Burkina Faso: El sueño panafricano de Ibrahim Traoré desafía siglos de expolio y sumisión
Frente al caos sembrado por décadas de injerencia, el discurso de Traoré no pide limosna: exige dignidad.
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Burkina Faso. El sueño panafricano de Ibrahim Traoré desafía siglos de expolio y sumisión.
Los muertos no hablan, gritan
África lleva demasiado tiempo siendo continente de saqueo, laboratorio de guerras y vertedero de promesas rotas. Nadie escuchó a Thomas Sankara cuando dijo que quien alimenta no puede ser esclavo. Nadie escuchó a Patrice Lumumba cuando denunció el colonialismo como crimen permanente. Nadie escuchó a Gadafi cuando pidió una unión monetaria africana sin tutela occidental. Y cuando alzaron la voz, fueron silenciados.
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Hoy, en pleno siglo XXI, Ibrahim Traoré retoma ese legado con una convicción que incomoda en París, en Washington y en Bruselas. A los 36 años, y al frente de Burkina Faso, propone lo impensable: una África unida con una moneda común, un pasaporte único y una voz que hable por fin desde dentro, no dictada desde fuera.
Lo llama “Estados Unidos de África”, pero lo que propone no es una copia institucional. Es una ruptura histórica con el orden mundial que mantiene al continente fragmentado, empobrecido y vigilado por ejércitos que no hablan las lenguas de su gente.
El panafricanismo como desobediencia
Desde que Burkina Faso, Malí y Níger fundaron la Alianza de Estados del Sahel (AES) en julio de 2024, el mensaje ha sido claro: soberanía o nada. Romper con la CEDEAO, rechazar el franco CFA y construir una estructura regional que defienda los intereses de las y los africanos. En lugar de tutelas, alianzas horizontales. En lugar de “ayuda”, cooperación real. En lugar de deuda eterna, control de sus recursos.
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Traoré ha puesto sobre la mesa propuestas concretas: una nueva moneda llamada “Afro Money”, un banco confederal de inversión, eliminación del roaming entre los países miembros, y un pasaporte panafricano que facilite el libre tránsito por la región. No es retórica. Es diseño institucional en marcha.
Frente al caos sembrado por décadas de injerencia, el discurso de Traoré no pide limosna: exige dignidad.
¿Sueño o embrión de futuro?
Quienes lo critican, lo hacen con la condescendencia de quien jamás ha vivido con un dron extranjero sobrevolando su aldea. Dicen que África no está preparada, que hay demasiadas lenguas, demasiadas etnias, demasiados intereses. Pero lo que no dicen es que esa fragmentación fue inducida, mantenida y celebrada por quienes siguen extrayendo litio, coltán, oro, uranio y trabajo a precio de sangre.
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Traoré no es perfecto. Pero no parece buscar perpetuarse ni vivir del discurso. No ha blindado su poder, no ha cerrado medios críticos, no ha perseguido a la oposición ni ha blindado su figura. Lo que ha hecho es despertar una narrativa colectiva que llevaba demasiado tiempo sepultada.
Sabe que hay países que no apoyarán esta vía: Nigeria, Sudáfrica, Egipto… pero también sabe que las grandes transformaciones no nacen del consenso, sino del coraje de nombrar lo imposible.
No se trata solo de unir países, sino de reunificar un destino secuestrado durante siglos. Y en ese sentido, Traoré no está solo: con él marchan los fantasmas de Sankara, de Nkrumah, de Lumumba. Y millones de jóvenes que por primera vez en generaciones escuchan que su futuro puede no depender del FMI ni del BCE.
No sabemos si Ibrahim Traoré logrará su objetivo. Pero ha puesto en marcha una pregunta que atraviesa fronteras, cancillerías y fronteras dibujadas con escuadra por imperios extintos:
¿Y si esta vez África sí se levanta?