Miles de personas acudieron a las montañas y los miradores urbanos de Bolivia para recibir los primeros rayos del sol durante la celebración del Año Nuevo Andino, una festividad ancestral que coincide con el solsticio de invierno en el hemisferio sur.

Según la tradición, las peregrinaciones a los sitios sagrados en las alturas —el lugar de ofrenda a la Pachamama (Madre Tierra) — están cargadas de simbolismo y renovación espiritual.

Para los pueblos originarios y sus descendientes, esta fecha también marca el inicio del nuevo ciclo agrícola en las tierras extendidas al pie de la cordillera de los Andes.

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El epicentro de los festejos fue a 60 kilómetros al sur de La Paz, en el complejo arqueológico de Tiwanaku, antigua capital de la milenaria cultura del mismo nombre, que floreció en el altiplano mucho antes que el Imperio Inca.

Allí, el presidente Luis Arce participó en la ceremonia de ofrenda, acompañado por autoridades indígenas aymaras, el grupo étnico mayoritario de la región.

Mientras tanto, en la ciudad de El Alto, cientos de creyentes, al ritmo de música folclórica, aguardaron el amanecer alrededor de fogatas, y esperaron con devoción los “primeros rayos del sol”.

En este lugar sagrado, los yatiris (chamanes) realizaban ofrendas a la Pachamama a solicitud de los asistentes, con el fin de “atraer prosperidad, salud y buenos augurios para los negocios”.

Para las comunidades aymaras del altiplano boliviano, ubicados en ciudades por encima de los tres mil metros de altitud, esta celebración no solo representa un acto de gratitud hacia la Pachamama, sino también una petición por buenas cosechas, especialmente del cultivo esencial de la papa.