El arte de la política: El "washingtonazo" ¿La explosión del imperialismo?
La pregunta del autor del artículo ¿Con toda la alienación que han inyectado en forma de ideología al pueblo estadounidense existe la conciencia latente para cambiar el mundo en torno a un proyecto de justicia social o un levantamiento popular solo sería un acto de barbarie más ahogado por las drogas y el ejército? cobra en estos momentos singular importancia.
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El arte de la política: El "washingtonazo" ¿La explosión del imperialismo?
¡Hay mucha gente poderosa molesta con el presidente de EE. UU.! La verdad, tienen razones de sobra con impuestos adjuntos. Yo me imagino que perder millones de dólares por las decisiones de otro debe despertar sentimientos terroríficos y abominables, capaces de conducir a cualquiera a la insurrección y la venganza. La guerra arancelaria no se trata solo de una pugna entre magnates y Estados, sino del colapso de las relaciones económicas que se desarrollaron a partir de los acuerdos de Bretton Woods y la reacción de EE. UU. frente a su propia minimización en el mundo, pues la plataforma que utilizó para consolidar una hegemonía imperialista por casi un siglo está reconfigurada en torno a un nuevo orden.
En cualquier caso, Trump los está poniendo a todos entre la espada y la pared, y la presión que está generando es casi atómica. Me pregunto ¿Estás medidas pueden producir un estallido interno? Y por otro lado, ¿Hasta qué punto el “mundo libre” soportará el peso de Trump sobre su cuello?
Un Golpe de Estado o una guerra civil en los EE. UU. sería el clímax de una crisis estructural del capitalismo, que ha devenido en el desbordamiento de la visión de civilización que se fundó con las ideas de la modernidad occidental. Escuché al Dip. Julio Chávez decir “Estamos muy cerca de un washingtonazo, de una rebelión civil, popular, que va a pedirle cuenta al Gobierno de los Estados Unidos” y contrastando sus palabras con la coyuntura por la que atraviesa el mundo me vino a la mente la obra plástica de George Grosz llamada La explosión (1917), la cual nos retrata en medio del caos los horrores de la Primera Guerra Mundial. Berlin, que parecía insondable, aparece consumida por un resplandor ardiente, los edificios se desmoronan desde la altura y se los traga la oscuridad, que contrasta con un rojo estremecedor. El humano está presente, destrozado, se ven parejas abrazadas y rostros sombríos pidiendo auxilio frente a la catástrofe producida por los poderosos. En medio de la devastadora guerra, que dejó más de 18 millones de muertos, Lenin proclamó que esta no era una guerra para el pueblo, sino que las grandes potencias libraban “una guerra por las ganancias de los capitalistas… con la sangre del proletariado”.
Grosz dio la bienvenida a un mundo aterrador a través de sus pinturas, retrataba ciudades en ruinas y seres desesperados. Grosz fue reclutado y finalmente liberado del ejército alemán en la primavera de 1917, el cual lo declaró un «permanentemente inadaptado». El artista alemán se fue a los EE. UU., dónde continuó pintando y se hizo estadounidense.
Observando su arte me convenzo de que esa devastación apocalíptica que se ve a través de sus pinturas no es solo retrato de un tiempo histórico, sino en general de la atrocidad de la guerra y advertencia de lo que puede suceder cuando todo explota. ¿Estamos al borde de una nueva explosión?
EE. UU. se ha vendido al mundo como una fuente de estabilidad institucional que ha fundado su administración en principios sagrados. Por ejemplo, la Declaración de Independencia afirma que todos los hombres son creados iguales y tienen derechos inalienables a la vida, libertad y búsqueda de la felicidad, estas ideas inspiradas en Locke dan sentido al principio de Libertad individual. Por su parte la Constitución de los gringos establece un sistema de checks and balances inspirado en las ideas de Montesquieu para evitar la tiranía y garantizar un gobierno limitado dónde se ejerza la separación de poderes. Finalmente podemos hacer referencia a Lincoln, el cual creía en la construcción de un «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», dejando claro que lo más importante era la democracia y el Estado de derecho, donde nadie está por encima de la ley. Todos estos principios han sido traicionados por Trump, sobre todo si tomamos como precedente los hechos de violencia que promovió en El Capitolio en enero del 2021. En aquel entonces publiqué un artículo llamado EE. UU.: La democracia y el hombre desnudo con cuchillo el cual les recomiendo leer nuevamente, para analizar los precedentes de esta historia.
Trump representa una ruptura con el liberalismo político ilustrado de EE. UU., acercándose más a un populismo autoritario y feroz, como advirtió Hannah Arendt al hablar del colapso de la democracia y de la banalización del mal, un mal que contribuye al resurgimiento del fascismo. Está claro que Trump prioriza la lealtad al líder sobre las instituciones y los principios, lo que amenaza el equilibrio constitucional. La tensión entre los valores fundacionales de los EE. UU. y la realidad actual refleja una crisis de la democracia liberal, donde el capitalismo oligárquico y la polarización facilitan a los extremistas aventuras de carácter antidemocrático e incluso fascista, cómo la aplicación de la Ley de enemigo extranjero para perseguir a los migrantes y la guerra arancelaria para tensar las relaciones comerciales del mundo, acciones que generan terror e incertidumbre, ya sea como medio para lograr un cambio de gobierno (en el caso de la oposición) o como forma de perpetuación en el poder (en el caso del team Trump).
La erosión de las normas democráticas, los ataques a la independencia judicial, la ineficiencia de la representatividad en elecciones de segundo grado, la exacerbada desigualdad económica que rompe con el ideal jeffersoniano de una república de pequeños propietarios, la persecución del migrante cómo enemigo, el terrorismo económico conservador y el discurso de corte fascista, son síntomas de una enfermedad que comienza a hacer metástasis dentro del sistema. Y este cáncer, aunque sea condena del capitalismo, generará sufrimiento a todos.
Quizá, en EE. UU., la idea de un golpe de Estado clásico, es decir, un levantamiento militar violento cómo los que, según Cline Center de la Universidad de Illinois, ha promovido el Pentágono 350 veces luego de la Segunda Guerra Mundial, es poco probable.
Un golpe blando, un autogolpe (self-coup) o un levantamiento popular sí son una amenaza real en el contexto actual. Este escenario de violencia probable no sería una guerra como en 1861, pero en pleno siglo XXI sí se levantarían milicias, especialmente en estados divididos como Georgia, Arizona y Michigan.
Una situación en el que el pueblo norteamericano se levante secundaría (¿?) la tesis, en la que la revolución más profunda se haría en el propio seno del imperialismo, entendido que este “Es el capitalismo en la fase de desarrollo en que ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de toda la tierra entre los países capitalistas más importantes” (Lenin, 1916) y también “es la progresiva opresión de las naciones del mundo por un puñado de grandes potencias” (Lenín, 1915).
En fin, una revolución en Norteamérica abriría las compuertas de un nuevo mundo, la pregunta es ¿Con toda la alienación que han inyectado en forma de ideología al pueblo estadounidense existe la conciencia latente para cambiar el mundo en torno a un proyecto de justicia social o un levantamiento popular solo sería un acto de barbarie más ahogado por las drogas y el ejército?