¿Qué escondían las cubiertas de los libros medievales?
Mediante técnicas avanzadas como la biocodicología y el análisis de ADN antiguo, los expertos identificaron restos de pinnípedos en más de 30 manuscritos de abadías cistercienses de Francia, Reino Unido y Bélgica, fechados entre los siglos XII y XIII
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¿Qué escondían las cubiertas de los libros medievales?
Miles de libros antiguos repasaron durante siglos en las bibliotecas europeas, como testigos silenciosos de la Edad Media.
Nadie imaginó que algunos de ellos guardaban un secreto, imposible de detectar sin la ayuda de la ciencia moderna.
Las aparentes cubiertas de cuero de esos manuscritos no eran de cerdo ni ciervo, como pensaban los especialistas, sino pieles de focas del Ártico.
El hallazgo formó parte de un estudio internacional publicado en la revista Royal Society Open Science, liderado por la investigadora Elodie Leveque y un equipo multidisciplinar de expertos en biología, arqueología y conservación.
Los científicos examinaron más de 30 manuscritos de abadías cistercienses en Francia, Reino Unido y Bélgica, fechados entre los siglos XII y XIII, e identificaron restos de focas barbudas, comunes e incluso focas de Groenlandia en sus encuadernaciones.
Todo comenzó con una simple observación visual: algunos conservaban restos de pelo en sus cubiertas, un rasgo inusual, pues el cuero era rasurado.
Aunque las descripciones antiguas aludían a piel de jabalí o ciervo, los patrones de cabello no coincidían con ninguno de estos animales.
Para resolver el misterio, los investigadores recurrieron a técnicas pioneras en biocodicología, como análisis de colágeno mediante espectrometría de masas y extracción de ADN antiguo.
Tomaron micro-muestras con gomas de borrar y extrajeron información genética que permitió identificar con precisión la procedencia animal de las cubiertas.
El resultado fue tan inesperado como revelador, pues la mayoría pertenecían a pinnípedos, un grupo que incluye a las focas.
Lo más fascinante del descubrimiento fue que el material provenía de animales cazados a miles de kilómetros de distancia, como Noruega, Dinamarca, Escocia, Islandia y Groenlandia.
Para una abadía como Clairvaux, situada en el interior de Francia y sin acceso directo al mar, esto implicaba una red de comercio sorprendentemente extensa.
Al parecer, los monasterios cistercienses no eran solo centros de oración y copia de manuscritos, sino nodos fundamentales en una red económica y cultural que atravesaba Europa.
Estos hallazgos pusieron de manifiesto que el mundo medieval no era tan aislado y limitado a lo local como normalmente se asume.