Pamukkale, el palacio de algodón de Turquía
Cada una de sus cascadas arrastra consigo, capa a capa, gran cantidad de minerales, sobre todo caliza de creta además de bicarbonato de calcio.
Presentan diferentes formas: según el volumen de la terraza, la anchura de la cuenca o la pendiente… lo cierto es que las formaciones geológicas de Pamukkale, o el Palacio de Algodón, en Turquía, son envidiables al tacto y rehabilitadoras para el espíritu.
Desde un acantilado de casi 200 metros de altura, el color de estas estructuras luce blanco impoluto bajo el sol, pero ni es nieve ni hielo ni sal, sino una creación natural de las aguas termales.
Cada una de sus cascadas arrastra consigo, capa a capa, con paciencia, gran cantidad de minerales, sobre todo caliza de creta además de bicarbonato de calcio a lo largo de la ladera, incluso con estalactitas entre ellas.
Semejante espectáculo resultó un reclamo turístico durante las últimas décadas del siglo XX y eso le trajo serias consecuencias.
Diversas empresas construyeron hoteles en su zona alta, utilizaron sus propiedades para llenar las piscinas, crearon una carretera asfaltada, vertieron residuos y destruyeron su suelo.
Ante esta situación, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura alertó sobre la destrucción y las autoridades nacionales ordenaron la demolición de las obras artificiales y procedieron a la conservación.
Muy cerca de allí, en la parte superior de la colina, están las ruinas de la ciudad romana de Hierápolis, con sus templos, puertas monumentales y necrópolis perfectamente reconocibles.
Desde 1988, ambos sitios devinieron Patrimonio de la Humanidad por la combinación de impresionantes formaciones naturales y vestigios históricos.