Mensaje de fin de año
El año termina con una Marcha del Pueblo Combatiente, “como en los viejos tiempos”. El imperialismo y sus lacayos nacionales no lo esperaban, pero 500 mil cubanos acudieron a la cita, Cuba, en pie y luchando, que mejor mensaje de fin de año para el imperio.
No sé cuándo se desmoronó el último residuo de muralla moral en las relaciones internacionales, cuándo fue que las apariencias dejaron de importar. Bush hijo inició su cruzada de reconquista del Medio Oriente, su guerra infinita contra el terrorismo e invadió Afganistán, pero tomó de pretexto el atroz atentado a las Torres Gemelas; cuando invadió Irak, dijo que su gobierno fabricaba armas atómicas. En realidad, los grupos combatientes habían sido armados y entrenados muchos años antes por Estados Unidos, para enfrentar a un gobierno de tendencia socialista. Y en Irak no había armamento atómico. Pero todavía el imperialismo consideraba necesario mentir, exponer razones y excusas. Si después se revelaba el engaño, ya no importaba.
No sé cuándo, ni cómo sucedió, pero un día dejó de ser necesaria la mentira, la excusa, y el motivo real apareció desnudo, desafiante, cínico. El imperialismo, en decadencia, no tenía tiempo para inventar historias, y necesitaba imponerse a la fuerza; la soberbia ha sido desde entonces, paradójicamente, un signo de debilidad, pero también un síntoma de la emergencia del fascismo. Probablemente, repite los errores de todos los imperios anteriores en su período final de existencia, con una diferencia: nunca antes hubo armas tan masivamente letales. "Israel", confiada en el incondicional apoyo del gobierno estadounidense, y escudada en una descomunal maquinaria mediática, transforma el genocidio, la limpieza étnica de todo un pueblo, en acto de defensa, desoye sin inmutarse las voces que llaman a detener la matanza de civiles.
Mientras escribo estas líneas, 15 mil seres humanos, principalmente mujeres, ancianos, niños, están acorralados en Al-Mawasi, una estrecha franja de tierra costera de un kilómetro de ancho y catorce kilómetros de largo, en la ciudad de Rafah, y la aviación israelí bombardea sin conmiseración sus campamentos y refugios. La supuesta razón inicial (porque hay razones muy anteriores a esa razón), el ataque de Hamas al territorio ocupado de Palestina, se diluye cuando el ejército sionista ocupa completamente las Alturas del Golán en Siria, tras la caída de su gobierno, y declara, sin pudor, que ha comenzado a reconfigurar el Medio Oriente. ¿No era lo que pretendía Bush hijo con su guerra infinita? Para ello ahora Biden, en sus horas finales, reconvierte en “buenos” a los grupos armados “malos” que una vez armó y preparó el imperialismo para sus fines. Y valga una aclaración: el imperialismo estadounidense no es sinónimo de Estados Unidos; hay un pueblo noble en ese país, manipulado, engañado, creyente fundamentalista de un credo falso.
La debacle moral es el fascismo. La ejecución transparente de una política exterior de fuerza sin justificaciones de índole jurídica o moral —algo que nunca respetó la Casa Blanca, pero que simulaba respetar— adquiere con Trump grados superlativos: si no adecuas los precios para el paso de mis buques, tomaré de vuelta el Canal de Panamá, dijo el presidente electo con palabras similares y textualmente añadió “el canal de Panamá es un activo nacional vital para Estados Unidos debido a su papel crítico para la economía y la seguridad nacional”. Así de sencillo. Cualquier país o región del mundo puede ser considerada “vital” para la seguridad nacional de Estados Unidos, y ser tomada, en consecuencia, a la fuerza. Así piensan y actúan los israelíes. El presidente panameño, que no es de izquierda pero tampoco es suicida, rechazó la declaración del emperador: “el Canal es y seguirá siendo panameño”. Y Trump, prepotente, respondió: “ya veremos”. Más aún, colocó una foto del canal con la bandera estadounidense y una frase: “Bienvenidos al Canal de Estados Unidos”. No creo que ejecute su amenaza, probablemente irrealizable, pero intentará doblarle a cambio las rodillas al gobierno de Mulino para que acceda a otras exigencias menos mediáticas pero igual de ajenas al interés nacional panameño.
Me uno a los que piensan que la tercera guerra mundial está en curso. Puede tomar otros caminos, y abarcar otros territorios, pero nos involucra a todos. Y como se sabe desde la Antigua Grecia, la primera víctima es la verdad. Duele ver como en muchos países se imponen intereses geopolíticos, cálculos mezquinos, como se vende al hermano, a cambio de nada o de mucho, no importa. La dificultad para desentrañar el entramado del tablero mundial reside precisamente en la ausencia de principios estables que rijan la conducta de las naciones. Me aferro a la idea de que las campanas que doblan por otros, también lo hacen por mí. El año que termina deja un saldo triste de inconsecuencias, de impunidad.
Por eso es tan importante la resistencia heroica de pueblos enteros como el cubano o el venezolano, como el palestino, pueblos difamados, bloqueados, agredidos, que no se doblegan. Duele saber que haya cubanos que crean más en las redes sociales del imperialismo que en sus corazones, porque sus mentes fueron tomadas por asalto y colonizadas. “Cuando hay muchos hombres sin decoro —explicaba José Martí a los niños de Nuestra América en La Edad de Oro—, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana.” Pero son millones los cubanos dignos, insobornables. En la Cuba de hoy, nadie necesita caminar muy lejos si quiere encontrar a las heroínas y a los héroes nuestros: ¡Son millones! —expresó Díaz Canel ante la Asamblea Nacional hace pocos días, y agregó después— (…) No piensan en perder sino en vencer; y si alguien les pregunta en qué andan, dirán que están “en la lucha”, “en la pelea”, “fajados”, sin llorar, sin arrodillarse, porque a su país amado el imperio más poderoso de la historia le está negando, hace más de 60 años, a sangre fría y con total perversidad, su derecho al bienestar”.
El año termina con una Marcha del Pueblo Combatiente, “como en los viejos tiempos”, diría mi vecino jubilado, que con su reciente cojera y su dignidad intacta, banderita cubana en mano, no dejó de asistir. El imperialismo y sus lacayos nacionales no lo esperaban: su embajada suspendió las entrevistas de visado, algo normal cuando el pueblo marcha frente a la sede imperial, y vendió la inevitable medida como respuesta, para soliviantar los ánimos de los que quieren emigrar, o ir y venir, y llenó las redes de mensajes desmovilizadores. Sin embargo, 500 mil habaneros acudimos, en representación de todos los cubanos. Dirán que fuimos obligados, pero saben que no es cierto. Pueden mentir, pero conocen la verdad. Cuba no se rinde, ese es el mensaje de fin de año.