Trump propone usar ciudades como campos de entrenamiento militar
En un discurso ante más de 800 altos mandos, el presidente estadounidense planteó convertir urbes como Nueva York, Chicago y Baltimore en escenarios de preparación castrense.
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Miembros armados de la Guardia Nacional se desplegaron en la capital de EE. UU. (Foto: Agencias)
En una declaración que generó fuerte controversia, el presidente Donald Trump afirmó ante más de 800 altos mandos militares reunidos en Virginia que las ciudades peligrosas de Estados Unidos deberían convertirse en “campos de entrenamiento” para las fuerzas armadas.
Según reporta Diario Red, el discurso estuvo marcado por ataques a la “corrección política” y elogios al renombrado “Departamento de Guerra”, en lo que muchos analistas consideran un giro radical hacia la militarización del espacio civil.
La reunión, que convocó a generales y almirantes desde bases en Asia y Europa, tuvo un costo millonario y fue descrita por medios como un acto político más que una sesión estratégica.
Trump aprovechó la ocasión para proyectar autoridad frente a su secretario de Defensa, Pete Hegseth, y ante los propios comandantes, a quienes calificó como figuras de “central casting”.
Pero el mensaje central fue claro: las calles estadounidenses se transforman en laboratorios de guerra urbana.
Marco legal y antecedentes históricos
La propuesta de Trump desafía la Posse Comitatus Act de 1878, que prohíbe la participación de las fuerzas armadas en funciones de seguridad interna sin autorización del Congreso.
Aunque existen excepciones como la Insurrection Act, el uso de ciudades como escenarios de entrenamiento militar carece de sustento legal.
Diario Red señala que esta reinterpretación de la ley busca normalizar la presencia armada en urbes como Washington D.C., Los Ángeles, Nueva York, Chicago y Baltimore.
El antecedente más recordado es la tragedia de Kent State en 1970, cuando la Guardia Nacional mató a cuatro estudiantes durante una protesta contra la guerra de Vietnam.
También se cita la militarización posterior al 11 de septiembre, cuando la “guerra contra el terrorismo” expandió la vigilancia y el control interno.
Sin embargo, nunca antes un presidente estadounidense propuso abiertamente usar ciudades como campos de entrenamiento castrense.
Implicaciones sociales y políticas
La propuesta tiene profundas implicaciones para comunidades latinas, afroamericanas e inmigrantes, que ya enfrentan operativos con tácticas militares.
Diario Red recuerda casos como el de San Bernardino, California, donde agentes encapuchados dispararon contra una familia migrante, y la intervención de ICE en el parque McArthur de Los Ángeles.
"Convertir esas ciudades en entrenamiento militar equivale a institucionalizar lo que hasta ahora se presentaba como operativos excepcionales", plantea.
Aunque Trump sostiene que el objetivo es combatir el crimen y la crisis de personas sin techo, el trasfondo político es evidente.
Las ciudades señaladas son bastiones demócratas y de minorías raciales, lo que convierte la militarización en una herramienta de propaganda electoral.
En palabras de Diario Red, se trata de “disciplinar a los adversarios políticos y ofrecer a su base electoral la imagen de un presidente que impone orden a toda costa”.
Una estrategia de guerra total
El discurso también se alinea con la política exterior de Trump, que incluye ataques a embarcaciones venezolanas bajo el argumento de combatir el narcotráfico.
La lógica es la misma: Estados Unidos como nación en guerra permanente, tanto dentro como fuera de sus fronteras.
Esta narrativa refuerza la imagen de un presidente fuerte y decidido, aunque a costa de principios democráticos fundamentales.
Riesgos institucionales y democráticos
Expertos advierten sobre tres riesgos principales: el debilitamiento del control civil sobre los militares, la erosión del debido proceso y la normalización de un estado de excepción.
Organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional señalan que la militarización de la seguridad interna viola estándares internacionales de derechos humanos, que reservan al ejército funciones de defensa externa.
En el plano institucional, preocupa la falta de contrapesos. El Congreso, dividido y en parte cooptado por el trumpismo, muestra escasa voluntad de frenar al Ejecutivo.
La Corte Suprema, con mayoría conservadora, podría avalar interpretaciones amplias del poder presidencial. Y la opinión pública, influida por discursos de “ley y orden”, corre el riesgo de aceptar la militarización como un mal necesario.
Renombrar al Departamento de Defensa como Departamento de Guerra no es un gesto menor: simboliza una visión del poder basada en la confrontación.
Convertir las ciudades en campos de entrenamiento borra la frontera entre ciudadano y enemigo, entre espacio civil y zona de combate.
Tal como advierte Diario Red, lo que está en juego no es solo la seguridad de algunas ciudades, sino el sentido mismo de la democracia estadounidense.