Hotel Saratoga: Un recuento 168 horas después de la explosión
En algún punto entre las 10:30 y las 10:51 de la mañana del viernes 6 de mayo, Lázaro estaba buscando el cinto para ponerse un short y salir a la calle. Dos personas vestidas de blanco tenían una entrevista de trabajo.
En algún punto entre las 10:51 y el minuto siguiente las paredes temblaron. Todo se llenó de humo. Una arenilla comenzó a sentirse en los ojos. Se cayó un adorno de encima de un refrigerador. Unas fracciones se quedaron sin resolver en una pizarra. La gente subió, bajó, gritó, corrió… Se fue la luz. Los teléfonos fijos dejaron de funcionar. El hotel Saratoga había explotado a las 10:51 con dos segundos, cuatro días antes de su reapertura, luego de estar cerrado dos años por la pandemia.
La cuenta oficial de la Presidencia de Cuba asegura que “las investigaciones continúan y todo indica que la explosión fue ocasionada por un accidente”. Según informaciones ofrecidas a la prensa por Alexis Acosta Silva, intendente de La Habana Vieja, “se estaba habilitando una bala de gas licuado en el hotel. El cocinero siente el olor a gas, revisa las conexiones y descubre que hubo una fisura en la manguera de abastecimiento. Eso fue lo que provocó la explosión. El hotel estaba cerrado y solo se encontraban dentro trabajadores de servicios”.
A las 10:52 con 23 segundos los dos carros de primeros avisos del Comando 1 de Bomberos estaban llegando, casi a la misma vez, al Saratoga. Hacía solo poco más de un minuto que a dos cuadras de allí, en Zulueta y Corrales, esos mismos bomberos preparaban una actividad por el Día de las Madres.
Creyeron que era una bomba. Fue lo primero que pensaron muchos trabajadores del Tribunal Provincial Popular de La Habana, en Prado y Teniente Rey. La explosión sonó cerrada y no olía a gas. “La gente empezó a llorar y llorar. Había muchos padres vueltos locos, llorando y gritando, porque no encontraban a los niños. Dijeron que saliéramos porque podía haber una segunda explosión. Toda la gente salió corriendo, Prado abajo”, cuenta el presidente del tribunal, Yojanier Sierra Infante.
Toda la sede del tribunal quedó vacía. Los papeles sobre el buró, la taza de café sin tomar. Y en medio de eso, los gritos, el pánico y el llanto, la incertidumbre de no saber qué pasa, de no comprender aún por qué todos corren por las escaleras oscuras hacia la calle y se encuentran en Prado a los niños llenos de polvo, heridos algunos.
“¡Busquen a los niños! ¡Busquen a los niños! Que no quede ninguno en la escuela”, se oyó decir a muchos. “Al frente del hotel hay una escuela primaria, coño”, “saquen a todos los niños de allí”… Los padres llegaron corriendo, con el desespero de no saber dónde estaban sus hijos, hasta que se encontraban y se fundían en un abrazo duro, seco, y rompían en llanto.
Una nube de polvo y humo cubría toda la calle y la gente abandonaba la zona, espantada, intentando ponerse a salvo; otros se acercaron al Saratoga, intentando encontrar personas con vida, heridos quizás, pero vivos. Era la esperanza. La jueza Yuleydis Maceo Ballá, presidenta del tribunal municipal de La Lisa, llegó a la escuela Concepción Arenal y ayudó a evacuar a los pequeños. Los niños son también la esperanza. La esperanza del mundo entero.
“El último en salir de la escuela fue el director que estaba herido. Me preguntó qué tenía en la espalda. Logré subirle el pullover y tenía una herida provocada por una viga o cristal de los que se desprendió. Explotaron puertas y cristales. El director preguntaba todo el tiempo si ya habían salido todos los niños.
