embargo, plantearon, Trump demostró ser tan autocrático como se anunciaba y trabajó para corromper organismos estatales clave y subvertirlos con fines personales, partidistas e incluso antidemocráticos. Los funcionarios públicos responsables de la aplicación de la ley, la inteligencia, la política exterior, la defensa nacional, la seguridad nacional, la administración electoral e incluso la salud pública fueron presionados para desplegar la maquinaria del gobierno contra los rivales del presidente, subrayaron en su valoración.
Trump hizo algo más que politizar las instituciones del Estado.
También intentó robar unas elecciones, indicaron. El único presidente en la historia de Estados Unidos que se niega a aceptar la derrota, Trump pasó a finales de 2020 y principios de 2021 presionando a funcionarios del Departamento de Justicia, gobernadores, legisladores estatales, funcionarios electorales estatales y locales y, finalmente, al vicepresidente Mike Pence, para anular ilegalmente los resultados de las elecciones. Cuando estos esfuerzos fracasaron, incitó a una turba de sus partidarios a marchar hacia el Capitolio de Estados Unidos y tratar de impedir que el Congreso certificara la victoria de Biden. Esta campaña de dos meses para mantenerse ilegalmente en el poder merece ser llamada por su nombre: un intento de golpe de estado, explicaron Levitsky y Way en su valoración.
Los abusos de Trump superaron a los de Richard Nixon en órdenes de magnitud. Pero solo diez de los 211 republicanos de la Cámara votaron a favor de su destitución tras el golpe fallido, y sólo siete de los 50 republicanos del Senado votaron para condenarlo.
Pese a eso, apuntaron los articulistas, a democracia estadounidense sobrevivió a Trump, pero por poco.
Aunque la democracia estadounidense sobrevivió a la presidencia de Trump, quedó gravemente herida. A la luz del atroz abuso de poder de Trump, su intento de robar las elecciones de 2020 y bloquear una transición pacífica, y los continuos esfuerzos a nivel estatal para restringir el acceso a las urnas, los índices globales de democracia han degradado sustancialmente a Estados Unidos desde 2016.
Hoy, subrayaron los analistas, la puntuación de Estados Unidos en el Índice de Libertad Global de Freedom House está a la par con Panamá y Rumania, y por debajo de Argentina, Lituania y Mongolia.
La derrota de Trump en las elecciones de 2020 no puso fin a la amenaza para la “democracia” estadounidense.
El Partido Republicano ha evolucionado hasta convertirse en un partido extremista y antidemocrático, alejado incluso de los patrones que miden a los partidos tradicionales de centro-derecha de Europa y Canadá. Durante el gobierno del demócrata Barack Obama los republicanos impulsaron una oleada de medidas a nivel estatal destinadas a restringir el acceso a las urnas y, lo que es más extraordinario, se negaron a permitir que Obama cubriera la vacante en el Tribunal Supremo creada por la muerte del juez asociado Antonin Scalia en 2016. Hoy se oponen a aprobar las leyes del derecho al voto y confirman parte de sus planes para robar elecciones.
La radicalización republicana se aceleró con Trump, hasta el punto de que el partido abandonó su compromiso con las reglas de juego democráticas. Los partidos comprometidos con la democracia deben, como mínimo, hacer dos cosas: aceptar la derrota y rechazar la violencia, aseguran los expertos.
A partir de noviembre de 2020, el Partido Republicano no hizo ninguna de las dos cosas. La mayoría de los líderes republicanos se negaron a reconocer inequívocamente la victoria de Biden, abrazando abiertamente la "Gran Mentira" de Trump o permitiéndola con su silencio.
Más de dos tercios de los miembros republicanos de la Cámara de Representantes respaldaron una demanda presentada ante el Tribunal Supremo que pretendía anular las elecciones de 2020, y en la noche de la insurrección del 6 de enero, 139 de ellos votaron en contra de la certificación de las elecciones.
