Argentina: Jujuy y las luchas que vienen
Según el autor, lo que sucede en el norte argentino en estos últimos años y que ahora estalló en toda su magnitud es precisamente que el huevo de la serpiente rompió su cáscara.
Cuando se cierran todas las vías de diálogo y se apela a imponer posiciones autoritarias con represión, cuando se persigue, encarcela, y se niega todo tipo de defensa legal, cuando desde sectores políticos de extrema derecha, que se escudan en democracias fallidas, se escuchan voces de aprobación a la aplicación de un “orden” brutal que no duda en arrancarle a balazos los ojos a jóvenes de este pueblo -como en Chile y en Perú-, cuando todo eso sucede a la luz del día y con la anuencia del Poder Judicial (PJ) y el silencio cómplice y cobarde del Poder Ejecutivo (y el mirar a un costado de un presidente eunuco), no tengamos ninguna duda que se está abriendo la puerta a una dictadura. Y claro, después que todo eso ocurre no hay que sorprenderse ni mirar al cielo preguntándose: “por qué nos está sucediendo esto”.
Lo que viene dándose en el norte argentino en estos últimos años y que ahora ha estallado en toda su magnitud es precisamente que el huevo de la serpiente rompió su cáscara. Que el fascismo no pide permiso para entrar y asentarse, y esto no solo en Jujuy, donde el caso de Gerardo Morales es arquetípico de lo que puede definirse como gobierno dictatorial sino también en Salta donde el gobernador Sáenz, también viene poniendo sobre la superficie políticas feudales, de abierto maltrato hacia quienes ganan salarios de hambre y por protestar son reprimidos. Y así se podría hacer un listado inacabable de gobernadores, intendentes y polítiquejos varios que orientados abiertamente a la derecha (sean opositores u oficialistas) llevan adelante políticas de entrega y sumisión a las corporaciones capitalistas.
Sin embargo, en medio de esta algarada derechista que reúne nuevamente, sin distingos de banderías, a macristas y peronistas del PJ, lo que está pasando por estas horas en Jujuy abre canales de esperanza, ya que el pueblo ha despertado de tal manera, que superando las diferencias en las que siempre caen ciertas dirigencias, se ha unido en la acción. Es impresionante y digno de toda admiración comprobar cómo las distintas comunidades indígenas de la Puna se han convertido en un factor de presión y dignidad, generando un singular Fuenteovejuna a lo largo y ancho de los 22 cortes de ruta en toda la provincia. Familias enteras pasando día y noche a la intemperie y con temperaturas extremas invernales, poniendo el cuerpo y desafiando pacíficamente al dictador que no puede salir a la calle si no es con custodia policial y de sus propios matones.
Otra vez, como ocurriera en Bolivia y Perú recientemente, son los pueblos originarios los que dan el ejemplo del camino a seguir, poniendo en la superficie una historia de más de cinco siglos de resistencia, utilizando los métodos y las formas tradicionales de enfrentamiento con los poderosos, apelando a la firmeza de sus convicciones ancestrales. Con las wiphalas flameando en las rutas, e incluso con la música y la alegría fraterna de los encuentros entre hermanos y hermanas que cargan tantas heridas en el alma pero no se arredran, y pelean por lo que les pertenece.
Esa algarada de rebeldía es la que fue contagiando al resto de la población y la que generó el Jujeñazo que enfrenta a la aprobación cobarde de una reforma constitucional que busca simplemente institucionalizar el armado dictatorial. Levanta el ánimo y transmite frescura generacional ver como miles de jóvenes plantaron resistencia frente a la Legislatura y luego extendieron la misma a casi toda la ciudad de San Salvador, expresando de esa manera que los verdaderos problemas de los de abajo se resuelven en las calles y peleando como se pueda, pero peleando.
De nada vale que desde el poder les digan “infiltrados”, “zurdos” o “bolivianos enviados por Evo Morales”, todos sabemos que cuando el hambre aprieta y la violencia institucional trata de aplastar cualquier tipo de reclamo, el derecho a la rebelión es más que necesario y no necesita el permiso de nadie. Fue así a lo largo de la historia de las luchas de este pueblo.
En estos escenarios extremos, de nada valen los cantos de sirena de los políticos tradicionales del progresismo, que viven amortiguando las luchas, ya que ha quedado demostrado que a ellos lo único que les interesa es discutir cargos y asegurarse una vida llena de prebendas. Los pocos de esa casta que se animaron a llegar hasta Jujuy lo hicieron para posar en fotos “junto a los que luchan”, buscando que les puedan servir en la campaña electoral y poco más. Solo la izquierda, en el sentido más amplio de la definición, fue, como siempre, la que tuvo el coraje de estar en el sitio que correspondía, y por supuesto es la que puso los cuerpos magullados, lxs detenidxs, los dolores que suelen causar los enfrentamientos desiguales.
Con esas demostraciones de firmeza ante una dictadura que ahora se apresta a poner la jauría de gendarmes en las rutas para despejar con violencia los cortes, no cabe otra instancia -si realmente se quiere ayudar al pueblo jujeño a derrocar al tirano- que extender la lucha en todo el país, nacionalizar la protesta, porque el “laboratorio jujeño” será de aplicación nacional si no se lo frena de raíz. Y en este sentido, no se trata de “depositar la bronca en las urnas” como supo decir Cristina Kirchner cuando perdió la elección con Macri, sino de ir generando lo más unitariamente que se pueda miles de respuestas en las calles. Decirles un gigantesco “basta ya” a quienes por acción u omisión buscan conducirnos hacia el fascismo. No dejemos que se apague el ejemplo del pueblo jujeño.