“Los padres luego pudieron encontrarlos y nosotros fuimos guiándolos. Muy nerviosos todos. No sabíamos en ese minuto qué había sucedido ni lo que había provocado semejante situación. Algunos padres se desmayaron, otros no aguantaban los gritos”, recuerda la jueza.
A las 10:00 a.m del 6 de mayo la dirección del proyecto Payret estaba reunida, como cada viernes, haciendo el plan de la semana. Casi una hora más tarde se iría la corriente y una explosión estremecería las oficinas de las “facilidades temporales” en la calle Zulueta.
“Pensamos que había sido en nuestra obra, porque tenemos varias grúas y estamos estabilizando una fachada. Incluso pensamos que había explotado un transformador”, nos dijo Geosvanys Hernández López, el director del proyecto.
Salen asustados y ven que la obra está intacta. Pero había una humareda. “En principio, pensé que salía del edificio que está en ruinas frente a la unidad de la PNR situada en calle Dragones. Me dije: ‘se derrumbó el edificio’. Entonces salimos corriendo y en ese instante, alguien dice: ‘la humareda está saliendo del Saratoga’. Hasta que pudimos ver la primera parte del derrumbe, la multitud”.
Hombres con chalecos y cascos blancos y naranjas llegan de inmediato al Saratoga a apoyar en lo que hiciera falta. Ricardo Reyes Díaz, el coordinador general del proyecto, es uno de ellos.
“Los primeros que nos reunimos allí entramos a la escuela. La mayor parte de los niños ya había salido, pero faltaban algunos. Estaban muy asustados y en silencio. Se sentía la bulla de la gente, pero la bulla de los niños no se escuchaba. Eso fue muy impactante. Se veía mucha destrucción en la escuela. Había sangre”, dice este informático de 35 años de edad.
Un cordón policial rodea el lugar. Habían llegado al instante, desde la unidad de la PNR de Dragones y del cercano laboratorio de Criminalística. Otro grupo de obreros levanta piedras inmensas para sacar a personas atrapadas. Había cadáveres y gente pidiendo auxilio entre los escombros y el polvo.
Junto a la PNR, los obreros del Payret tratan de evitar que más gente, con el ánimo de ayudar, se metieran en el lugar y resultaran heridas.
“Había mucha población civil involucrada y eso conmueve, porque uno no espera que en una situación tan difícil la gente tenga esa valentía. Se veía a gente de calle, humilde. Había también médicos. Vi al menos a dos personas con batas blancas, muy abajo de la galería del Saratoga sacando a las primeras personas que pudimos”, cuenta Ricardo.
Desde el proyecto Payret traerían luego varios equipos para comenzar con las labores de movimiento de escombro. Sus grúas fueron las primeras que intentaron mover el camión cisterna, pero se tuvieron que buscar otras de mayor capacidad. Hasta tarde, ayudando en todo lo que se pudiese, estarían ese día los obreros de chalecos y cascos blancos y naranjas.
En algún punto de la tarde noche del viernes 6 de mayo, a la misma hora que estarían haciendo sonar las tablas del Teatro Martí, los bailarines donaron sangre. Los vecinos de la calle intentaron ayudar y esperaron en los bajos del edificio para subir a casa. El dueño de una cafetería cercana les llevó merienda y comida. Un matrimonio viajó de Cojímar al Saratoga con un termo de café para los rescatistas. Los padres recogieron las mochilas de sus hijos de entre los escombros de la escuela. Decenas de familiares esperaban noticias en los alrededores del hotel.
Una semana después del accidente, 46 familias necesitan ese abrazo. En el Saratoga y en el edificio contiguo quedaron intactos espejos, cuadros, unas tazas de café sobre una mesa, las sábanas y algunas camas tendidas, una foto de 15 y un sombrero, como si no hubiese sucedido nada, como si desde las 10:51 de la mañana del viernes 6 de mayo no se hubiese estremecido toda Cuba y la gente sintiera, desde entonces, que el dolor por el siniestro del Saratoga tiene al país en luto.