Cómo la bombilla eléctrica desató una revolución científica
Hace unos 100 años, varios de los más grandes científicos entraron en un mundo extraño y encontraron que en el reino de lo diminuto, las cosas pueden estar en dos lugares al mismo tiempo, que sus destinos los dicta el azar; es una dimensión en la que la realidad desafía al sentido común.
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Cómo la bombilla eléctrica desató una revolución científica
En busca de la luz, los científicos se internaron en un oscuro túnel lleno de sorpresas.
A pesar de las complejidades de la vida diaria, las reglas de nuestro universo parecen reconfortantemente simples.
El agua de un arroyo siempre fluye montaña abajo, la piedra que tiras desde la orilla siempre cae siguiendo una curva predecible.
Pero cuando los científicos se pusieron a fisgonear entre los minúsculos bloques elementales de la materia, toda certitud se esfumó. Encontraron el extraño mundo de la mecánica cuántica.
En lo profundo de todo lo que vemos a nuestro alrededor, encontramos un universo completamente distinto al nuestro.
Parafraseando a uno de los fundadores de la mecánica cuántica, lo que llamamos real está hecho de cosas que no podemos considerar reales.
Hace unos 100 años, varios de los más grandes científicos entraron en un mundo extraño y encontraron que en el reino de lo diminuto, las cosas pueden estar en dos lugares al mismo tiempo, que sus destinos los dicta el azar; es una dimensión en la que la realidad desafía al sentido común.
Se enfrentaron con una posibilidad aterradora: la de que todo lo que pensábamos que sabíamos sobre el mundo podía ser completamente errado.
La historia de nuestro descenso al delirio científico empezó con un objeto muy improbable.
En 1887, el gobierno alemán invirtió millones en un nuevo instituto de investigación técnica en Berlín, el Physikalisch-Technische Reichsanstalt, o PTR.
Luego, en 1900, contrataron a un científico brillante, aunque algo puritano, para que trabajara ahí. Su nombre era Max Planck.
El trabajo del físico teórico sobre mecánica cuántica lo hizo merecedor del Nobel de Física en 1918.
Planck se propuso resolver el aparentemente simple problema del cambio del color del filamento con la temperatura.
Para investigar, Planck y su equipo hicieron un tubo especial que podían calentar a temperaturas muy precisas junto con un dispositivo que medía el color o frecuencia de la luz que producía.
Esa extraordinaria falta de sentido dejó a los científicos de finales del siglo XIX tan perplejos que le dieron un nombre muy dramático.
A finales del siglo XIX, los científicos estaban estudiando las entonces recién descubiertas ondas de radio y la manera en la que se transmitían.
Este nuevo rompecabezas recibió el nombre de efecto fotoeléctrico y junto a la catástrofe ultravioleta se convirtieron en serios problemas para los físicos, pues ninguno podía resolverse con lo más avanzado de la ciencia de la época.