Mi dulce olivo: Poesía de la mujer palestina en combate
Esta es una poesía que enciende el fuego de la memoria y guarda para las futuras generaciones el nombre de cada cosa.
Las balas y las bombas de fósforo israelíes estallan de nuevo en la Franja de Gaza y junto a ellas también explotan los campos de olivo, los sueños, las palabras, los abrazos…
Sin embargo, siendo aún diana de disparos, el pueblo de Palestina afirmó desde hace algunas décadas que nada sellará su boca y su aliento. Y aquí la prueba.
Permítanme hablar en mi lengua árabe
antes de que también ocupen mi lenguaje.
Permítanme hablar en mi lengua materna
antes de que también colonicen su memoria.
Soy una mujer árabe de color
y nosotras venimos en todas las tonalidades
de la ira.
Estos versos integraron la selección de poemas de seis autoras de la nación levantina recién publicada en Venezuela por la editorial Fundarte.
Mi dulce olivo, así se llama esta obra que reunió melodías de Rafeef Ziadah, Fadwa Tuqan, Suheir Hammad, Nathalie Handal, Naomi Shihab Nye y Nidaa Khoury.
Cada uno de sus letras no solo es un “yo digo” y “a mí me pasó”. Estas expresiones encierran algo más sublime: la historia de un pueblo, las huellas de una ocupación, un “yo” traducido en miles. ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo escribieron en realidad? Así, por ejemplo, en el caso de Rafeef Ziadah:
Hoy,
mi cuerpo
fue una masacre televisiva,
que tuvo que adaptarse
a clips de sonido
y limitación de palabras.
O así en el caso de Naomi Shihab Nye:
Álzate,
oh, luchador,
para que el hogar de la araña quede escueto
y la cera roja brote debajo de las puertas de
[las casas,
álzate y recaptura el fuego del profeta
y que un nuevo niño brote de tu cara.
Con estos rasgos como premisa, tomó cuerpo una poesía que enciende el fuego de la memoria y guarda, para las futuras generaciones, el nombre de cada cosa. En palabras de Nidda Khoury:
¡Joven mañana nuestra…! Cuéntale tú al verdugo
cómo son los temblores del parto;
cuéntale cómo nacen las margaritas
del dolor de la tierra,
y cómo se levanta la mañana
del clavel de la sangre en las
heridas.
En Palestina no solo habitan el terror y el dolor. También hay solidaridad, ternura, compasión y alegría. Como dice Nathalie Handal:
No seré engañada.
No prestaré mi nombre ni mi ritmo a su sonido.
Yo bailaré y resistiré y bailaré y persistiré y bailaré.
Este latido de mi corazón suena más alto que
[la muerte.
Su tambor de guerra no sonará más alto que
[mi aliento.