Los principales republicanos también se negaron a rechazar inequívocamente la violencia. No solo Trump abrazó a las milicias extremistas e incitó la insurrección del 6 de enero, sino que los republicanos del Congreso bloquearon posteriormente los esfuerzos para crear una comisión independiente que investigara la insurrección algo que salió adelante en la Cámara baja y que tendrá la posibilidad ahora de hurgar en los Archivos Nacionales sobre si Trump incitó y fue partícipe de esa acción.
Aunque Trump catalizó este giro autoritario, el extremismo republicano fue alimentado por una poderosa presión desde abajo. El núcleo de los votantes del partido es blanco y cristiano, y vive en los exurbios, las ciudades pequeñas y las zonas rurales. Los cristianos blancos no solo están en declive como porcentaje del electorado, sino que la creciente diversidad y el progreso hacia la igualdad racial también han socavado su estatus social relativo, apuntaron los expertos.
Según una encuesta de 2018, casi el 60 por ciento de los republicanos dicen "sentirse como un extraño en su propio país." Muchos votantes republicanos creen que el país de su infancia les está siendo arrebatado. Esta percepción de pérdida relativa de estatus ha tenido un efecto radicalizador: una encuesta de 2021 patrocinada por el American Enterprise Institute descubrió que un asombroso 56% de los republicanos estaba de acuerdo en que el "modo de vida tradicional estadounidense está desapareciendo tan rápido que es posible que tengamos que usar la fuerza para detenerlo." ¿Sera eso un anticipo de la guerra civil?
Por otra parte, y gracias a las presiones de Trump, en gran parte del país, los políticos republicanos que rechazaron abiertamente el robo de las elecciones o apoyaron una investigación independiente sobre la insurrección del 6 de enero han puesto en riesgo sus carreras políticas.
Afirmaron los articulistas que el recién transformado Partido Republicano ha lanzado un gran asalto a las instituciones democráticas a nivel estatal, aumentando la probabilidad de unas elecciones robadas en el futuro. En 2024 por leales a Trump que parecen más dispuestos a anular una victoria demócrata. Las legislaturas estatales republicanas de todo el país también han adoptado medidas para restringir el acceso a las urnas y empoderar a los funcionarios estatales para que intervengan en los procesos electorales locales -purgando las listas de votantes locales, permitiendo la intimidación de los votantes por parte de grupos de observadores matones, trasladando o reduciendo el número de colegios electorales, y potencialmente desechando las papeletas o alterando los resultados.
Ahora es posible que las legislaturas republicanas de varios estados en disputa, en virtud de una interpretación poco rigurosa de la Ley de Recuento Electoral de 1887, utilicen reclamaciones de fraude sin fundamento para declarar el fracaso de las elecciones en sus estados y enviar listas alternativas de electores republicanos al Colegio Electoral, contraviniendo así el voto popular. Este tipo de juego duro constitucional podría dar lugar a unas elecciones robadas.
Llama la atención y muestra la existencia de un gobierno tras bambalina que la comunidad empresarial de Estados Unidos, históricamente un sector central de los republicanos, ha hecho poco para resistir el giro autoritario del partido. Aunque la Cámara de Comercio de EE.UU. se comprometió inicialmente a oponerse a los republicanos que negaran la legitimidad de las elecciones de 2020, posteriormente dio marcha atrás. Según The New York Times, la Cámara de Comercio, junto con grandes empresas como Boeing, Pfizer, General Motors, Ford Motor, AT&T y United Parcel Service, financia ahora a los legisladores que votaron para anular las elecciones.
Si Trump o un republicano de ideas afines gana la presidencia en 2024 (con o sin fraude), la nueva administración politizará casi con seguridad la burocracia federal y desplegará la maquinaria del gobierno contra sus rivales.
En su aproximación al tema, la revista estadounidense subrayó que “Más que hacia la autocracia, Estados Unidos parece dirigirse hacia la inestabilidad endémica del régimen”.
Pese a todos los elementos de peligros existentes contra la “democracia” en la nación norteña, incluso si los republicanos consiguen robar las elecciones de 2024, su capacidad para monopolizar el poder durante un período prolongado de tiempo será probablemente limitada. Puede que Estados Unidos ya no sea seguro para la democracia, pero sigue siendo inhóspito para la autocracia, concluyeron Levitsky y Way en su análisis en Foreign Affairs.