Cuba, la fortaleza inconquistable
En Cuba nadie se sintió sorprendido por las nuevas medidas de la administración Trump contra la Revolución.
No solo por el previsible incremento de las declaraciones ofensivas contra la isla, contra Venezuela y contra Nicaragua. Ni siquiera por el claro rumbo de las acciones para desarmar todo lo que de construcción de un nuevo tipo de relación cubano estadounidense se había logrado durante la administración de Barak Obama.
La aplicación del título tercero de la ley conocida como Helms-Burton aprobada en 1966, era, como dicen los jugadores, “una bola cantada”. Aplazado una vez tras otra por sucesivos presidentes, era casi un milagro que no hubiera sido puesto en vigor antes.
De hecho, ese título no es el único ni siquiera el más ominoso de los que componen esta ley.
Desde el enunciado de la ley comienzan los agravios. El instrumento legal patrocinado por Jesse Helms y por Dan Burton se llama en realidad Ley para la libertad y la solidaridad democrática cubanas (ley Libertad, 1996).
Es agraviante para los cubanos que saben que, durante la república pre revolucionaria, sometida servilmente a los intereses de Estados Unidos, la libertad y la solidaridad democrática, entre otras cosas, fueron falseadas y escamoteadas y que solamente pudo hablarse de la vigencia de estos valores después de la Revolución.
La ley Helms Burton añadió a la larga saga del pueblo cubano, la característica de compendiar en un solo instrumento legal – de codificar – todas las medidas innumerables que en tal sentido se habían ido aprobando desde la presidencia de John F. Kennedy.
Y así, para desarmar la amplia madeja de sanciones, limitaciones, persecuciones, sería necesario el voto del Congreso de Estados Unidos.
Revisando la Ley
Pocos han revisitado el texto de la Ley. Todavía hoy impresiona el impúdico sentido neo colonizador con que expresa sus propósitos:
Una muestra: en el título 1 se habla, por ejemplo, de “Aplicación del embargo económico de Cuba”, “Prohibición de la financiación indirecta de Cuba”, “Oposición de los Estados Unidos al ingreso de Cuba a las instituciones financieras internacionales”, “Trasmisiones televisivas hacia Cuba”, “Informe sobre el comercio de otros países con Cuba y la prestación de asistencia por éstos a la Isla”, “Salvaguardias de importación contra determinados productos cubanos”.
El título 3, el que se acaba de poner en vigor, permite que ciudadanos estadounidenses reclamen en tribunales contra las empresas de otras nacionalidades que hayan invertido en las propiedades que a ellos les fueron nacionalizadas en los inicios de la revolución.
Pero no solo quienes eran entonces ciudadanos estadounidenses. También los cubanos que luego adquirieron la ciudadanía del país norteño.
La justificación es un auténtico sofisma: que no le fueron debidamente compensadas. La realidad es que la ley de nacionalización previó la indemnización, pero vinculada a una parte de los ingresos que obtuviera Cuba por sus tradicionales ventas de azúcar a Estados Unidos. Las mismas ventas que Estados Unidos impidió, para dar un pistoletazo en la cabeza a la joven revolución, en un país cuyas exportaciones en un 80 por ciento eran azúcar vendido al vecino del Norte.
Fue Estados Unidos quien cerró las puertas a la indemnización. No les interesaba la remuneración monetaria. La revolución cubana, en su pronóstico, no sobreviviría.
Un triste y complicado espectáculo
¿Qué pasará ahora? No es difícil de imaginar. Raudos y veloces, lo más recalcitrante de la emigración cubana intentará llevar procesos legales que les permitan recibir los dineros que por sus reclamaciones les otorguen los tribunales.
Bueno, no todos ellos. Solamente los que puedan enfrentar los gastos legales, que serán cuantiosos, frente a los recursos de las empresas afectadas, bien representadas por abogados competentes. Por propiedades abandonadas sesenta años atrás, devaluadas y transformadas.
Será un espectáculo penoso y ridículo.
Pero su daño mayor, el que persigue la nueva disposición, es desalentar la inversión de capitales extranjeros, necesarios para la economía cubana y su desarrollo, cuando se ha dado curso libre en la Isla a las negociaciones ventajosas, útiles y correctamente encaminadas con capitales foráneos, en proyectos esenciales para Cuba.
El rechazo mundial, en particular de la Unión Europea y muy señaladamente de España, así como de Canadá y México, de China y Rusia, no se ha hecho esperar. Dura será la pelea, en defensa de los principios que deben regir el comercio mundial, frente a una administración que ignora con arrogancia los intereses del mundo en que vivimos y los mecanismos de concertación creados desde la constitución de las Naciones Unidas y otras instituciones multilaterales.
Cuba neocolonizada
He dejado para el final el más ominoso de los títulos, el segundo, llamado nada menos que “Ayuda a una Cuba libre e independiente”.
El contenido ha sido descrito por Ricardo Alarcón, quien ocupó importantes cargos de responsabilidad en el gobierno cubano – canciller, presidente del Parlamento, y en particular, embajador en las Naciones Unidas durante más de una década – y quien a no dudarlo es uno de los mejores conocedores de las entrañas del vecino imperial. Dice Alarcón en un reciente artículo en el diario mexicano Por Esto!:
“El Segundo (título) describe, con cierto nivel de detalle, lo que ocurriría a partir de la hipotética derrota de la Revolución cubana como consecuencia de la guerra económica. Habría lo que llaman “período de transición” durante el cual se produciría el desmantelamiento de todas las instituciones de la sociedad cubana y el país quedaría bajo total dominio norteamericano.
“Para que nadie pueda dudarlo el proceso estaría dirigido por un funcionario norteamericano designado por el Presidente de Estados Unidos al que la Ley pudorosamente denomina Coordinador para la transición en Cuba. Este verdadero procónsul fue designado por W. Bush aunque nunca llegó a cumplir su encomienda en la Isla. Tuvo que dedicarse a promover fuera de Cuba el Plan para la transición que Bush, cumpliendo con la Ley, presentó al Congreso en 2004 y en una versión ampliada en 2006 y que nadie ha derogado.
“A todo lo largo del Título II se repite con machacona insistencia que para la eliminación del Bloqueo y las futuras relaciones con una supuesta Cuba post-revolucionaria una condición indispensable será la devolución de sus propiedades a quienes las perdieron el primero de enero de 1959…”
No nos equivoquemos. En el futuro inmediato veremos escalar la agresividad norteamericana, especialmente cuando se percaten de que nada cambia. De que la revolución cubana, como una estaca en la tierra, mientras más golpes recibe, más profunda y firme se consolida.
El anuncio mayor de lo que ocurrirá fue justamente la presentación de las nuevas medidas por el delirante John Bolton en Miami. Allí se escenificó una secuencia patética, pero también simbólica. La audiencia de Bolton la componía un grupo de octogenarios aburridos y dóciles, que oían, una vez más, las promesas de otro representante del gobierno estadounidense. Si se hacía lo que decía, se aproximaría el fin de la Revolución cubana.
Habían oído el mismo mensaje a lo largo de casi sesenta años. La primera vez fue exactamente en estos días de abril de 1961. Vencidos y apabullados por la vida, antiguos combatientes de la invasión derrotada por el pueblo cubano, con Fidel Castro al frente, en las arenas de Playa Girón, aplaudieron mecánicamente al bigotudo profeta. El final, lo sabían, sería el mismo. La dignidad del pueblo cubano era una fortaleza, como lo había probado la vida, inconquistable.