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  4. Fetichismo del dólar

Fetichismo del dólar

  • Fuente: La Jornada
  • Autor: Fernando Buen Abad
  • 18 Julio 21:59
  • 43 Visualizaciones

El dólar es el fetiche que representa un “universalismo neutral”, que es nacionalismo imperial disfrazado de neutralidad.

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  • Fetichismo del dólar
    Fetichismo del dólar. Foto Luis Castillo / La Jornada

Mr. Trump nos deja ver que el dólar no es sólo papel moneda. No es sólo un número. No es una cifra flotante. No es un símbolo inocente. El dólar es, en la trama de la semiosis hegemónica del capital, una de las armas más letales de la guerra económica global. Su potencia destructiva no reside sólo en su función cambiaria o en sus efectos financieros; radica en el fetichismo que lo recubre.

En la colonización ideológica que lo constituye como tótem de la c capitalista. Un artefacto semiótico de alto poder explosivo que sirve para disciplinar pueblos, sabotear economías, dinamitar procesos emancipatorios y blindar privilegios imperiales. Comprenderlo exige activar una filosofía de la semiosis que desmonte sus capas significantes, sus dispositivos de culto y sus estrategias de naturalización ideológica. Su papel como signo totalitario.

Es mucho más que herramienta monetaria. Es un macro-signo hegemónico con pretensión de divinidad, que se ha convertido en dictadura para medir e intercambiar todas las cosas. Desde el valor el trabajo hasta el de las personas. Desde el petróleo hasta el pan, desde el valor de la vida hasta el de la muerte. Todo bajo su hegemonía simbólica. Ese signo-dogma consigue que, incluso sus víctimas, lo reproduzcan con fervor, con miedo, con sumisión.

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El dólar no domina sólo porque sea el patrón de reserva internacional o porque tenga detrás la fuerza militar de Estados Unidos. Domina porque se ha incrustado en la semiosis de los pueblos, como vanguardia de la “batalla cultural” burguesa, como sinónimo de éxito, de progreso, de “libertad de mercado”.

Se fetichiza cuando se oculta su origen histórico y se encubre su violencia constitutiva. Es una operación ideológica sostenida por industrias culturales, academias, organismos multilaterales y dispositivos comunicacionales que perpetúan la fe en ese papel como si fuese ley natural.

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Su gramática bélica se coagula en el fetichismo que atribuye al dólar una apariencia de autonomía y poder intrínseco, para ocultar las relaciones de explotación y saqueo. El dólar es el fetiche que representa un “universalismo neutral”, que es nacionalismo imperial disfrazado de neutralidad.

Su “valor” es el resultado de una arquitectura ideológica y geopolítica construida sobre sangre, muerte, guerras, golpes de Estado, bloqueos y saqueos. La gramática de su barbarie es la del capitalismo: abstracciones inhumanas legitimadas con discursos, decisiones de bancos centrales, algoritmos bursátiles, calificadoras de riesgo y una pedagogía mediática que inocula obediencia monetaria y fake news.

Usan el dólar como munición en su guerra económica y de signos. Guerra que no opera sólo con sanciones, inflación inducida, fuga de capitales o endeudamiento. Opera, sobre todo, con municiones ideológicas. El dólar es la bala. Pero la pólvora es la significación que lo envuelve con ráfagas de sentido hegemónico sobre los imaginarios colectivos.

La semiosis monetaria coloniza el deseo, moldea la percepción del valor. En países colonizados, la “dolarización cultural” se entrelaza con la dolarización financiera. Se enseña a pensar en dólares, a aspirar en dólares, a medir la dignidad en dólares. Si el salario no se “dolariza”, se lo considera indigno. Si los precios no siguen al dólar, se los considera “atrasados”. El dólar, así, se vuelve patrón de verdad y de mentira, de orden y caos, de castigo y premio.

En los discursos de los tecnócratas y gurúes del libre comercio, el dólar aparece como oráculo inapelable. Se lo invoca para justificar ajustes, para despedir trabajadores, para cerrar escuelas y hospitales, para eliminar subsidios. “El dólar subió”, dicen los noticieros, y ese verbo intransitivo actúa como fuerza de la naturaleza. No se explica por qué, quién lo mueve, quién gana.

Se vuelve una entidad todopoderosa que opera por encima de los pueblos. Ese culto no es espontáneo. Es resultado de décadas de pedagogía para la manipulación ideológica del capitalismo. El dólar se ha convertido en símbolo de libertad individual, de consumo deseado, de éxito y modernidad.

Su dólar no sólo impone condiciones macroeconómicas: impone lenguajes. Impone mapas conceptuales y categorías de interpretación de la realidad.

Cuando se dolariza la economía, se dolariza también el pensamiento.

Se sustituye la soberanía simbólica por un algoritmo monetario que disciplina las conductas, segmenta la sociedad y determina qué proyectos son viables. La semiosis de la dependencia pasa por allí.

En la guerra cognitiva global, el dólar es un mecanismo de chantaje. Se lo utiliza para premiar obediencias y castigar rebeldías. Cuando un país intenta escapar de la órbita del FMI, por ejemplo, o plantea una política soberana –energética, alimentaria, financiera– aparece la “corrida cambiaria”, la fuga de capitales, la devaluación inducida.

Pero esas no son sólo maniobras técnicas: son escenificaciones semióticas que tienen como objetivo desmoralizar, instalar la idea de que no hay alternativa. El dólar opera así como código penal del capitalismo. Condena a los pueblos, con anaqueles vacíos, hospitales desfinanciados, hogares endeudados. Y se legitima con la complicidad de élites que fungen de ventrílocuos del imperio.

No basta con denunciar el fetichismo del dólar como arma y matriz simbólica, su violencia, su gramática bélica. No alcanza con denunciar su fetiche monetario también fetiche ideológico.

Ni que la emancipación no será posible, si no se enfrenta al dólar como signo de guerra. Porque detrás de su brillo hay cadáveres. Detrás de su prestigio, hay hambre.
Detrás de su “estabilidad”, hay injusticia. Desenmascararlo es una urgencia ética y eso exige disputar el sentido y las matrices simbólicas que aún asocian “progreso” con capital financiero, “modernidad” con consumo desmedido, “libertad” con sumisión monetaria. La guerra es también semiótica.

Y cada consigna, cada libro, cada clase, cada mural, cada software libre, cada moneda popular, cada experiencia de economía solidaria, cada canal comunitario, son trincheras de esa guerra.

Se trata de cambiar la lógica misma de producción de sentido, emancipar las prácticas significantes, recuperar la soberanía del lenguaje, la historia y la imaginación. Allí donde el dólar quiso ser el fin del mundo, hagamos nacer otros mundos posibles.

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